8.

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Se encerró en el baño como le había indicado: no era mucho más grande que el cuarto de las prendas; las paredes estaban hechas de piedra labrada y el suelo de piedra natural. Solo contaba con una bañera, un inodoro y un lavabo. En lo alto de una pared había una pequeña ventana circular por donde la suave luz del sol se filtraba.

Azmir pulsó el botón junto a la puerta y un foco en el techo se encendió. Lo volvió a pulsar y la luz desapareció. Esta tecnología no se usaba en los pueblos unicornios cuando era pequeña, y ver a Eleo pulsar el de la sala le había dado una ligera idea de cómo funcionaba. Lo pulsó una última vez y lo dejó así, mejor eso que tener que usar su cuerno para iluminar el lugar.

Tomó su toalla con su casco y la colgó al borde de la bañera para quitarse la capa. Había vivido largos viajes con ella, tanto que ya estaba harta de lo mal que olía, pero no había encontrado nada mejor para cubrirse del frío que esa capa, la cual tuvo que arrebatársela a un pobre pony viajero junto con su vida.

La dejó caer al suelo como para no levantarla más. Se acercó con paciencia hacia la bañera: al menos los unicornios habían tenido este invento y creía recordar cómo usarlas. Encendió su cuerno y giró ambas manijas a la vez, lo que hizo que saliera agua del grifo.

Se dio la vuelta para mirar a su alrededor en lo que se llenaba la bañera, pero no esperaba espantarse al ver su reflejo en la pared sobre el lavabo. En un espejo, se vio a sí misma con el rostro alerta y su cuerno encendido, listo para defenderse; tantos años la llevaron a adquirir esa costumbre cada vez que percibía algo inusual.

Suspiró con una burla hacia sí misma. Apagó su cuerno y se acercó al espejo para mirarse. Era la primera vez que veía su rostro tal y como era, no un vano reflejo en un charco o en un lago cuyas ondas mal formaban su cara: ahora podía ver a una Azmir con ojeras, con el pelaje malogrado, con su melena verde como el césped, pero escaso de vida. Notó que tenía unas hojas pegadas en ella y se las quitó con un gesto del casco.

El sentimiento de estar en casa revivió en ella. Podía sentirse tranquila al resguardo del frío que siempre la había acosado, el cual había intentado contrarrestarlo con una simple capa. Podía estar en calma mientras estuviera tras esos muros, pero sabía que eso no duraría mucho, que luego volvería a su propia vida antes de que descubran el cuerno en su frente. Por eso no podía sonreírle a su reflejo por más que quisiera.

Había hecho un amigo el cual la había invitado a venir para pasar un rato en compañía, para rellenarle el estómago con comida exquisita y conocer más a los ponis y su cultura.

—Pero todo esto es temporal —le recordó su reflejo.

Se mordió los labios y suspiró por la nariz. ¿Qué chiste tenía todo esto entonces?

No alcanzó a meditar la respuesta. Por el reflejo alcanzó a ver que la bañera se llenaba. Se dio la vuelta y cerró ambas manijas, un poco más y el agua se desbordaba. Tanteó el agua con su casco: estaba tibia, pero su casco lo sintió caliente; no recordaba una sola vez haber tocado un agua a esa temperatura.

Tal vez no había ningún propósito en quedarse en Irinia un rato más, solo gozar de las libertades de los ponis terrestres, fingiendo ser una de los suyos. Alzó el brazo y lo sumergió de lleno en la bañera, esto la hizo sonreír de placer. No aguardó otro momento para meter el resto de los cascos y sentarse de modo que el agua le llegara al cuello. Se sentía plena y más limpia que nunca, aunque no había usado ningún jabón todavía.

Encendió su cuerno y de un estante atrajo una barra de jabón y un envase que adivinó que era champú. Olió el jabón: tenía un aroma a naranja. Se aguantó las ganas de comérselo, la buena comida vendría después. Por ahora, la diversión apenas empezaba.

Buscando la ArmoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora