cap. 20: la revelación

46 2 0
                                    

Días después de aquella tranquila mañana, Alex y Carlos se encontraron en la clínica para una de las revisiones rutinarias del embarazo. La sala de espera estaba llena de otras parejas, todas ansiosas por recibir noticias de sus futuros bebés. Carlos sostenía la mano de Alex mientras hojeaba distraídamente una revista. A pesar de estar tranquilo por fuera, por dentro, estaba lleno de emoción y expectación.

Finalmente, la puerta de la consulta se abrió, y la médica, una mujer de sonrisa cálida y ojos amables, los invitó a pasar. Alex se acomodó en la camilla, mientras Carlos se sentaba a su lado, tomándola de la mano. Ambos habían pasado por este proceso antes con Martín, pero la emoción seguía siendo tan intensa como la primera vez.

La médica aplicó el gel sobre el vientre de Alex y comenzó a mover el transductor del ecógrafo con cuidado. Pronto, en la pantalla aparecieron las imágenes en blanco y negro de su bebé, y Carlos y Alex no pudieron evitar sonreír al ver cómo su pequeña se movía en el vientre de su madre.

—Todo se ve muy bien —dijo la médica, observando las imágenes con atención—. Su bebé está creciendo de manera saludable. ¿Quieren saber el sexo?

Carlos y Alex intercambiaron una mirada rápida. Habían hablado de dejarlo como una sorpresa, pero la curiosidad y la emoción eran demasiado fuertes para resistirse.

—Sí, queremos saber —respondió Alex, apretando un poco más la mano de Carlos.

La médica sonrió y movió el transductor un poco más, enfocándose en la imagen del bebé.

—Bueno, parece que van a tener una niña. Felicidades, papá y mamá —anunció con una sonrisa.

Carlos sintió como si su corazón se expandiera en su pecho. Una niña. Una pequeña niña a la que amaría y protegería con todo su ser. Se inclinó hacia el vientre de Alex, dejando un beso suave sobre la piel cubierta de gel.

—La princesa de papá —susurró con ternura, lo que hizo que Alex sonriera y sintiera un nudo de emoción en la garganta.

—Todavía no tenemos un nombre —dijo Alex, mirando a Carlos—, pero parece que ya tienes un apodo para ella.

Carlos levantó la vista, sus ojos brillaban con una mezcla de amor y orgullo.

—No importa el nombre que elijamos, siempre será mi princesa —dijo, su voz llena de una certeza inquebrantable.

La médica los dejó unos momentos para que pudieran disfrutar del instante, sabiendo que estos eran los recuerdos que se atesorarían para siempre. Después de terminar la ecografía y recibir algunas indicaciones más, la pareja salió de la consulta, abrazados y más emocionados que nunca.

De camino a casa, Carlos no dejaba de hablar sobre lo que haría con su pequeña niña. Imaginaba cómo la enseñaría a jugar al tenis, cómo la protegería de todo mal y cómo siempre estaría ahí para ella, igual que lo hacía con Martín.

—¿Ya estás planeando todo eso? —preguntó Alex, divertida, mientras lo miraba con ternura.

—No puedo evitarlo —respondió Carlos, con una sonrisa traviesa—. Solo pienso en lo mucho que quiero que nuestra hija sepa lo amada que es desde el primer momento.

Alex lo observó en silencio, sintiendo una profunda gratitud por tener a alguien como Carlos a su lado. Su vida, que ya estaba llena de amor con Martín, ahora se preparaba para recibir a un nuevo miembro, una pequeña que sin duda cambiaría sus vidas de maneras que ni siquiera podían imaginar.

Esa noche, mientras Martín dormía profundamente en su habitación, Alex y Carlos se acostaron juntos, sus manos descansando sobre el vientre de Alex, donde la pequeña princesa se movía suavemente. Se quedaron en silencio, disfrutando de la calma y la conexión que compartían, sabiendo que, sin importar lo que trajera el futuro, estarían juntos, listos para recibir a su pequeña con todo el amor del mundo.

Carlos cerró los ojos, imaginando el día en que tendría a su hija en brazos por primera vez, mientras Alex, a su lado, soñaba con todos los momentos hermosos que compartirían como familia. En la oscuridad de la habitación, una nueva historia comenzaba a escribirse, una que estaría llena de risas, desafíos, y sobre todo, de un amor que nunca dejaría de crecer.

El verano en El Palmar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora