Aquellos ojos

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Su noche, sí; esta iba a ser su noche. Estaba muy feliz por haber conseguido un pedacito de lo que tanto añoraba. Hoy lo llevaba a su lugar secreto, aquel donde todo era posible. Allí compartiría junto a su pequeño tesoro momentos de íntimo placer.
Se escabulló entre las penumbras para no ser descubierta. La oscuridad y los enmarañados pasillos del convento no fueron un obstáculo. Había recorrido tantas veces aquellos lugares que hasta ciega hubiera encontrado el camino. En otras ocasiones tuvo miedo, pero ahora se sentía acompañada.
Por fin llegó a su destino. El antiguo baño clausurado era repelente, incluso para las más “osadas” del recinto, pero no para ella. Este era su sitio especial, su lugar secreto.
Todo estaba preparado desde el día anterior. Encontró a tientas la vela que había dejado junto a la puerta. La encendió y una tenue luz acarició las sombras. La cera aromática, al derretirse, endulzó el aire con una suave fragancia.
Era perfecto. Aquí todo era posible. Se acomodó en el suelo y sacó, del bolsillo más cercano al corazón, la foto de los gemelos Yeni y Yoni. El solo hecho de verlos y sentirse a solas con ellos era mágico. Cerró los ojos y suspiró mientras deslizaba una mano entre sus muslos, hasta que los dedos rozaron la húmeda seda. Volvió a mirar la fotografía y se penetró más allá de lo explorado, perdiéndose en una ola de gemidos y placeres. Sacó el plátano sin cáscara que traía guardado y comenzó a chuparlo, pensando en Yoni. Luego lo sacó de su boca y comenzó a penetrarse , disfrutando con cada embate del improvisado consolador. Con la otra mano sacó una lazca de fruta de papaya y comenzó a lamerla con lujuria, mientras pensaba en Yeni. El dulce jugó se deslizaba por su cuello hasta su pecho, haciendo erizar sus pezones.  ¿Cómo podían haberle inculcado que aquello que experimentaba era una perversión? Nadie que hubiese disfrutado esta experiencia podría blasfemar así.
La luz de la vela dibujaba provocadoras siluetas en las paredes. En medio del éxtasis la joven entreabrió los ojos y de pronto sus fantasías quedaron desechas. No lo podía creer, la habían descubierto. Una mirada inquisidora la acechaba desde un rincón.
Estaba perdida, tiró la foto y huyó desesperada. Los ojos se mantuvieron fijos, estampados en la oscuridad. Mientras corría imaginó los castigos más severos por causa de su imprudencia. Se sintió sucia y culpable. Tuvo asco al notar los dedos empapados y juró nunca más volver al lugar secreto. A partir de ahora sería el lugar prohibido.
Después de aquel día aquellos ojos comenzaron a acosarla constantemente.
Estaban por todas partes y lo que más la martirizaba era no haber podido reconocer a quién pertenecían. Era  insoportable, por lo que decidió  ponerle fin a esa maldita mirada que la atormentaba.
La noche siguiente la encontraron muerta. En seguida los curiosos invadieron el patio. Según los que la vieron, había caído del balcón, al parecer persiguiendo algo.
- Suicidio - pensaron algunos.
- La pobre, no estaba muy bien últimamente - comentaron otros.
- ¡Solavaya! - exclamó la mayoría haciendo el gesto de la cruz cuando una mariposa bruja se posó junto al cadáver, mostrando en sus alas unos expresivos dibujos en forma de ojos, que parecían buscar un culpable entre los presentes.

Fin

Terror, espadas y erotismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora