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Hace tiempo que había perdido las ganas de ir a la escuela.

¿Sólo eso?

No.

Hace tiempo había perdido las ganas de vivir.

Cuando abría los ojos y notaba que era un nuevo día, en él se abría el mismo vacío en el pecho que desde hace seis meses y medio había estado sintiendo.

No sentía que hubiera descansado, y se podía notar en sus ojeras que trataba de cubrir con maquillaje, pero que después de unos minutos se enjuagaba porque sabría que eso llevaría a una golpiza porque "no era propio de un hombre cuidar de su imagen personal".

Se frotó los ojos, bostezó y salió de la cama con la misma energía que una tortuga. Tomó su uniforme y se vistió con lentitud, pero justo cuando escuchó que tocaban, tuvo que apresurarse y modular su voz.

—¿Ya estás listo, cielo? Comenzaré a prepararte el desayuno. —Se escuchó la voz amortiguada de su madre desde el pasillo.

—¡Sí! En unos minutos bajo, ma. —Esperaba que su voz sonara animada, no quería levantar sospechas.

El nudo en su garganta se hizo demasiado fuerte cuando ella bajó al primer piso. Su mamá siempre se levantaba temprano sólo para hacerle de comer, ¿Y él lo único que deseaba era dejar de existir? ¿Así es cómo le quería pagar el esfuerzo que ella estaba poniendo?

Por supuesto que no, por eso todos los días arrastraba su presencia fingiendo estar de lo mejor, tomaba su desayuno y dejaba que su madre le diera un beso en la mejilla deseándole suerte.

Suerte... Hace mucho que la había perdido, al igual que la esperanza.

No entendía el propósito de que le molestaran sólo por un jodido gusto. Sí, era diferente, ¿Y? ¿Acaso era contagioso y por eso tenían que burlarse y humillarlo de cualquier manera? ¿Es que acaso era para que por fin muriera y ellos se libraran de ese virus?

Cuando bajó del autobús y se mezcló con los demás estudiantes, se sintió de alguna manera parte del rebaño. Gracias a su mascarilla nadie lo reconocía, no hasta que llegó al pasillo de primer año y las miradas sobre su persona se posaban sobre él y se ceñían en su espalda.

Taladraban todo su cuerpo. Se sentía tan juzgado, como si hubiera robado o matado a alguien.

Aunque ellos eran los que lo estaban matando lenta y dolorosamente.

Al principio había comenzado a sentarse al frente, y vaya que lo extrañaba. Ahora estaba en una esquina, y había un espacio considerable alrededor de él.

Quizás sí tenía alguna especie de virus.

¿Saben qué es lo que más te puede herir en esas situaciones?

El rechazo.

El aislamiento.

Ser invisible.

Sunoo se había convertido en un fantasma que sólo era visible cuando sus acosadores llegaban y le asestaban un golpe.

Eran finales de junio y estaban a nada de pasar de año. A pesar de no estar en las mejores condiciones anímicas, Sunoo se esforzó el doble para que sus calificaciones no bajaran porque no quería que sus padres sospecharan más que algo andaba mal.

Pero realmente ya no podía seguir fingiendo cuando estaba totalmente muerto por dentro.

Podrido.

❛ runaway : sunsun ,Donde viven las historias. Descúbrelo ahora