CAPÍTULO VII

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CAPÍTULO VII: La fruta nunca cae lejos del árbol
"Miré entonces, y pude oír cómo un águila que volaba por lo más alto del cielo gritaba con una voz poderosa: ¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra! ¿Qué va a ser de ellos cuando suenen las trompetas de los tres ángeles restantes, que ya se disponen a tocarlas?"





Diciembre, 1967 

(Greenock, Tierras Bajas de Escocia)

  Cuando Daphne tenía tan sólo siete años, su corazón aún no se había enfriado lo suficiente como para que no le importase ninguna vida. En ese entonces, la joven Bell aún era víctima de las emociones que la perseguían cuando veía a los ojos a esos pequeños animalitos escurridizos, escuálidos y casi salvajes que rodeaban la manzana donde sus abuelos vivían.

  El vecindario era tranquilo, era un barrio poblado por personas en su tercera edad, o adultos que ansiaban ya su retiro. En la esquina de la pequeña casa de ladrillos vistos, yacía una catedral modesta. No tenía grande estructura, ni se destacaba por el material en la que había sido construída; sin embargo tenía algo que Daphne de siete años, siempre se veía atraída como si de un imán se tratase.

   En esa época, los Beatles habían sacado su álbum "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band" y el estado del Reino Unido demostraba una era de victorias en el ámbito de los derechos civiles, especialmente en las minorías. La gente en la calle parecía más feliz, esperanzada y con un nuevo e idealizado concepto de libertad para cada aspecto de sus vidas. Sin embargo, no había sido el mejor año para los Bell; aún faltaban tres años para que la madre de Daphne tuviera una epifanía y se mudara de la casa de sus padres. Por lo que, en ese momento —año 1967 para ser exactos— Delilah Zipporah Bell era una madre "viuda", desempleada, y que ya hace un año había vuelto a vivir en la casa de sus padres, ahora con una niña tirando de su mano y la palabra fracaso escrita en su frente. Volvía a ser mantenida por sus padres a los 30 años, luego de haber fallado miserablemente en su relación no aprobada por dichos padres. No solo había fracasado, pero había hecho un ridículo de sí misma.

   Tal vez por eso, Delilah Bell y la pequeña Daphne pasaban más tiempo en la catedral de la esquina, que en la casa con sus padres.

    Las primeras memorias que Daphne sí era capaz de recordar, habían sido en aquel edificio. Las monjas la habían acogido como si fuera hija de ellas, enseñándole a su madre alguna cosa que otra de cómo criar una niña sola, y dándole un espacio cuando la mujer simplemente quería estar por si misma. Dios sabía cuánto ella necesitaba de ese silencio. Recordaba como su madre quedaba mirando con la cabeza en alto, la escultura del hombre crucificado. En sus ojos permanecería una mirada extraña que no fue hasta muy tarde, que Daphne logró comprender lo que aquella mirada significaba. Recordaba también cómo una monja la tomaría del brazo frágilmente , con una sonrisa en su rostro y tiraría de ella hacia el patio, luego le pediría a Daphne que le ayudase a alimentar los felinos que vivían en la calle. 

   Daphne amaba cuando Sor Marianne le pedía que la ayudase, la hacía sentirse útil, y sobre todo, le hacía sentirse bien. Incluso a esa edad, Daphne solía preocuparse por todo. Su madre se veía triste a todas horas, y discutía con sus abuelos todo el tiempo. Pero cuando estaban en la catedral, nada más importaba, porque Daphne no tenía que preocuparse por su madre, sabía que las hermanas la cuidarían, y ella simplemente podía jugar con los gatos callejeros.

La rutina era simple.

    Despertarse temprano, desayunar con sus abuelos, ayudar a su madre y abuela a cocinar para el almuerzo, comer el almuerzo, y que por alguna razón u otra, su madre y su abuelo terminasen peleando acaloradamente en la mesa. Acto seguido, su madre la tomaría del brazo, e irían a la iglesia con las hermanas. Su madre pasaría el resto de la tarde mirando a Jesús con expresión sombría, Daphne jugaría con los gatos callejeros y acudiría a clases de catequesis, y cerca del anochecer, una hermana le avisaría a su madre que su abuela la estaba esperando afuera para hablar. Su abuela le convencería a Delilah de que vuelvan a la casa, y cuando lo hacían, la casa estaba en silencio. Su abuelo ignoraría a su hija, y miraría la televisión con Daphne. Luego de un rato, Delilah se acercaría, su abuelo haría un broma para aligerar el ambiente, su madre reiría, y actuarían como si nada nunca hubiese pasado.

𝐮𝐧𝐭𝐢𝐭𝐥𝐞𝐝 ➵ j.potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora