12.

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El sol se ocultaba tras el horizonte cuando volvían a casa. De noche, las calles estaban más despejadas y podían pasar sin que los distrajeran demasiado. Llegaron a la casa y entraron. Una vez que Azmir tomó asiento en el sofá, Eleo le preguntó por lo que había pasado. Con un notable pesar, la unicornio le explicó de cuando había visto al pony con esmoquin y cómo le ayudó con magia real.

—¿Por qué hiciste eso? —le preguntó Eleo, parado frente a ella.

—Quería ayudarle; se creía un mago.

—No era un mago, acá les llaman ilusionistas. Los ponis saben que esos trucos son falsos y que no es magia real.

—Perdón... De verdad creí que les iba a gustar. —Azmir se tapó la cara con los cascos—. Me arrepiento muchísimo.

Eleo se mordió los labios. No dudada de que Azmir tuviera malas intenciones, sino que había cometido un error natural debido a su desconocimiento en esta sociedad. Bien se hubiera sorprendido por su empatía por un pony con el que ni siquiera había hablado; sin embargo, ya consideraba su corazón puro, libre de cualquier estúpida malicia que decían todos los otros ponis. Se acercó y tomó asiento a su lado.

—Con suerte y lo dejarán libre —dijo.

—¿Solo con suerte? —Azmir lo volvió a ver.

—Eso me temo.

—¿Y si no lo hay?

Eleo guardó silencio, frunciendo sus labios como para no decir la mayor posibilidad.

—Descansemos, ¿quieres? —Se levantó—. Nuestros cascos apenas han tenido reposo. ¿Quieres comer algo más?

—Todavía estoy algo llena —respondió Azmir. La realidad era que no estaba de humor para comer.

—Bueno, iré a tomar una ducha. Puedes quitarte esa capa y si quieres puedes leer un libro. —Señaló una pila de libros en una esquina—. Algunos son de unicornios, no sé qué tan verídicos sean.

—¿Sueñas con unicornios siempre?

—Un poco... sí —respondió Eleo ruborizado.

Luego de tanto tiempo sin tocar una ducha, Eleo salió del baño como si hubiese sido rejuvenecido. Lo primero que hizo fue ir a la cocina, tenía el suficiente humor como para preparar una deliciosa cena navideña para una familia entera.

—¿Qué quisieras de comer, Azmir? —gritó desde la cocina.

El silencio le respondió por ella.

—¿Azmir?

De nuevo silencio.

Salió de la cocina para ir a verla en la sala de estar. Azmir dormía estirada en el largo del sofá, cobijada con su capa y descansando su cabeza en un almohadón. Tenía un libro abierto bajo sus cascos y un mechón de su larga melena caía entre sus labios.

Eleo sonrió con dulzura. Con cuidado para no despertarla, se acercó a ella. Fue su corazón el que lo forzó a hacerlo; no sabía a qué, el mismo corazón lo haría por él.

Posó su casco sobre el de ella.

—Azmir —susurró—. Azmir, despierta.

La unicornio abrió los ojos y luego los entrecerró a la luz del foco en el techo.

—¿Qué quieres? —preguntó frunciendo el ceño y luego se quitó el mechón de la boca.

—Ven... Quiero que veas algo.

Azmir suspiró. Desganada y con la melena cayéndole por el cuello como un frondoso arbusto, se levantó y siguió a Eleo por un corto pasillo donde había una puerta. Eleo la abrió y pulsó un interruptor que encendió una luz adentro. Le hizo un gesto para que entrara primero y ella acató. Era una habitación simple con unas estanterías, un escritorio ante una ventana, un guardarropa, una cama que no estaba tendida y una mesa de noche al lado con una lámpara encima.

Buscando la ArmoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora