cap. 12: Una mañana de diciembre

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La mañana de diciembre se presentaba fría y lluviosa, con las primeras luces del día apenas comenzando a filtrarse a través de las ventanas de su hogar. Era temprano, alrededor de las siete, pero Carlos ya estaba despierto, moviéndose con cuidado para no despertar a Alexandra. Sin embargo, al llegar a la cocina, se sorprendió al encontrarla allí, despierta desde hacía ya un rato.

Alexandra, ahora con 23 años, estaba de pie frente al microondas, esperando a que el biberón de Martín estuviera listo. La luz tenue de la cocina iluminaba su rostro, revelando signos de cansancio. Había pasado casi toda la noche en vela, cuidando de su pequeño que se había resfriado y no lograba dormir bien.

Carlos se acercó a ella con una sonrisa suave, sus pasos apenas audibles sobre el suelo de la cocina. La rodeó con los brazos desde atrás, depositando un beso en su cuello.

—Buenos días, amor —murmuró con voz suave—. No esperaba encontrarte levantada tan temprano.

Alexandra se apoyó en su pecho, disfrutando de su calidez en medio del cansancio.

—Buenos días —respondió, girando la cabeza para mirarlo—. Martín no ha dormido bien; ha estado inquieto toda la noche. Estoy preparándole el biberón para ver si se calma un poco.

Carlos acarició su brazo, preocupado al notar el cansancio en su voz.

—Lamento que hayas tenido que estar despierta tanto tiempo —dijo, con una nota de culpa—. Debería haberme levantado para ayudarte.

—No te preocupes, Carlos —respondió ella, sonriendo con cansancio—. Lo importante es que él esté bien.

El microondas emitió un leve pitido, indicando que el biberón estaba listo. Alexandra lo tomó y comenzó a comprobar la temperatura, mientras Carlos le daba un pequeño beso en la mejilla.

—Mi entrenamiento se suspendió por la lluvia —dijo, recordándole que no tenía que salir esa mañana—. Así que estoy aquí para ayudarte. ¿Dónde está el pequeño?

—En su habitación —respondió Alexandra—. Estaba medio despierto cuando vine a preparar el biberón.

Carlos asintió y, después de darle un beso en la frente a Alexandra, se dirigió hacia la habitación de su hijo. Al abrir la puerta, vio a Martín acurrucado bajo las mantas, con sus grandes ojos marrones fijos en la puerta.

—¡Papá! —dijo Martín con voz débil pero alegre al verlo.

Carlos sintió que su corazón se derretía al ver a su hijo. A pesar de estar enfermo, Martín siempre tenía una sonrisa para él. Se acercó a la cama y se sentó al borde, pasando una mano por el cabello oscuro y desordenado del pequeño.

—Hola, campeón —saludó Carlos, sonriendo—. ¿Cómo te sientes?

—Me duele la garganta —respondió Martín, con una pequeña mueca.

Carlos sintió una punzada de tristeza al escuchar esas palabras. Odiaba ver a su hijo enfermo, pero sabía que él y Alexandra estaban allí para cuidarlo.

—Mamá está preparando un biberón para ti —dijo, tratando de consolarlo—. Eso te hará sentir mejor.

Martín asintió, sus ojos comenzando a cerrarse de nuevo. Carlos se quedó a su lado, sosteniendo su pequeña mano hasta que Alexandra entró en la habitación con el biberón.

—Aquí tienes, cariño —dijo ella suavemente, inclinándose para ofrecerle el biberón.

Martín lo tomó con ambas manos, y después de unos sorbos, se acomodó mejor en la cama. Alexandra se sentó junto a Carlos, observando a su hijo mientras bebía.

—Eres una madre increíble, ¿lo sabes? —dijo Carlos en voz baja, mirando a Alexandra con admiración.

Ella sonrió, pero el cansancio era evidente en su expresión.

—No podría hacerlo sin ti —respondió, apoyando su cabeza en el hombro de Carlos—. Somos un buen equipo.

Carlos la abrazó, disfrutando del momento de tranquilidad. A pesar del cansancio, del trabajo, de los entrenamientos y de las responsabilidades, este era el tipo de vida que siempre había deseado, llena de amor y de esos pequeños momentos que, aunque desafiantes, eran invaluables.

Martín terminó su biberón y cerró los ojos, cayendo lentamente en un sueño más tranquilo. Alexandra suspiró aliviada y se levantó con cuidado para colocar el biberón vacío sobre la mesita de noche.

—¿Quieres descansar un poco más? —le preguntó Carlos, viendo cómo ella intentaba disimular un bostezo.

—Quizás debería —admitió ella, finalmente cediendo al agotamiento.

—Yo me quedaré aquí con Martín —dijo Carlos—. Ve a descansar. Si necesita algo, te llamo.

Alexandra le dedicó una mirada agradecida antes de inclinarse para besar a su hijo en la frente.

—Te amo, Carlos —susurró antes de salir de la habitación.

—Y yo a ti, Alex —respondió él, viendo cómo se desvanecía por el pasillo.

Carlos se quedó junto a la cama de Martín, viendo cómo su pequeño respiraba profundamente, finalmente en paz. A pesar de las dificultades que habían enfrentado desde que se convirtieron en padres, Carlos sabía que no cambiaría nada. Estos momentos, los buenos y los malos, eran los que definían su vida ahora, y no podía estar más agradecido por ello.

Mientras escuchaba la lluvia caer suavemente contra las ventanas, Carlos cerró los ojos y permitió que el sonido lo arrullara. La vida no era perfecta, pero estaba llena de amor, y eso era todo lo que importaba.

El verano en El Palmar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora