CAPÍTULO XI

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CAPÍTULO XI: Espera lo inesperado
"(...) En cambio, el recaudador de impuestos, que se mantenía a distancia, ni siquiera se atrevía a levantar la vista del suelo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador"

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TW: Adicciones, abstinencia, lenguaje vulgar






Viernes 19 de Septiembre, 1975 (06:48 pm)

    El sabor del Filtro de Paz le dejaba un rastro de cosquilleo en la punta de la lengua, al igual que huellas frías por donde había pisado el interior de su cuerpo. Tardaba unos minutos en comenzar a hacer efecto, en los cuales Daphne se sentaba en el borde de su cama impacientemente, esperando a que el tan ansiado momento llegue.

   Al tomar la dosis, para Daphne le era imposible no pensar en James Potter y cómo había actuado cuando ella había estado bebiendo liberadamente la poción relajante que Pommy Pomfrey le había recetado, y pensar en eso, en lugar de incentivarla en dejar de tomar el Filtro de Paz que había conseguido de manera no del todo nobles, solo le hacía desear seguir aumentando las dosis. Pero incluso ella, con su forma de ser tan imprudente, sabía dónde marcar el límite.

    Había tenido incontables visitas al despacho privado de McGonagall, fuera por su detención o ahora, por la simple necesidad de quejarse con alguien. Si la profesora deseaba hacer de su vida un evento miserable e interminable, entonces ella podía siempre intentar hacer lo mismo. Había golpeado la puerta de la profesora en sus momentos de descanso, y ella la abrió cada vez; la relación profesora-alumna parecía más bien borrarse en el aire y comenzaba a ser menos profesional de lo que debía. Daphne era consciente de ello. Pero últimamente su vida se trataba de intentar sobrevivir las veinticuatro horas y menos el pensar en cómo las acciones de su presente afectarían su futuro. Su futuro era algo en lo que no quería —ni siquiera se creía— capaz de pensar. El éxito estaba cuando el reloj marcaba las doce, y la luna ya estaba iluminando la penumbra tímidamente.

   Daphne había notado, que todo esto había dejado de ser hace un largo tiempo atrás, un problema físico. Sentía como si se estuviera muriendo por dentro, alguna parte de ella —tal vez muy dentro de su corazón, donde las emociones nacían y se ahogaban en sangre que luego correría por todo su cuerpo—, la anclaba a un estado de entumecimiento que no se iba con nada, sino que parecía alimentarse con cada enojo que se guardaba dentro suyo.

   Había mejorado un poco luego de las prácticas con McGonagall, pero no lo suficiente como para sentirse orgullosa. Daphne aún no se había acercado a Regulus porque temía que el joven cambiase de planes la próxima vez que se encontraran. ¿Qué si Regulus Black había sido ese día víctima de la maldición de imperio? ¿Qué sí había sido drogado o había consumido suficiente alcohol horas antes como para perder su juicio? ¿Qué si la miraba a Daphne a los ojos una vez más y recordaba que ella jamás sería merecedora de su atención, mucho menos de sus servicios? ¿Qué si recordaba que la sangre que corría por sus venas no era llena de magia ancestral como la de él, pero había sido ensuciada y mezclada con sangre muggle? ¿Qué si recordaba que ella era, al final del día, una simple mestiza?

  Daphne estaba asustada. Era el único sentimiento que resurgía de lo profundo de su ser, y el único en ser bienvenido con ambos brazos por ella. El miedo era, después de todo, la única forma que ella se mantenía viva. Era lo que hacía a su corazón duro y disfuncional latir aún, lo que la motivaba en levantarse cada día. Daphne viviría cada día de su vida bajo la sombra del pánico, sintiendo su peso sobre sus hombros y escuchando los susurros de paranoia en sus oídos.

    La conversación que había tenido con James Potter en la mañana le había dejado severamente agotada, como solía hacerlo cada conversación cuando él estaba involucrado. Odiaba que había robado su poción, lo culpaba por el estado en el que ahora estaba de abstinencia, y odiaba todo en él. La forma en la que peinaba su cabello siempre que hablaban, la sonrisa ladina arrogante plasmada en su rostro, sus ademanes indiferentes y cómo actuaba como un completo imbécil con ella. La forma en la que creía que él podía decidir por ella, que él siempre tenía mejor juicio y por eso tenía el poder de elegir qué era lo mejor para los demás; y odiaba que todas sus acciones fueran celebradas. Odiaba que James siempre iba a ser el chico dorado de Gryffindor, el primogénito mimado de los Potter. Odiaba que fuera tan perfecto en todo: excedía el promedio en todas las asignaturas, era adorado por los profesores, todos a su alrededor parecían arrastrarse por su aprobación, y como la cereza del pastel, era el capitán del equipo de Quidditch.

𝐮𝐧𝐭𝐢𝐭𝐥𝐞𝐝 ➵ j.potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora