XXXVII

14 2 0
                                    

Ya era 24 de mayo, el final de una temporada que había sido épica. Girona, contra todo pronóstico fue imparable. Clasificar a la Champions League era algo que ni los más optimistas podían haber previsto a principios de temporada, y sin embargo, ahí estaban. Tercer puesto. Pablo y su equipo habían hecho historia, y hoy, después del partido contra el Granada, habría un pequeño homenaje para celebrar esa hazaña. Era un momento que no me podía perder. No solo porque era un día histórico para el club, sino porque yo era la mayor fan de Pablo, y la verdad, estaba increíblemente orgullosa de él.

Las últimas semanas habían sido intensas, pero diferentes. De la universidad ya estaba más libre. A mediados de junio salía oficialmente, y realmente los días que quedaban eran más de trámite. Las evaluaciones más importantes ya estaban hechas, así que en ese sentido, respiraba más tranquila. El estrés que normalmente me acompañaba había disminuido, aunque seguía pensando en la vacante de la Comisión. La entrevista final había sido la semana pasada, y Ana me pidió paciencia, pero la espera era interminable. Sin embargo, ahora tenía algo mucho más emocionante en qué concentrarme: Pablo.

Él siempre había sido mi escape, esa parte de mi vida que me hacía sentir plena y feliz. A su lado, todo parecía encajar de una forma natural, fluida. Hoy era uno de esos días donde podía olvidar el mundo y solo centrarme en él. Me encantaba acompañarlo en estos momentos importantes, ver cómo lograba sus sueños y estar ahí, apoyándolo.

El ambiente en el coche camino al estadio era mezcla de emoción y nervios. Pablo estaba concentrado, pero más relajado de lo que lo había visto en otros partidos. Quizá porque ya no había tanto en juego, o quizá porque sabía que el esfuerzo de toda la temporada había valido la pena. Lo miraba de reojo mientras él conducía, sus manos firmes sobre el volante y su mirada fija en la carretera, pero esa sonrisa de satisfacción estaba siempre ahí, discreta pero presente.

—¿Estás nervioso? —le pregunté suavemente, rompiendo el silencio.

Él se giró un poco hacia mí, sonriendo. 

—Un poco, pero no tanto como en otros partidos. Hoy solo quiero disfrutarlo. Y que tú también lo disfrutes.

Le devolví la sonrisa, tomando su mano por un momento y apretándola con cariño. 

—Sé que te confesé que me pongo nerviosa pero siempre lo disfruto cuando estoy contigo, Pablo. Hoy va a ser increíble.

Llegamos al estadio, y desde el momento en que bajamos del coche, pude sentir la energía en el aire. Los aficionados ya estaban llegando en masa, las bufandas rojas y blancas ondeaban con orgullo, y se escuchaban los cánticos desde lejos. Era un día especial, lo sabía todo el mundo, y la afición lo estaba celebrando como se merecía.

Pablo se despidió de mí con un beso rápido antes de dirigirse al vestuario, y yo me fui a la zona donde estaban las familias y amigos de los jugadores. A lo lejos veía a algunas de las parejas y familias de sus compañeros, todos con la misma sonrisa de emoción y nervios que yo sentía, después de saludar me senté en mi lugar, desde donde podía ver perfectamente el campo y el banquillo. Mi corazón latía con fuerza. Aunque sabía que el partido no definiría nada, no podía evitar sentirme nerviosa. Quería que Pablo lo hiciera bien, que todo saliera perfecto para cerrar la temporada con broche de oro.

El partido comenzó, y el ambiente en el estadio era electrizante. Los cánticos y los tambores no paraban, creando una atmósfera que me erizaba la piel. Cada vez que el Girona tenía la posesión, el público estallaba en aplausos y gritos. Me perdí por momentos entre la multitud, en esa energía compartida por todos los que estábamos ahí.

Minuto 50. El entrenador decidió hacer un cambio, y ahí estaba él. Pablo se levantó del banquillo, listo para entrar al campo. Mi corazón dio un salto al verlo. Lo observé estirar los músculos por última vez antes de que el cuarto árbitro levantara el cartel con su número. Entraba a la cancha y, de repente, todo el estadio se llenó de aplausos. Sentí un orgullo inmenso, casi como si fuera yo la que estuviera ahí abajo, viviendo ese momento. Verlo caminar con esa seguridad, ese porte... no había nada que me hiciera más feliz.

El partido continuó con intensidad, y aunque no hubo más goles, Girona mantuvo su dominio. Cuando el silbato final sonó, el estadio explotó en gritos y celebraciones. Tercer lugar en la Liga. Clasificados a la Champions League. Era un sueño hecho realidad.

Después del partido, bajé al campo junto con las demás familias para celebrar con los jugadores. La sensación de pisar el césped, rodeada de la euforia y las sonrisas de todos, me hizo sentir como si estuviera flotando. Caminé entre la multitud, buscando a Pablo. Lo vi entre los abrazos y felicitaciones, y cuando finalmente me vio, su rostro se iluminó. Se abrió paso entre sus compañeros y, sin dudarlo, me envolvió en sus brazos, levantándome del suelo en un abrazo fuerte y lleno de emoción.

—¡Lo lograste! —grité, riendo, con los brazos alrededor de su cuello.

—Lo logramos —me corrigió, con una sonrisa mientras me besaba en la frente—. Gracias por estar aquí, por todo.

Nos quedamos ahí, rodeados de familias, amigos y compañeros de equipo, pero en ese momento, solo éramos él y yo. La emoción de haber logrado algo tan grande y de poder compartirlo juntos hacía que todo pareciera perfecto.

Después de lo que fue una eternidad en celebraciones, fotos y la cena, regresamos a su departamento. Había sido un día largo, lleno de emociones, pero ambos teníamos una energía que no se había disipado. Cuando llegamos, nos descalzamos rápidamente y nos desplomamos en el sofá, riendo como dos adolescentes después de una noche inolvidable.

—¿Sabes? —dije, mirándolo—. Creo que podríamos seguir celebrando... solo tú y yo.

Pablo arqueó una ceja, esa sonrisa traviesa que tanto me gustaba apareciendo en su rostro.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo planeas hacerlo? —me preguntó, acercándose a mí lentamente.

Sonreí y me incliné hacia él, nuestras respiraciones ya mezclándose en el aire.

—Tengo algunas ideas... —le susurré, antes de que nuestros labios se encontraran, sellando el final perfecto para un día que quedaría grabado en nuestras memorias por mucho tiempo.

 —le susurré, antes de que nuestros labios se encontraran, sellando el final perfecto para un día que quedaría grabado en nuestras memorias por mucho tiempo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Sin Señal - Pablo TorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora