XIX

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Llegamos al departamento, y en cuanto cruzamos la puerta, una sensación de paz me envolvió. Este lugar había comenzado a sentirse como un refugio, un rincón del mundo donde todo parecía más simple, más claro. Dejé mi bolso en el recibidor y me giré hacia Pablo, quien sonrió al verme. Mi corazón se llenó de una calidez indescriptible, una mezcla de orgullo y amor que se arremolinaba en mi pecho.

—Estoy tan orgullosa de ti—le dije, dejando que esas palabras fluyeran con toda la sinceridad que sentía. Verlo jugar ese día había sido un recordatorio de todo lo que él representaba, no solo para mí, sino para todos los que creían en él. Su dedicación, su pasión... todo lo que lo hacía ser quien era.

Pablo me miró con una ternura que me hizo sentirme aún más conectada con él.—Gracias—respondió, su voz suave y llena de aprecio.—Tenerte ahí, apoyándome, hace que todo valga la pena.

Me acerqué a él, entrelazando mis dedos con los suyos mientras nos dirigíamos al balcón, nuestro rincón favorito del departamento. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y naranjas. El atardecer en Girona siempre tenía un toque especial, como si el día se despidiera con un último estallido de color antes de darle paso a la noche.

Nos sentamos en el sillón del balcón, ese que se había convertido en nuestro pequeño refugio. El aire era fresco y cargado con el aroma del verano. Al principio, el silencio entre nosotros fue cómodo, ambos disfrutando del simple hecho de estar juntos. Pero había algo en la manera en la que Pablo se recostó, en la forma en que su mirada se enfocó en el horizonte, que me indicó que tenía algo en mente.

—Nicole—comenzó, su tono un poco más serio, pero siempre con esa suavidad que lo caracterizaba.—La próxima vez que vengas... nos enfrentaremos al Mallorca, el equipo de tu padre.

Sus palabras hicieron que mi corazón diera un pequeño vuelco. Sabía que ese momento llegaría eventualmente, pero escucharlo decirlo en voz alta lo hacía sentir más real, más cercano. Lo miré a los ojos, notando la mezcla de determinación y preocupación que brillaba en ellos.

—Lo sé—respondí, dejándome llevar por la certeza de que esto era lo correcto.—Es hora de que tú conozcas a mis padres, ¿no?

Pablo se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando mis palabras. Finalmente, asintió, apretando ligeramente mi mano como si quisiera transmitirme su apoyo y comprensión.

—Sí, es hora—dijo, su voz firme, pero con una calidez que me reconfortó.—Sé que es importante

Respiré profundamente, dejando que sus palabras se asentaran en mi interior. Había algo poderoso en la manera en que él siempre parecía estar dispuesto a enfrentar cualquier cosa por nosotros, por lo que estábamos construyendo juntos.

—Mis padres no son... complicados, por decirlo de alguna manera—le expliqué, sintiendo la necesidad de preparar el terreno.—Mi padre es él que ha parecido más abierto sobre nuestra relación eso creo es buena señal y mi madre... bueno, ella es protectora, a su manera. No será fácil, pero confío en que podremos manejarlo.

Pablo me miró con una seriedad que rara vez mostraba, como si comprendiera completamente el peso de lo que estábamos a punto de enfrentar.—Nicole—dijo, girándose para mirarme directamente a los ojos.—No estoy aquí solo para las cosas fáciles. Estoy aquí para todo, para lo bueno y lo malo. Así que, por favor, no te preocupes demasiado por cómo será. Estaremos juntos en esto.

Su declaración me hizo sentir un nudo en la garganta, pero no era de tristeza, sino de emoción.

El sol se estaba despidiendo, dejando un rastro de colores vibrantes en el cielo que se reflejaban en sus ojos. Me acerqué un poco más a él, buscando ese contacto que siempre lograba calmar cualquier inquietud en mi interior. Me quedé allí, recostada contra su pecho, escuchando el ritmo constante de su corazón, mientras mis pensamientos giraban en torno a lo que vendría.

Sin Señal - Pablo TorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora