El sol brillaba intensamente sobre las colinas y el mar resplandecía bajo la luz del mediodía mientras la familia Alcaraz-Martínez se dirigía hacia El Palmar. El viaje en coche había estado lleno de risas y canciones, con los niños emocionados por pasar otro verano en la casa familiar. Desde la ventana, el paisaje comenzaba a volverse familiar, con la carretera serpenteante que los llevaba hacia la costa, donde tantas memorias felices habían sido creadas.
—¡Mamá, cuánto falta! —preguntó Pablo, impaciente, desde su asiento en la parte trasera del coche.
—Ya casi estamos, pequeño —respondió Alex, volviendo la cabeza hacia sus hijos con una sonrisa—. ¿Ves esa colina? Justo detrás de ella está la playa.
—¡Siiiiii! —gritaron Irene y Martín al unísono, aplaudiendo emocionados.
Carlos, que estaba al volante, compartió una mirada de complicidad con Alex. Cada verano en El Palmar había sido especial, pero este año se sentía diferente. Sus hijos ya no eran los niños pequeños que solían corretear por la playa sin preocupaciones; ahora estaban creciendo rápido, con personalidades definidas y aventuras propias. Este verano sería, sin duda, uno para recordar.
Finalmente, el coche giró en la última curva y, al hacerlo, la amplia vista del océano y la casa familiar apareció ante ellos. La casa, con su fachada blanca y sus ventanas azules, los esperaba con la misma calidez de siempre. Al estacionar, los niños no esperaron ni un segundo antes de abrir las puertas y salir corriendo hacia la entrada.
—¡Vamos, mamá! ¡Vamos, papá! —gritó Martín, ya adelantándose hacia la puerta principal.
—Tranquilos, que aún tenemos que sacar las maletas —dijo Carlos, riendo mientras los observaba.
Los tres niños se detuvieron al escuchar eso y se acercaron, dispuestos a ayudar con el equipaje, aunque más emocionados por ver a sus primos que por descargar el coche.
La puerta de la casa se abrió antes de que pudieran llegar a ella, y ahí estaban los Alcaraz y Martínez, los abuelos, los tíos y los primos, esperándolos con los brazos abiertos. Las risas y los abrazos llenaron el aire en cuestión de segundos.
—¡Bienvenidos! —dijo Carmen, la madre de Alex, envolviéndola en un fuerte abrazo.
—Es tan bueno estar aquí de nuevo —respondió Alex, devolviendo el abrazo y luego saludando al resto de la familia.
Los niños, por su parte, ya habían desaparecido en el interior de la casa, buscando a sus primos para comenzar a jugar de inmediato. El ambiente estaba lleno de esa alegría contagiosa que solo se encuentra en las reuniones familiares.
—Parece que los niños van a tener un verano ocupado —comentó Virginia, la madre de Carlos, sonriendo mientras observaba cómo los pequeños corrían por el jardín.
—Y nosotros también —dijo Carlos, colocando un brazo alrededor de los hombros de Alex—. Aunque por fin tenemos algo de ayuda para vigilarlos.
—Eso es cierto —rió Alex—. Estoy segura de que este verano será uno de los mejores.
Las tardes en El Palmar se llenaban de risas infantiles, juegos en la piscina y paseos por la playa. Las noches estaban reservadas para cenas familiares bajo las estrellas, con largas conversaciones y planes para el día siguiente.
Unos días después de su llegada, la casa se llenó aún más con la llegada de los primos de Martín, Irene y Pablo. La presencia de los niños mayores hizo que el verano fuera aún más especial, con excursiones a la playa y torneos de voleibol que se extendían hasta el anochecer.
Una de esas noches, mientras el sol se ponía y los niños corrían por la playa, Alex y Carlos se tomaron un momento para ellos. Se alejaron un poco del grupo y caminaron por la orilla, disfrutando de la brisa marina y el sonido de las olas.
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El verano en El Palmar
RomanceLa familia Alcaraz y la familia Martínez siempre pasaban los veranos en El Palmar, Cádiz ,las familias eran muy unidas y dentro de esa unión estaban Carlos y Alexandra,mejores amigos desde la infancia,hasta ese verano,ese verano fue el cambio de tod...