CAPÍTULO 1

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—Tenemos que salir de esto, Bastian —se escuchó decir a Ariadne, quien estaba prácticamente llorando por el miedo que le causaba la situación

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—Tenemos que salir de esto, Bastian —se escuchó decir a Ariadne, quien estaba prácticamente llorando por el miedo que le causaba la situación.

—Ya no me queda nada por hacer —habló, resignado—. No tengo nada que perder, Ariadne.

—Salgamos los tres de aquí —mencionó ella.

—¿Los tres? —preguntó, intentando pensar, pues solo estaban ellos dos encerrados en aquel sótano—. ¿De qué estás hablando?

Su mirada pareció perderse cuando la joven tomó su mano entre las suyas y lo llevó hasta su vientre. No tuvo que decir nada más para que él entendiera todo. Asustado, se separó de ella, tropezando con algunas cosas a su paso.

—¿Quieres decir que... —se quedó en silencio, cerrando los ojos con fuerza y la frustración subió hasta su rostro —¡Maldita sea! —exclamó con ira, causando miedo en la joven.

—Bastian... —mencionó, temblorosa.

Él caminó de un lado a otro, pensando en una solución para ambos. La confesión de Ariadne había hecho que se sintiera culpable por su primera decisión.

—Ariadne —habló finalmente. Se acercó a ella lo suficiente y la miró fijamente a los ojos—. Escúchame bien —sacó el arma que guardaba en su cinturón y jaló la mano de ella para entregarla
—, no nos conocemos.

—¿Qué? —mostró su rostro de confusión.

—Te he tenido secuestrada todo este tiempo, te he obligado a estar junto a mí y ahora recién has podido liberarte. Toma el arma.

—¿Qué demonios estás diciendo? —preguntó, alejando sus manos de él.

—Ariadne, en cualquier momento va a entrar la policía. Concéntrate.

—No entiendo lo que estás diciendo —se quejó.

—Toma el arma —le ofreció nuevamente el objeto—, apúntame con ella y dispárame si es necesario.

—¿Estás loco? —los ojos de la joven comenzaron a llenarse de lágrimas.

—¡Toma la maldita arma y finge que te he tenido secuestrada todo este tiempo! —gritó, desesperado. Caminó hacia ella otra vez y la obligó a tomar el arma, mientras su corazón latía con fuerza.

—No —soltó un sollozo con el arma entre sus manos.

—No quiero que tengas a nuestro hijo en la cárcel. Ya no somos solo dos, Ariadne.

—Si hago esto, van a matarte.

—Me llevarán detenido y cuando eso pase tienes que avisarle a los demás, ellos sabrán qué hacer.

—¡Si te llevan detenido ni siquiera verás el amanecer! —gritó— ¿Acaso te quieres morir?

—Ariadne, tranquilízate —mencionó, acercándose—. Vamos a hacer esto, ¿sí? Es la única forma.

—Debe haber algo más...

Sus palabras fueron interrumpidas por el sonido de algo derrumbándose. Ambos jóvenes se alertaron y los nervios inundaron completamente sus cuerpos.

—Rápido, Ariadne. No tenemos tiempo. Solo apúntame en la pierna y dispara —susurró.

—No —se negó, llorando—. No puedo...

Bastian la rodeó en un abrazo corto para demostrarle que estaban juntos y que su propuesta podría ayudarles a salvarse de alguna forma. Le dio un beso en los labios, que se mezcló con el sabor salado de las lágrimas que desprendían Ariadne y luego le acarició el rostro con una sonrisa.

—Me llevarán al hospital y será mucho más fácil salir de ahí —dijo, alejándose—. Es la única salida, tú puedes, mi chica.

Una temblorosa mano levantó el arma apuntando hacia el joven de ojos azules. Ariadne estaba llorando, mientras intentaba obedecer aquella petición que se le hacía dolorosa.

Bastian se alejó, fingiendo estar derrotado, pues sabía que la policía ya estaba prácticamente junto a ellos. La única puerta que los separaba estaba sin seguro y solo era cuestión de segundos para que cualquiera entrase.

El seguro fue retirado del arma y el impacto de esta fue lo que terminó desplomando el cuerpo del joven. Ariadne lo observó, él estaba sonriéndole y se arrodilló de dolor. En ese momento, el arrepentimiento se apoderó de ella, nublando su vista y destrozando su corazón.

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Sus hermosos ojos verdes estaban cerrados, y su cuerpo yacía inerte sobre el frío pasto verde. El cabello que horas atrás lucía radiante, se encontraba mezclado con tierra y sangre que provenía de su cabeza.

—Tú eres el culpable —susurró aquella voz que tanto extrañaba—, tú me mataste.

Era su rostro, su expresión, su voz, todo era exactamente como la recordaba, menos su mirada. Aquellos hermosos ojos verdes que brillaban durante una sonrisa seguían ahí, pero él sabía que ella ya no lo estaba viendo.

—Me mataste, Bastian. Tú me mataste —susurró.

—¡No! —gritó.

Bastian abrió los ojos con la respiración entrecortada. Se quedó pensando por un momento en el sueño que había tenido y su rostro se entristeció. Respiró un poco antes de revisar el reloj de su muñeca.

—Es la hora perfecta para ver las noticias —mencionó para sí mismo. Estiró su mano hasta su mesita de noche en busca del control remoto y encendió el televisor.

Y como era de esperarse, los canales de televisión y las redes sociales estaban saturados con la imagen de Eduardo Martínez, encontrado muerto en una carretera desierta entre Lima y la costa norte. 

"Buenos días, Perú. Hoy nos despertamos con la triste noticia del asesinato de Eduardo Martínez. Un político muy querido y respetado, dueño del orfanato "Sueños y realidades", uno de los más grandes que tenemos en este país. Este es el cuarto asesinato en el que se encuentra una flor de origami junto al cuerpo. Como sabemos, hace dos años se encontró el primer cuerpo sin vida que traía consigo esta peculiar firma, una flor de papel. Esto ha llevado a las autoridades a catalogarlo como parte de una serie de asesinatos. Sin embargo, aún no hay ninguna pista sobre el paradero del asesino," anunció la presentadora con una expresión de preocupación.

"También es importante mencionar que Eduardo Martínez iba acompañado de cinco guardaespaldas, los cuales quedaron inconscientes. Ellos ya han dado sus declaraciones, afirmando que los atacantes eran varios y que no vieron sus rostros en ningún momento", agregó un reportero.

Bastian esbozó una sonrisa. Sabía que la gente no tenía idea de la verdad detrás de esos asesinatos. Los ciudadanos se habían encargado de idolatrar tanto al alcalde que enterarse de su muerte los deprimió en demasía. No era para menos, Martínez tenía uno de los orfanatos más grandes del Perú, el cual mantenía con su propio dinero. "Sin fines de lucro", era su frase habitual, pues no cobraba un centavo de aquel lugar.

La televisión fue apagada por el joven, quien sintió satisfacción. El alcalde había sido el cuarto en su lista y todo había salido como su equipo y él lo habían planeado.

—Solo tres más —murmuró para sí mismo—, tres más y esto se terminará.

La flor de origamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora