—¿Qué carajos? —preguntó Rebecca con incredulidad.
El ambiente se intensificó cuando Bastian ingresó a la sala de su casa, llevando de su mano a aquella joven, de quien ni siquiera conocía el nombre.
Elías y Esteban también enseriaron el rostro al ver tal acción, pero a diferencia de la rubia, solo se quedaron en silencio, esperando la explicación.
—Les diré todo después.
Con esa simple frase, el joven ojiazul se apresuró hasta su habitación, llevándose consigo a la mujer de ojos grises. Ni siquiera volteó a mirar a sus compañeros, quienes tuvieron que conformarse con el ultimátum que les dio.
El impacto de la puerta al cerrarse, provocó el nerviosismo en ella. Bastian la dejó en medio de la habitación y luego se acercó a su pequeño mueble, sentándose en el, sin apartar la mirada.
—Quítate la ropa —dijo de repente, provocando confusión.
—¿Qué?
La mujer que se había mantenido en completo silencio desde que fue casi arrastrada de ese callejón fue sorprendida por la petición, que más parecía una orden.
—Ya me escuchaste —sacó el arma de nuevo y la colocó sobre su mesa de noche en señal de amenaza—. No soy estúpido.
—Yo no quiero esto...
—Quítate la maldita ropa o muere en este preciso momento —finalizó—. No tengo problema en acabar contigo y lo sabes.
Sus intensos ojos azules atravesaron aquella figura esbelta que estaba a punto de quebrarse en el silencio.
—Quiero irme de aquí.
—Esa no es una de las opciones.
—¡No voy a desnudarme!
—Entonces muere —el arma fue tomada con brusquedad, acelerando la intensidad del ambiente.
—Creí que eras diferente a esos tipos —su voz quebrada salió a relucir.
Aquellas palabras atacaron a Bastian, enfureciéndolo. Había salvado a esa mujer y ella estaba pensando que era de lo peor. Esa no era la forma correcta de agradecerle, por lo que se puso de pie, dispuesto a enseñarle algunas cosas.
—Solo te pedí quitarte la ropa —mencionó, quedando de pie frente a ella.
Su intensa mirada acompañada con la vista de aquella arma meciéndose en sus manos, fue lo que terminó quebrando a la pelinegra.
Ella comenzó a obedecer la orden entre lágrimas. Retiró su casaca, enredando con torpeza sus dedos por los nervios. Sin esperar más, se quitó también la blusa y finalizó con el pantalón, que era lo más difícil, debido a los botones. Sus prendas de ropa fueron arrojadas al piso por sus propias manos, ante la mirada del joven de ojos azules.
Bastian sintió un poco de vergüenza por lo que había provocado. La joven había dejado de llorar, pero sus ojos aún estaban húmedos por las lágrimas. Aunque mantenía la mirada seria, era fácil darse cuenta que en el fondo estaba asustada, pues sus intentos de tapar sus nervios la delataban.
En un esfuerzo por huir de sus propias órdenes, el joven se dirigió hasta su armario, guardando su arma en su cinturón. Buscó prendas de ropa y una toalla que regresó a entregar, ganando una expresión de sorpresa por parte de ella.
—Báñate primero —sus ojos estaban perdidos en la puerta de su habitación—, hay de todo en el baño. Hablaremos después.
—Ni siquiera sé cómo te llamas.
—Bastian.
—Yo...
—Hablemos cuando estés vestida.
—Gracias.
Ella se apresuró a caminar hasta la puerta del baño sin mirarlo. Bastian quiso salir de la habitación, pero antes de hacerlo se acercó a las prendas de ropa.
—Voy a revisar tu ropa —avisó en un tono amistoso, pero pronto enserió su voz de nuevo—. Espero no tengas alguna sorpresa.
Ella solo asintió con la cabeza antes de perderse en el cuarto de baño. La puerta fue cerrada y asegurada por dentro solo segundos después de su ingreso. Bastian sonrió ante la acción, pues la ingenuidad de aquella desconocida era excesiva.
Tomó la ropa que yacía regada en el piso y sintió una corriente atravesar su cuerpo. Las prendas aún estaban tibias por el reciente contacto con la piel de la mujer. Las notorias manchas de tierra le hicieron recordar el acontecimiento y a aquellos hombres, que aunque habían recibido su merecido, pensó que todavía podía haberles hecho algo más.
Además de la suciedad, no había nada más en la ropa que diera algún indicio de sospecha. Respiró profundo antes de dejar las prendas sobre su mueble. Su mente comenzó a pensar de nuevo, si esa mujer no era una infiltrada, ¿quién era entonces y quiénes la estaban siguiendo?, ¿y si solo era una pobre desdichada?
La confusión invadió su cabeza. Su único propósito era verificar que no tuviera algún micrófono, pero no había pensado en lo que haría si descubría que sí lo tenía, ¿acaso hubiera sido capaz de apretar ese gatillo? Ni siquiera él lo sabía.
¿Ustedes creen que Ariadne es sincera o solo está fingiendo?
¿Qué les pareció este capítulo?
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La flor de origami
Tiểu thuyết Lịch sửDesde las sombras del anonimato, un asesino hace de las suyas por motivos que solo él conocía. A pesar de todo, la mayoría de gente sigue pensando en él como un monstruo, debido a que sus víctimas no tienen más en común que sus actos de humildad. É...