La noche era fría y lluviosa, contrastando con la calidez que llenaba la pequeña habitación del hospital. Carlos estaba sentado en una silla de madera, su mirada fija en el rostro pequeño y delicado del recién nacido que descansaba en la cuna junto a la cama de Alexandra. El sonido suave de la lluvia contra las ventanas creaba un ritmo relajante, casi como una canción de cuna para el bebé que había llegado al mundo apenas unas horas antes.
Martín. Ese era su nombre. El nombre que ambos habían elegido con tanto cariño y anticipación. Carlos no podía apartar la vista de él, sintiendo cómo una ola de emociones lo atravesaba. Había esperado este momento con una mezcla de emoción y temor, pero ahora que estaba aquí, frente a su hijo, todas esas preocupaciones parecían desvanecerse.
Martín estaba envuelto en una suave manta azul, su pequeño pecho subía y bajaba con cada respiración tranquila. Sus mejillas rosadas y sus finas cejas eran un reflejo perfecto de sus padres, una mezcla hermosa de Carlos y Alexandra. Cada pequeño detalle, desde los diminutos dedos hasta las pestañas que apenas comenzaban a formarse, era un recordatorio de que un nuevo capítulo había comenzado en sus vidas.
Carlos extendió la mano lentamente, temeroso de romper la quietud del momento, y acarició la suave mejilla de Martín con la punta de sus dedos. El contacto fue suficiente para que el bebé se moviera ligeramente, emitiendo un suave sonido que hizo sonreír a Carlos. Era tan pequeño, tan vulnerable, y sin embargo, tan perfecto en cada sentido.
Alexandra, aún recuperándose del parto, observaba a Carlos desde la cama. Aunque estaba agotada, no podía dejar de sonreír al ver la expresión de ternura y asombro en el rostro de él. Sabía que este era un momento que ambos recordarían para siempre, el momento en que sus vidas cambiaron para siempre con la llegada de su hijo.
-Es hermoso, ¿verdad? -susurró Alexandra, su voz suave y llena de amor.
Carlos asintió, sin apartar la vista de Martín.
-Es perfecto, Alex -respondió, con la voz cargada de emoción-. No puedo creer que esté aquí, con nosotros. Es... es un milagro.
Las palabras parecían inadecuadas para describir lo que sentía en ese momento. Había experimentado muchas emociones en su vida, pero nada se comparaba con el amor abrumador que sentía al mirar a su hijo. Era como si su corazón se hubiera expandido para dar cabida a una nueva forma de amor, uno que era incondicional y eterno.
Alexandra se incorporó un poco en la cama, extendiendo los brazos hacia Carlos.
-¿Quieres sostenerlo? -preguntó, viendo cómo los ojos de Carlos se iluminaban ante la idea.
Carlos vaciló un momento, temeroso de hacer algo mal, pero finalmente asintió. Con una delicadeza que nunca había creído posible en sí mismo, se inclinó y levantó a Martín de la cuna, acunándolo con cuidado en sus brazos. El bebé se movió ligeramente, pero se acomodó rápidamente en el pecho de su padre, como si ese fuera el lugar donde siempre había pertenecido.
-Hola, Martín -murmuró Carlos, su voz apenas un susurro-. Soy tu papá.
Al pronunciar esas palabras, Carlos sintió una conexión profunda e indescriptible con el pequeño ser que sostenía en sus brazos. Era su hijo, su sangre, su vida. Y en ese momento, supo que haría cualquier cosa por él, que siempre estaría allí para protegerlo y amarlo.
Alexandra observaba la escena con lágrimas en los ojos, emocionada por la ternura que emanaba de Carlos. Había visto muchas facetas de él a lo largo de los años, pero la que ahora presenciaba, la de un padre lleno de amor y devoción, era la más hermosa de todas.
-Te quiero tanto, Carlos -dijo Alexandra, sintiendo cómo su corazón se llenaba de gratitud y amor por el hombre que estaba a su lado.
Carlos levantó la vista y la miró con una sonrisa que decía todo lo que las palabras no podían expresar.
-Y yo a ti, Alex -respondió, acercándose para besarla suavemente en los labios-. Hemos creado algo increíble juntos.
Martín hizo un pequeño sonido, como si quisiera formar parte de ese momento, y ambos rieron suavemente. Era como si el pequeño ya supiera cuánto lo amaban, cuánto había sido deseado y esperado.
Pasaron el resto de la noche así, en silencio, disfrutando de la presencia del otro y de su hijo recién nacido. Carlos no soltó a Martín en ningún momento, incluso cuando el cansancio comenzó a hacer mella en él. Sabía que este era solo el comienzo de una nueva vida para los tres, una vida llena de desafíos, pero también de momentos hermosos como este.
Finalmente, cuando el cansancio se hizo inevitable, Carlos colocó a Martín de vuelta en su cuna, asegurándose de que estuviera cómodo y abrigado. Se inclinó y le dio un suave beso en la frente, susurrando un "te amo" antes de alejarse. Luego, se acostó al lado de Alexandra, rodeándola con un brazo mientras se acomodaban juntos en la pequeña cama del hospital.
-Nuestro pequeño Martín -murmuró Carlos, cerrando los ojos mientras el sueño lo vencía.
-Nuestro pequeño milagro -añadió Alexandra, acurrucándose contra él.
Y así, en la tranquilidad de la noche, con la suave respiración de Martín como fondo, se durmieron, sabiendo que su familia estaba completa, y que todo el amor que compartían ahora se multiplicaba en el pequeño ser que acababa de llegar a sus vidas.
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El verano en El Palmar
RomanceLa familia Alcaraz y la familia Martínez siempre pasaban los veranos en El Palmar, Cádiz ,las familias eran muy unidas y dentro de esa unión estaban Carlos y Alexandra,mejores amigos desde la infancia,hasta ese verano,ese verano fue el cambio de tod...