Lazos De Sangre Y Furia (Boruto Uzumaki)

Un Pasado Roto

En el oscuro y frío rincón de su mente, donde los recuerdos se arremolinaban como fantasmas atrapados, Kazuto revivía los momentos más dolorosos de su infancia, esos fragmentos de tiempos que habían dado forma al odio que ahora consumía su alma.

A pesar de la fuerza que había acumulado, de las habilidades que había perfeccionado, esos recuerdos seguían siendo cicatrices que nunca sanaron, heridas abiertas que sangraban en silencio, dejando un rastro que nunca pudo borrar.

El recuerdo lo llevó de regreso a un tiempo en que era solo un niño, un niño de cinco años cuya vida había estado marcada por el rechazo y el dolor desde el primer aliento que había tomado en este mundo. Su madre, la única figura que podría haberle ofrecido amor y protección, murió en el instante en que él nació.

El llanto que acompañó su llegada al mundo fue también el último aliento de la mujer que le había dado la vida, y desde ese momento, su existencia fue vista como una maldición, una sombra oscura que se cernía sobre aquellos que lo rodeaban.

En el clan Uchiha, entre aquellos que debieron ser su familia, Kazuto era tratado como una aberración, un ser que no merecía ni siquiera el más mínimo acto de compasión.

Lo acusaban de haber asesinado a su madre, como si su nacimiento hubiera sido un crimen imperdonable. Era una carga que no podía comprender, un peso que aplastaba su pequeña alma, llenándola de una tristeza que no podía expresar.

Sus primeros recuerdos estaban llenos de golpes, de puños cerrados que se estrellaban contra su cuerpo pequeño y frágil, de pies que lo pateaban mientras yacía en el suelo, intentando comprender por qué era tan odiado.

Las palabras que le lanzaban eran como dagas envenenadas, cada insulto, cada acusación, perforando su corazón con un dolor que no tenía nombre.

— Eres un monstruo — le decían, sus voces llenas de desprecio y odio — Mataste a tu madre. No deberías haber nacido.

Esas palabras, repetidas como un mantra por aquellos que lo rodeaban, se clavaron en su mente, formando raíces profundas que crecieron con él, envenenando su espíritu, haciéndole creer que era realmente la aberración que decían que era.

Sus ojos, grandes y llenos de una tristeza infinita, buscaban alguna señal de compasión, alguna señal de que no estaba solo en un mundo que parecía odiarlo por su mera existencia, pero lo único que encontró fue oscuridad.

Kazuto estaba aislado, encerrado en un pequeño cuarto dentro de la residencia Uchiha, un lugar oscuro y húmedo, donde las paredes parecían cerrarse sobre él, donde el aire se volvía cada vez más pesado, como si el mundo mismo intentara aplastarlo.

Era un lugar donde la luz apenas se filtraba, donde los días y las noches se mezclaban en una penumbra interminable que lo envolvía como un sudario.

Sus pequeños puños golpeaban la puerta cerrada, sus gritos de desesperación resonando en el silencio, pero nadie venía, nadie respondía a su llamado. El mundo exterior era un lugar inalcanzable, un sueño lejano que solo podía imaginar desde las sombras de su prisión.

Su mente, aún joven e inocente, no podía comprender por qué era tratado de esa manera, por qué aquellos que debían protegerlo se habían convertido en sus verdugos.

En su desesperación, Kazuto solía abrazarse a sí mismo, su cuerpo temblando bajo el peso de su dolor, intentando encontrar algún tipo de consuelo en la soledad. Pero la soledad solo lo consumía más, como un pozo sin fondo que lo arrastraba cada vez más profundo en su tristeza.

A veces, en esos momentos de mayor desesperación, cerraba los ojos con fuerza, intentando escapar, intentando imaginar un lugar donde no existiera el odio, donde pudiera ser amado, pero esos sueños siempre se desvanecían en la realidad fría y cruel que lo rodeaba.