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La nieve y el viento cubrían el día al que el grupo de ponis cruzaban, ya ahora a paso lento debido al cansancio. De cualquier forma, no tenían ánimos de llegar de inmediato. En cambio, sus deseos de llegar a su destino flaquearon a tal grado que bien hubieran preferido empezar a dar marcha atrás, y así no hacer el camino de vuelta más largo de lo que ya era.

Eran siete y casi todos iban abrigados hasta los cascos. El viento soplaba fuerte en contra de su ruta, como deseándoles que se largaran de una vez. El panorama lleno de nieve y nubes entonaban a la perfección su desgana. Muy por detrás del grupo, iba un pony de pelaje marrón claro, envuelto en un suéter café, una bufanda, y llevaba unas gafas sin montura empañadas por la nieve. No solo temblaba debido al frío, sino por estar ya lejos de casa y por las posibles criaturas que lo estaban esperando.

Dos ponis de enfrente volvieron a verlo un segundo. Luego intercambiaron una mirada y negaron con la cabeza para sí mismos.

—¿Qué no ya deberíamos haber llegado? —preguntó un pegaso con pelaje azulado bajo un abrigo verde oscuro, alzando la voz por encima del rugido de la ventisca. Bien hubiera preferido volar lo más alto posible para corroborar donde estaban, pero el batir del viento no lo hubiera permitido.

—Creo pensar que todavía falta —dijo una pony de pelaje azul y melena blanca que iba liderando la marcha. Llevaba un suéter y gafas de nieve negros.

—¿O sea que no estás segura?

La pony que lideraba al grupo se detuvo.

—Soy lo suficientemente capaz de guiarlos siguiendo un mapa cualquiera —dijo. Desenrolló el mapa que llevaba guardado y lo examinó—. Es solo que este mapa es... algo viejo y confuso.

—¡Genial! —dijo el pegaso en tono sarcástico.

—Eso es normal —dijo una voz desde atrás.

Todos volvieron a ver al último pony que venía con ellos: el de las gafas sin montura.

—¿Qué quieres decir, Eleo? —preguntó el pegaso, quien habló más suave al dirigirse a su colega.

Al sentir tantas miradas encima, no pudo evitar notarse un poco inquieto. Instintivamente, desvío la mirada a lo lejos, tratando de disimular su nerviosismo.

—Ese mapa es de lo poco que se pudo recuperar de los tiempos pasados. Nada más que criaturas salvajes habitan en estos parajes. —Mientras decía esas últimas palabras, recorrió la mirada por cada rincón que pudiera alcanzar su vista.

Se hizo un momento de silencio, roto nada más que por la ventisca.

—Por favor no me digas que esperas ver a un unicornio paseando por ahí —se burló un pegaso que llevaba encima más armadura que ropa. Tomada de su ala, llevaba una lanza; era uno de los encargados de la defensa del grupo.

Eleo, con la boca entreabierta, le dirigió una mirada perpleja.

—Claro que está bromeando —le dijo el pegaso azulado mientras se le acercaba. También traía una lanza, pero no llevaba nada de armadura—. Los unicornios se extinguieron hace ya tiempo. No hay razón por las que sentir miedo.

—En realidad no sabría ni cómo reaccionar al ver uno, Corth —respondió Eleo a su amigo como si hubiera contado uno de sus mayores secretos.

El pegaso Corth estuvo a punto de preguntar algo cuando de pronto se oyó un silbido. Al frente, la pony del mapa se hallaba en lo más alto de una colina, haciéndoles señas para que se acercaran. Corth y Eleo intercambiaron miradas. El resto del grupo los siguieron. Al llegar a la cima, se maravillaron al encontrar un pueblo en ruinas: vieron muros de roca derrumbados, casas de concreto sin techo apenas en pie, y madera tirada por el suelo la cual pudo haber sido de cualquier cosa.

Buscando la ArmoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora