38. La convocatoria del rubio.

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꧁ ♰ ꧂


—¿A dónde vas tú en un domingo a las seis de la mañana?—Pregunta tu madre aún adormilada, desde el otro lado del pasillo.

Maldices para ti misma, soltando la perilla de la puerta en la cocina y te giras en su dirección.

—¿Voy a regar las plantas?—Le regalas una sonrisa inocente.

Ella se ríe.

—¿Qué dices? Si a ti se te mueren hasta los cactus.—Se encamina hasta la cafetera y sin perderte de vista un solo segundo lleva una taza y la enciende. Entonces entrecierra los ojos, poniéndote los pelos de punta.—Ahora que lo pienso, era así mismo como te escabullías, cuando salías con el pelafustán ese.

—Mamá...

—Siempre pensé que tenía toda la cara de ser capullo. ¡Y mira que buen ojo que tengo! ¿eh?

Le da un sorbito a su café.

Suspiras.

—No es nada como eso.

—Por supuesto que no. Sería algo totalmente estúpido, además de grosero para mis yernos.

La palabra resuena en tus oídos.

—Tus.. ¿yernos?

—Los Gambino.—Aclara.

Toses al atragantarte con tu saliva.

—Mamá, eso no...

—¿Qué no?—Suelta una risita irónica.— Uno te mira con ojos de cachorro todo el tiempo y no deja de molestarte, y el otro viene a verme hasta dos veces por día cuando estás aquí y se acaba toda mi comida. Aunque...no lo he visto mucho últimamente...

—Mamá, solo iré al jardín.

Blaire entrecierra los ojos, de nuevo.

—Si...

—En verdad.

—Si, por eso.—Le da otro sorbito a su café.—Por cierto, si te encuentras a Gasolino mientras vas "al jardín", por favor dile que venga a comer esta tarde.—Te guiña un ojo.

Tan solo la mera idea te causa repulsión, pero te limitas a asentir en silencio y sales apresurada. Finalmente llegas hasta la ventana de Gustabo. Está más alta de lo que planeaste en tu mente, pero de principio no parece que te dará mucho problema.

Comienzas a juntar unas cuantas piedritas en tu puño y luego de algunos cálculos en la parábola invisible de tu mente, lanzas la primera hasta su cristal, llena de confianza.

La piedra da en el muro.

Lanzas nuevamente. Esta si llega al cristal.

Das un brinquito de la emoción.

Pero tras unos cuantos segundos sin respuesta, vuelves a probar tu tiro.

Luego de seis proyectiles, finalmente una cabeza rubia, canosa y despeinada se asoma por la ventana.

—¡Que pesada, coño!—Grita, con los ojos apenas abiertos.—¿Qué quieres?

—Baja.—Te limitas a decir.

Él se frota un ojo mientras bosteza, para después quedarse mirando por unos segundos hacia él horizonte.

—¡Joder! Ni siquiera ha amanecido.

—Baja, anda.

—¡ESTÁS ARRUINANDO MI SUEÑO EMBELLECEDOR!—Reniega, pero desaparece tras el borde.

El señor de la Mafia.(Toni Gambino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora