La Amenaza Emerge

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El cielo sobre Konoha se mantenía despejado, una vasta extensión de azul que reflejaba la aparente calma que reinaba en la aldea. Sin embargo, Boruto sentía que algo había cambiado, como si un velo invisible se hubiese posado sobre la ciudad, un susurro apenas perceptible que vibraba en el aire, en las esquinas y en las sombras que se alargaban con el paso de las horas.

No era un cambio que pudiera ver, sino uno que percibía en lo más profundo de su ser, en los rincones donde la intuición se mezcla con el instinto.

Mientras caminaba por las calles familiares de Konoha, la sensación se intensificaba, como una melodía discordante que resonaba en el fondo de su mente. Era un sentimiento extraño, sutil, como la presencia de alguien que te observa desde lejos, una presencia que se esconde entre las risas de los aldeanos y los ecos de sus pasos.

Boruto, inicialmente, pensó que era producto de su imaginación, un efecto residual de las emociones intensas que había experimentado desde su regreso.

¿Acaso era posible que la misma aldea que ahora lo acogía con cariño pudiera esconder un peligro al acecho? Parecía improbable, pero la inquietud no se disipaba.

Las sombras, que siempre habían sido un refugio familiar en los días de su infancia, ahora parecían alargarse de manera inusual, como si tuvieran vida propia, como si se movieran bajo una voluntad que no era la suya.

Los ojos de Boruto, entrenados para detectar lo más mínimo, comenzaron a captar movimientos extraños en la periferia de su visión: formas oscuras que se deslizaban como serpientes por el borde de su campo visual, pero que desaparecían en cuanto giraba la cabeza para mirarlas de frente.

Era como si el mismo aire estuviera impregnado de una esencia desconocida, un perfume amargo que se colaba en sus pulmones con cada respiración.

Al principio, Boruto intentó convencerse de que todo era un juego de su mente, una ilusión creada por la tensión y el peso de ser un héroe que había regresado a su hogar.

Pero la sensación no se desvanecía; por el contrario, se volvía más intensa con cada hora que pasaba, como si algo estuviera intentando romper la superficie de la realidad, como un pez que nada justo bajo la superficie del agua, listo para emerger en cualquier momento.

Su Jogan, que había sido un regalo y una maldición en partes iguales, comenzó a mostrarle destellos de una verdad que los demás no podían ver.

Las sombras, que antes parecían simples parpadeos en su visión, ahora se definían con mayor claridad: eran figuras humanas, envueltas en una oscuridad profunda que no pertenecía a este mundo. Eran como fantasmas, presencias que habitaban el umbral entre lo real y lo irreal, entre la luz y la sombra.

Boruto se detuvo en seco una tarde, al borde de un parque donde los niños jugaban despreocupados, y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Allí, en la distancia, vio una figura que lo observaba.

Era solo un destello, un reflejo momentáneo de ojos rojos brillando en la penumbra. Un segundo después, la figura desapareció, como si nunca hubiera estado allí. Pero Boruto sabía que no lo había imaginado. Algo estaba muy, muy mal en Konoha.

Esa noche, el aire en la aldea se sintió más denso, como si cada aliento fuera una carga. Boruto no pudo dormir; algo lo mantenía en vela, una sensación de urgencia que lo hizo levantarse de la cama y salir al balcón, donde el viento frío de la noche le dio la bienvenida.

Desde allí, podía ver la aldea dormida, sus luces titilando como estrellas atrapadas en la tierra. Pero en medio de esa serenidad aparente, sintió la perturbación, una grieta en la paz que tanto había costado alcanzar.

De repente, lo vio de nuevo: una sombra que se movía con una fluidez casi irreal entre los tejados, deslizándose con una gracia felina, pero con una determinación implacable.

Boruto entrecerró los ojos, enfocando su Jogan en la figura, y su corazón se detuvo por un instante cuando la figura se volvió hacia él. Era un joven, de su misma edad, pero su apariencia era un reflejo oscuro de alguien que Boruto conocía bien: era idéntico a Sasuke Uchiha.

El joven se movía con la misma elegancia y precisión que Sasuke, pero su mirada no mostraba ni rastro de compasión o duda; solo una determinación fría que parecía cortar el aire a su alrededor.

En ese momento, Boruto comprendió que estaba frente a una amenaza que iba más allá de cualquier cosa que hubiera enfrentado antes. El aire a su alrededor pareció congelarse mientras la figura en la sombra desaparecía tan repentinamente como había aparecido, dejando atrás un vacío inquietante.

Boruto sintió una punzada en el pecho, una mezcla de terror y responsabilidad que lo impulsó a correr hacia la habitación de sus padres. Pero cuando llegó, lo que encontró fue un vacío que lo hizo caer de rodillas. La ventana estaba abierta, la cortina ondeando suavemente como una bandera de derrota. Naruto había desaparecido.

El pánico se apoderó de Boruto, pero fue rápidamente reemplazado por una frialdad calculada que había aprendido de su maestro. Sabía que debía actuar rápido. Mientras buscaba desesperadamente alguna pista, una voz resonó en la oscuridad, una voz que parecía surgir de las sombras mismas.

En cinco días, Konoha será borrada de la faz del planeta.

El mensaje, frío y definitivo, se grabó en su mente como un sello de fuego. Al darse la vuelta, vio algo que le heló la sangre: en la pared de la habitación, escrita con una caligrafía elegante pero implacable, estaba el nombre de su captor:

Kazuto Uzumaki Uchiha

Boruto entendió entonces que este no era un enemigo común. Kazuto, con su mezcla letal de las habilidades de los clanes Uzumaki y Uchiha, había hecho su movimiento, y lo había hecho con una precisión y una crueldad que dejaban claro que no se detendría ante nada para cumplir su objetivo.

Boruto sintió cómo la desesperación se mezclaba con la furia en su interior. Este era un desafío que no podía ignorar, una amenaza que debía enfrentar, no solo por el bien de Konoha, sino por su padre, por su familia, por todo lo que amaba.

Mientras el eco de la voz de Kazuto se desvanecía en la noche, Boruto supo que el tiempo estaba en su contra. En cinco días, todo lo que había jurado proteger podría ser destruido.

La amenaza había emergido de las sombras, y ahora, no había vuelta atrás. Konoha estaba en peligro, y Boruto debía encontrar la manera de detener a Kazuto antes de que fuera demasiado tarde.

 Konoha estaba en peligro, y Boruto debía encontrar la manera de detener a Kazuto antes de que fuera demasiado tarde

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Lazos De Sangre Y Furia (Boruto Uzumaki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora