cap. 17: Un mal dia

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Era un día lluvioso de noviembre, y Alexandra llegó a casa del trabajo sintiéndose agotada. El tráfico había sido un caos, y el peso de las responsabilidades del día se sentía más pesado que nunca. Al abrir la puerta, lo primero que escuchó fue el suave murmullo de la televisión y el sonido de los pequeños coches de juguete que su hijo, Martín, de cuatro años, movía por la alfombra del salón.

Carlos estaba sentado en el sofá, con la mirada perdida en la pantalla. Aunque el televisor estaba encendido, parecía que su mente estaba en otro lugar, atrapada en las tensiones del día. Martín, ajeno a todo esto, jugaba feliz, inmerso en su propio mundo de imaginación.

—Hola, cariño —dijo Alex con una sonrisa cansada mientras dejaba sus cosas en el recibidor y se dirigía hacia el salón.

Carlos apenas murmuró un "hola" sin apartar la vista de la pantalla, lo que hizo que Alexandra se detuviera en seco. No era la bienvenida cálida que esperaba después de un largo día de trabajo. Frunció el ceño y se acercó más.

—¿Todo bien? —preguntó, intentando entender qué le sucedía.

Carlos asintió brevemente, sin mucha convicción, lo que solo aumentó la inquietud de Alexandra.

—¿Segura? —insistió, tomando asiento a su lado en el sofá, notando la tensión en su postura.

—Solo estoy cansado, Alex —respondió Carlos, finalmente mirándola, pero sus ojos no reflejaban la calidez habitual—. Ha sido un día difícil.

La respuesta fue suficiente para hacer que Alexandra sintiera una mezcla de preocupación y frustración. Ambos habían tenido días difíciles, pero siempre habían encontrado consuelo el uno en el otro. Sin embargo, hoy, Carlos parecía distante, como si algo más profundo lo estuviera molestando.

—No eres el único que ha tenido un mal día —dijo Alexandra, su tono sonando más severo de lo que pretendía—. He estado corriendo de un lado a otro todo el día, y lo único que quería era llegar a casa y sentirme… no sé, apoyada.

Carlos suspiró, frotándose las sienes como si tratara de deshacerse de un dolor de cabeza que había estado acumulándose durante horas.

—No es que no quiera apoyarte, Alex, pero a veces también necesito mi espacio —respondió, su voz teñida de irritación—. No todo puede girar a tu alrededor.

Las palabras de Carlos cayeron como una losa sobre Alexandra. Sintió cómo una oleada de dolor e indignación se acumulaba en su pecho. Durante años, habían sido el apoyo mutuo, superando juntos cada obstáculo. Pero ahora, esta distancia, este resentimiento que parecía surgir de la nada, era algo nuevo y profundamente doloroso.

—¿De verdad crees que estoy siendo egoísta? —preguntó Alexandra, levantándose del sofá, su voz temblando por la mezcla de emociones—. Lo único que hago es preocuparme por ti, por nosotros… y ahora me haces sentir como si fuera un peso para ti.

Carlos se levantó también, su expresión dura, aunque en el fondo podía ver la culpa comenzando a aflorar.

—No quise decir eso, Alex… —empezó, pero las palabras ya estaban dichas, y el daño hecho.

Alexandra negó con la cabeza, las lágrimas empezando a nublar su visión. Sin decir más, se dio la vuelta y salió del salón, dirigiéndose hacia su habitación. Necesitaba estar sola, lejos de la tensión, lejos de las palabras que no sabía cómo procesar.

Carlos se quedó en el salón, mirando cómo ella desaparecía por el pasillo. En el instante en que la vio marcharse, sintió un peso aplastante de arrepentimiento. Sabía que había manejado mal la situación. Todo el cansancio, el estrés… nada de eso justificaba lo que acababa de decir.

—¡Alex! —gritó, siguiendo su impulso y corriendo tras ella, dejando a Martín momentáneamente solo en el salón.

La encontró en su habitación, de pie junto a la ventana, mirando la lluvia caer. El sonido de sus sollozos ahogados llenaba el espacio, y en ese momento, Carlos sintió que el mundo se detenía. Se acercó lentamente, temiendo que cualquier palabra mal dicha pudiera romperla aún más.

—Lo siento… —murmuró con una voz quebrada, acercándose a ella desde atrás.

Alexandra no respondió de inmediato. Seguía mirando hacia la ventana, las lágrimas cayendo silenciosamente por sus mejillas. Carlos rodeó sus brazos alrededor de ella, buscando consolarla, buscando una manera de deshacer el dolor que había causado.

—No debería haber dicho eso —continuó, su voz llena de arrepentimiento—. He estado estresado, frustrado… pero eso no justifica que te trate así. Tú no eres un peso, Alex. Eres mi todo.

Alexandra cerró los ojos, dejándose envolver por el calor de Carlos, pero el dolor seguía allí, palpitante.

—No quiero que te alejes de mí —dijo ella finalmente, su voz suave, casi un susurro—. Solo quiero que seamos nosotros, como siempre.

Carlos la giró para enfrentarla, tomando su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo.

—No me voy a alejar, Alex. Esto es solo un mal día, pero no cambia lo que siento por ti, ni lo que somos juntos. Te amo, y eso no va a cambiar nunca.

Ella lo miró a los ojos, buscando la verdad en sus palabras. Y la encontró. Lentamente, sus sollozos disminuyeron, y aunque el dolor no desapareció por completo, sintió que con Carlos allí, podrían superarlo.

—Yo también te amo —respondió, inclinándose para apoyar su frente contra la de él.

Se quedaron así, en silencio, dejando que la calma volviera poco a poco. A veces, los días difíciles eran inevitables, pero lo que realmente importaba era cómo lograban superarlos juntos.

Después de un momento, Carlos la besó suavemente en los labios, un gesto de reconciliación, de amor y de promesa de que, a pesar de todo, seguirían adelante.

—Vamos a ver a Martín —dijo finalmente, sabiendo que su pequeño también necesitaba sentir la calma restaurada en su hogar.

Alexandra asintió, y juntos, tomados de la mano, volvieron al salón, donde Martín jugaba despreocupado, ajeno al breve conflicto entre sus padres. Lo abrazaron con fuerza, sintiendo que, a pesar de las tormentas, siempre serían una familia unida.

El verano en El Palmar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora