XXXII

11 2 0
                                    

Desde que regresamos de Barcelona, las cosas con Pablo habían dado un giro tranquilo. Tras la fiesta en casa de Baldé, ambos tomamos la decisión de ser completamente honestos, sin guardarnos nada. Fue liberador y a la vez aterrador, porque esa transparencia implicaba hablar sobre las partes que más dolían.

Pablo me contó cómo habían seguido las cosas con Lucía. Al parecer, la situación en su casa se mantenía tensa, con sus padres sumidos en conflictos constantes y sin una solución a la vista. Esa noticia me hizo sentir un nudo en el pecho. No podía evitar imaginarme a Lucía atrapada en medio de ese caos. Nadie debería pasar por algo así, especialmente alguien tan joven. Todos merecemos la felicidad de tener una familia amorosa, como la que yo tuve la suerte de tener.

—Ojalá pudiera hacer algo por ella —murmuré en una de nuestras llamadas nocturnas. La voz de Pablo sonó densa, cargada de impotencia al otro lado de la línea.

—Lo sé amor. Yo también quisiera hacer más, pero no podemos resolver los problemas del mundo.-Pablo exhaló fuerte

Quería consolarlo, pero también sabía que esto no era algo que pudiera solucionarse con palabras. Así que solo escuché, prestándole toda la atención que necesitaba y dejando que mi apoyo silencioso le recordara que estaba aquí para él, aunque estuviera a cientos de kilómetros.

Por mi parte, le conté cómo había sido regresar a la universidad después de todo lo ocurrido con Lucas. Había decidido evitarlo como si mi vida dependiera de ello. Siempre que lo veía a la distancia, me escabullía como una verdadera ninja.

Pablo se rió cuando se lo conté, con esa mezcla de incredulidad y ternura que me derretía el corazón

—¡No te burles! —protesté, pero no pude evitar sonreír—. No quería darle la oportunidad de hablarme, no después de todo lo que pasó. Es más fácil desaparecer.

Aun así, había enfocado mi energía en concentrarme en las clases y adelantar el trabajo del semestre. Los días transcurrieron entre estudios, llamadas a medianoche con Pablo y mensajes fugaces entre las prácticas de fútbol y mis ratos libres. No habíamos podido vernos en persona porque sus partidos habían sido fuera de Girona, y la verdad, lo extrañaba muchísimo. Con la agenda de Pablo tan ocupada y la presión de no tener suficientes minutos en el campo, se sentía como si el tiempo estuviera en su contra.

—Tal vez no pueda ir para tu cumpleaños —dijo una noche con voz apagada—. Si el entrenador me convoca, jugaré el 27 en Bilbao. Lo siento tanto, de verdad.

Le resté importancia con un "no te preocupes, me verás después", pero en el fondo, me dolía. Era mi cumpleaños y quería pasar aunque fuera un rato con él. Sin embargo, mantuve la sonrisa en la voz y me aferré a la esperanza de que, al menos, pudiese jugar y tener una buena actuación en el partido. Eso significaba más para él que cualquier otra cosa ahora.

El día de mi cumpleaños llegó, y desde el momento en que abrí los ojos, sentí la emoción correr por mis venas. Como cada año, no podía evitar sonreír de oreja a oreja. Mi mamá siempre me decía que el día de mi nacimiento era como si las estrellas se alinearan para que todo saliera bien, y crecí con esa idea de que el 24 de noviembre era mágico. Me vestí con uno de mis conjuntos favoritos: jeans ajustados, botas negras y una blusa color vino que resaltaba mi tono de piel. Era viernes, el mejor día para celebrar.

Al llegar a la universidad, recibí varias felicitaciones de algunos compañeros. Isa fue la primera en abordarme apenas entré al auditorio, saltando sobre mí con un abrazo que casi me tira al suelo.

—¡Feliz cumpleaños, Nicole! Hoy vamos a celebrarte como se debe —canturreó mientras se apartaba apenas lo suficiente para ver mi cara—. Tengo tantas cosas planeadas. ¿Ya pensaste en qué te vas a poner para la noche? Porque vamos a salir, eso no es negociable.

Sin Señal - Pablo TorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora