Capítulo 7

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Desperté esa mañana con una sensación extraña. Me levanté despacio, mi cabeza aún algo revuelta por lo ocurrido el día anterior. Fui directo al espejo y me encontré con lo que ya temía: una mejilla hinchada. Al tocarla, sentí un leve dolor, recordándome el choque con Vanessa y el horrible final del encuentro. Suspiré. El maquillaje no iba a cubrirlo, no importaba cuánto intentara disimularlo.

Salí de mi habitación intentando que mi mamá no notara nada, pero obviamente, lo notó de inmediato. Su mirada se suavizó con preocupación en cuanto vio mi mejilla.

—Déjame ver, cariño—me pidió con esa voz calmada pero preocupada que me hacía sentir más tranquila.

Me acerqué, sin poder evitarlo, y ella examinó mi mejilla con delicadeza. Su toque siempre lograba calmarme.

—Con un poco más de hielo mejorará —me aseguró—. Con lo que Emily me ha contado, es mejor que te lleve a la universidad hoy, así me quedo más tranquila.

La miré por un momento. Sabía que para ella no era solo cuestión de hielo. Quería asegurarse de que yo estuviera bien, tanto física como emocionalmente.

—Mamá, no es necesario... —empecé a decir, pero vi su expresión decidida y supe que no había forma de discutir.

—Claro que lo es. No quiero que vayas sola después de lo que pasó —dijo firme pero con dulzura—. Además, así puedo estar segura de que llegas bien. Me quedaré más tranquila.

—Aparte —añadió mientras acariciaba mi cabello—, con tu carro dañado por el choque, prefiero llevarte yo hasta que lo arreglen. Así estás más tranquila, y cuando quieras salir con tus amigas solo avísame y agarras nuestro carro.

Le sonreí, agradecida por su cuidado. No era solo su preocupación por mi salud física lo que me hacía sentirme mejor, sino su manera de siempre estar ahí, cuidándome incluso en las pequeñas cosas.

—Gracias, mamá —le dije, y me dejé abrazar un momento—. Te prometo que estaré bien, solo fue un mal día.

Ella suspiró suavemente mientras me soltaba y me daba un último vistazo.

—No te preocupes, todo irá bien —dijo mi mamá mientras acariciaba mi mejilla con cuidado—. Siempre voy a estar aquí para ti, Zoe. Siempre.

Y esas palabras, como siempre, me hicieron sentir un poco más ligera, como si el mundo no fuera tan oscuro después de todo. Estar con ella me recordaba que, aunque las cosas a veces parecían fuera de control, siempre habría un lugar donde me sentiría segura.

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Cuando llegué y me despedí de mamá agradeciéndole por haberme traído, vi a mis amigas Sofía y Kai en la cafetería, estaban sentadas junto a la ventana, como siempre. Desde lejos, noté sus expresiones pasar de alegría a preocupación en cuanto me vieron entrar. La marca en mi mejilla seguramente era más evidente de lo que pensé, porque ambas se levantaron de inmediato, acercándose a mí.

—¿Zoe? —Sofía me tomó de la mejilla inspeccionándola —. ¿Qué te ha pasado?

Me quedé quieta un momento, incómoda con toda la atención repentina. No quería que hicieran un drama de todo esto, pero sabía que iba a ser difícil ocultar lo que había sucedido. Kai, que rara vez contenía su lengua, frunció el ceño, claramente molesta al ver mi mejilla.

—¿Quién te hizo eso? —preguntó con voz baja, pero cargada de ira.

Solté un suspiro, sentándome. Estaba agotada, pero sabía que debía contarles. Después de todo, ellas eran mis mejores amigas.

Rivales y Amantes en la Ciudad EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora