Capítulo 3

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Nos quedamos mirando fijamente, él con esa sonrisa pícara que no se va de su rostro, y yo con una expresión claramente molesta. Esa maldita sonrisa, siempre presente desde la escuela, la misma que solía hacerme sentir pequeña, como si fuera parte de un juego en el que yo nunca ganaba. Lo peor de todo es que sé que lo hace a propósito. Le encanta verme perder el control, y lo peor es que funciona, porque lo odio, odio que siempre logre sacarme de mis casillas.

—¿Ahora sí me vas a hablar? —suelto con un tono irritado, mis palabras llenas de veneno y cansancio.

Él sigue ahí, parado, con los brazos cruzados, sin decir una sola palabra. Solo me mira de arriba abajo, como lo hizo en el centro comercial, como si tuviera todo el tiempo del mundo y disfrutara verme desesperar. La forma en que sus ojos recorren cada detalle de mí me hace sentir expuesta, incómoda, como si estuviera bajo una lupa. Pero lo que realmente me enfurece es su silencio, el silencio denso que deja colgando entre nosotros, como si quisiera probar cuánto más puedo soportar.

Mi paciencia, que ya estaba al límite, comienza a romperse.

—Mira, si no me vas a hablar, hazte a un lado. Tengo muchas cosas que hacer y no voy a perder más tiempo contigo. —Mis palabras salen más ásperas de lo que pretendía, pero no me importa. Lo único que quiero es largarme de aquí y alejarme de él.

Intento moverme hacia la puerta, decidida a salir de esta situación absurda, pero él da un paso al frente, bloqueando mi camino. Mi corazón se acelera, no de miedo, sino de pura rabia. Erick se planta frente a la puerta con esa sonrisa insoportable todavía en su cara, como si esto fuera una especie de broma.

—¿Qué haces? —digo, con la voz cargada de frustración. Intento apartarme hacia un lado para esquivarlo, pero él vuelve a bloquearme con su cuerpo. Es grande, lo suficientemente grande como para que sea imposible pasar sin empujarlo. Mis manos se cierran en puños, y puedo sentir el calor subir por mi cuello. Mi paciencia está agotada, pero él no parece notar, o peor aún, le encanta.

—Déjame pasar, Erick. —Intento sonar firme, pero incluso a mí me parece que estoy rogando. Lo odio por eso, por hacerme sentir como si estuviera suplicando por algo tan simple como que me deje en paz.

Silencio. Solo me mira, como si no hubiera escuchado una palabra. Su falta de respuesta es como un aguijón que se clava más profundo a cada segundo que pasa. Su mirada fija me desconcierta, casi como si estuviera esperando que yo cediera primero. Pero no lo haré.

—¡Déjame pasar! —grito, sin poder evitarlo. Su burla silenciosa me ha llevado al borde. Pero él no se mueve, ni siquiera pestañea. Es como si nada de lo que dijera tuviera algún efecto en él. Y eso me enfurece aún más.

Empujo su pecho con ambas manos, con todas mis fuerzas, pero él ni siquiera retrocede. Es como una pared inamovible, y ese gesto me hace sentir aún más pequeña y frustrada. La sonrisa sigue allí, clavada en su rostro, casi como si estuviera disfrutando de todo esto.

—¡Estás loco! —espeto, intentando nuevamente pasar por su lado. Esta vez casi lo logro, pero él se desplaza otra vez para bloquearme. Estoy al borde de perderlo por completo.

Finalmente, con un gesto de exasperación, doy un paso atrás y respiro profundo, intentando recuperar algo de control sobre mí misma. Pero la verdad es que lo único que quiero es huir, y no puedo soportar seguir en este espacio cerrado con él ni un segundo más.

—¿Sabes qué? —digo, con la voz temblorosa, tratando de sonar más fuerte de lo que realmente me siento—. No tengo tiempo para tus jueguitos. Haz lo que quieras, pero no voy a quedarme aquí para que sigas disfrutando de verme enfadada.

Rivales y Amantes en la Ciudad EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora