cap. 1: Otro verano en El Palmar

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El sonido de las olas rompiendo en la orilla y el cálido sol de junio anunciaban la llegada de otro verano en El Palmar. La familia Martínez iba en camino hacia la casa de la playa, el lugar que había sido su refugio durante tantos años.

Alexandra, sentada en el asiento trasero del coche, miraba por la ventana, recordando los momentos que había pasado allí. Cada verano era especial, pero este se sentía diferente. Había una mezcla de emoción y algo más... una expectación que no podía explicar.

-¡Ya casi llegamos! -anunció Carmen, la madre de Alexandra, con una sonrisa mientras el coche tomaba la última curva antes de la entrada a la casa.

En la distancia, la gran casa blanca con vistas al mar ya se divisaba. La familia Alcaraz había llegado una semana antes, como solían hacerlo, para abrir la casa y preparar todo para el resto del verano.

Desde el momento en que llegaron, Carlos había sentido un nerviosismo que no experimentaba desde los 14 años, desde que había comenzado a sentir algo más que simple amistad por Alexandra. Ahora, con 17 años, esos sentimientos parecían más fuertes y difíciles de ignorar.

Carlos estaba en el porche cuando vio el coche de los Martínez girar en la entrada. Su corazón dio un vuelco, y un cosquilleo recorrió su cuerpo. No era la primera vez que se reencontraba con Alexandra después de meses, pero este año algo había cambiado en él.

La había visto crecer, transformarse en una joven que lo desarmaba con una simple sonrisa, y sabía que este verano podría ser diferente a los demás.

-¡Por fin llegaron! -gritó Álvaro, el hermano mayor de Carlos, mientras corría hacia el coche para ayudar a descargar el equipaje.

William, el padre de Alexandra, salió del coche con una gran sonrisa y abrazó a Carlos como si fuera su propio hijo.

-Carlos, ya te ves más alto que el año pasado. ¿Qué te están dando de comer? -bromeó William, dándole una palmada en la espalda.

-Nada especial, lo normal -respondió Carlos, tratando de esconder la sonrisa nerviosa mientras su mirada buscaba a Alexandra.

Finalmente, ella salió del coche, su cabello dorado brillando bajo el sol. Sus ojos verdes se encontraron con los de Carlos por un instante, y ambos sonrieron tímidamente.

Alexandra sintió un pequeño nudo en el estómago, una mezcla de alegría y nerviosismo al ver a Carlos.

-¡Alex! -gritó Jaime, el más pequeño de los Alcaraz, corriendo hacia ella para darle un abrazo. Alex lo recogió con facilidad, riendo mientras lo giraba en el aire.

-¡Vaya! Cada vez estás más grande, Jaime. Pronto no podré levantarte -dijo Alexandra con una sonrisa mientras lo dejaba en el suelo.

Las familias se saludaron, intercambiando abrazos y risas, como si el tiempo no hubiera pasado. Parecía que todo volvía a ser como antes, pero tanto Carlos como Alexandra sabían que algo nuevo estaba en el aire.Esa noche, después de una cena familiar llena de anécdotas y planes para los días que venían, el cielo se había oscurecido completamente, y la luna llena iluminaba la piscina que se extendía al fondo del jardín.

Alexandra, sintiendo el calor del día aún en su piel, decidió ponerse su bikini y salir a nadar un rato. La brisa nocturna era refrescante, y el agua cristalina parecía llamarla.Se sumergió en la piscina, dejando que el agua la envolviera. Disfrutaba de la tranquilidad, del silencio interrumpido solo por el susurro de las olas a lo lejos.

Mientras flotaba de espaldas, escuchó unos pasos suaves en el suelo de piedra alrededor de la piscina. Se giró y vio a Carlos, que había bajado al jardín, quizás en busca de un poco de aire fresco.

-¿Qué haces aquí solo? -le preguntó ella, nadando hacia el borde.

-No podía dormir, y pensé en dar una vuelta -dijo, aunque en realidad había bajado porque no podía sacarse a Alexandra de la cabeza.

-¿Por qué no te metes? El agua está perfecta -sugirió Alexandra, con una chispa de diversión en sus ojos.

Carlos levantó una ceja, y sonrió con una mezcla de picardía y desafío.

-¿Y qué harías si me metiera? -preguntó, jugando con la situación.

Alexandra se apoyó en el borde, acercándose un poco más, dejando que solo sus ojos asomaran sobre el agua.

-Supongo que tendríamos que averiguarlo, ¿no? -respondió, sintiendo cómo el corazón le latía con fuerza.

Carlos la miró, evaluando sus palabras. Había algo diferente en ella esta noche, algo que le hacía querer cruzar esa línea que había evitado durante tanto tiempo. Sin pensarlo mucho más, se quitó la camiseta y los pantalones, quedando solo en su bañador.

Alexandra observó cómo Carlos se lanzaba al agua con una zambullida limpia, creando ondas que la alcanzaron.Cuando él emergió, sacudiendo el agua de su cabello, Alexandra ya estaba más cerca, sus miradas atrapadas en un juego silencioso.

Nadaron juntos por un momento, sin decir nada, solo sintiendo la presencia del otro. La tensión en el aire era palpable, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a romper el hechizo.

-¿Te acuerdas cuando éramos niños y pasábamos horas en la piscina? -dijo Carlos finalmente, nadando hasta estar a solo unos centímetros de ella.

-Sí, y tú siempre intentabas asustarme tirándome agua -respondió Alexandra con una sonrisa, su mirada fija en los ojos de Carlos.

-Creo que este año las cosas son un poco diferentes, ¿no crees? -dijo Carlos, su voz más suave, más íntima.

Alexandra asintió lentamente, consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Podía sentir el calor de su cuerpo incluso en el agua fría, y por un momento, nada más importaba.

-Sí, este verano se siente diferente -murmuró ella, sin apartar la mirada de él.

Carlos se inclinó un poco más cerca, sus ojos buscando algún indicio de lo que Alexandra estaba pensando. Su mano se deslizó suavemente por el agua hasta rozar la de ella. El contacto fue electrizante, y ambos lo sintieron.

-Alex... -comenzó a decir Carlos, pero antes de que pudiera continuar, Alexandra se acercó y puso un dedo sobre sus labios.

-Shhh... -susurró-. No digas nada. Solo... quédate aquí conmigo.

Y así, bajo la luz de la luna y rodeados por el murmullo de las olas y el suave balanceo del agua, Carlos y Alexandra se quedaron allí, disfrutando de la presencia del otro, sin saber lo que el resto del verano les depararía, pero conscientes de que algo nuevo había comenzado.

El verano en El Palmar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora