cap. 22: El nacimiento

47 2 0
                                    

Era una fría mañana de marzo cuando el gran momento finalmente llegó. El sol apenas comenzaba a asomarse sobre el horizonte, iluminando el cielo con tonos cálidos y dorados. El aire estaba cargado de una mezcla de emoción y nerviosismo en la casa de los Alcaraz Martínez.

Alex había estado sintiendo contracciones leves durante la noche, y ahora, mientras el reloj marcaba las primeras horas del día, supieron que era el momento de dirigirse al hospital. Carlos se movía rápidamente, preparando todo con una mezcla de entusiasmo y ansiedad. Martín, aún medio dormido, fue despertado con una promesa de que iba a conocer a su nueva hermanita pronto.

—Alex, ¿cómo te sientes? —preguntó Carlos, mientras ayudaba a Alex a vestirse y se preparaban para salir.

—Estoy lista —respondió Alex, con una sonrisa que intentaba ocultar su nerviosismo—. Solo quiero que todo salga bien y conocer a nuestra pequeña Irene.

Carlos la miró con admiración y le dio un beso en la frente antes de guiarla hacia el coche. A medida que se dirigían al hospital, el tráfico parecía estar de su lado, y llegaron a tiempo para que los médicos pudieran prepararse para el parto.

Una vez en el hospital, los médicos y las enfermeras se hicieron cargo de Alex mientras Carlos esperaba en la sala de espera, ansioso. La espera parecía interminable, con cada minuto sintiéndose como una hora. Carlos caminaba de un lado a otro, revisando su reloj y tratando de calmar sus nervios.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, un enfermero salió de la sala de parto y se acercó a Carlos con una sonrisa.

—¡Felicidades! Han tenido una hermosa niña. Tanto la mamá como la bebé están bien. Puedes ir a verlas ahora.

Carlos sintió una ola de alivio y felicidad al mismo tiempo. Se apresuró a seguir al enfermero, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cuando entró en la habitación, vio a Alex, exhausta pero radiante, con una pequeña figura envuelta en una manta sobre su pecho.

—Es Irene —dijo Alex, con una sonrisa débil pero feliz—. Nuestra hija.

Carlos se acercó con cuidado y miró a su hija por primera vez. Irene tenía una cabeza llena de finos mechones oscuros y unos ojos que, aunque aún cerrados, parecían buscar a sus padres. La pequeña estaba dormida, envuelta en la cálida manta que la protegía.

—Es perfecta —dijo Carlos, su voz quebrándose ligeramente por la emoción—. Es exactamente como la imaginé.

Se inclinó para besar la frente de Alex y luego acarició suavemente la mejilla de su hija, sintiendo una conexión instantánea y profunda.

—Hola, Irene —susurró Carlos, con lágrimas en los ojos—. Soy tu papá. Estamos tan felices de conocerte.

Alex observaba la escena con una profunda gratitud, sintiendo que todo el dolor y el cansancio valieron la pena al ver a su familia reunida. Martín llegó poco después, con la ayuda de sus abuelos, y sus ojos se iluminaron al ver a su nueva hermana.

—¿Puedo verla? —preguntó Martín, acercándose con cuidado.

Carlos lo levantó y lo llevó hacia la cama de Alex. Martín miró a Irene con curiosidad y amor, tocando suavemente su pequeño pie.

—Es tan pequeña —dijo Martín, con una sonrisa—. ¡Me gusta!

La familia se quedó junta en la habitación, disfrutando del momento y compartiendo la alegría de la llegada de Irene. Carlos y Alex se miraron con amor y satisfacción, sabiendo que habían creado una nueva vida llena de posibilidades y promesas.

A medida que la tarde avanzaba, el hospital se llenó de visitas y felicitaciones, pero para Alex y Carlos, el mundo exterior parecía haber desaparecido. En ese pequeño rincón del hospital, estaban simplemente disfrutando de la llegada de su hija y de la unidad de su familia, sintiendo que la vida nunca había sido tan completa y perfecta.

Irene estaba aquí, y con ella, un nuevo capítulo de su historia comenzaba, lleno de amor, esperanza y un futuro brillante por delante.

El verano en El Palmar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora