—Ciento veintisiete... ciento veintiocho...
La noche había caído y una parcial oscuridad envolvía al campo de entrenamiento: un amplio campo de césped rodeado por muros de adoquines; había barras para hacer dominadas, dianas de tiro, pesas y muñecos de práctica rellenos de paja con un cuerno en la frente.
—... ciento veintinueve... ciento treinta...
A la luz de una alta antorcha, Xhinnadhel hacía lagartijas con sus alas, de la cara le chorreaba el sudor y resoplaba constantemente dejando escapar un vaho cada vez que expulsaba el aire, pues estaban en un cuartel en el cielo sobre una enorme nube.
—... ciento treinta y uno... ciento treinta y dos...
Hacía rato que el resto de los soldados se habían ido a descansar, y sin embargo Xhinnadhel seguía ahí. Pero no estaba sola, Zhellax estaba sentado en uno de los muros junto a un bastidor de lanzas, bebiendo de una botella. Ya habían terminado la sesión de entrenamiento: hicieron unas carreras tanto de vuelo como a casco, simularon unas peleas que solo estuvieron algo reñidas ya que Zhellax se contuvo, e hicieron competencias de repeticiones en otros ejercicios; todas las ganó Zhellax.
—... ciento treinta y tres... ciento treinta y cuatro... ciento treinta y cinco...
Zhellax terminó con su entrenamiento aun cuando Xhinna seguía correteando, volando, levantando pesas y haciendo lagartijas, ya que ya había entrenado antes de que ella llegara. Entonces se limitó a estar sentado a una orilla, observando a la incansable pegaso, aunque se podía haber ido desde antes sin que Xhinna le dirigiese una sola palabra.
—... ciento treinta... y seis..., ciento... treinta y... sie...
Sus alas se rindieron y se desplomó en el suelo. Con el cuerpo en su completo límite, Xhinna jadeaba por la boca y nariz, y sus gimoteos era lo único que sobrepasaba el audible aullar del viento.
—Sabes que es malo sobre exigir a tu cuerpo, ¿verdad? —le preguntó Zhellax.
—¡Estuve... a siete... de... romper mi récord! —dijo Xhinna, jadeante. Se acostó boca arriba con su pecho hinchándose al respirar y sus alas y brazos tendidos en el suelo.
Zhellax calló; decir otra cosa solo terminaría siendo ignorada por segunda vez consecutiva. Ya recuperado un poco el aliento, Xhinnadhel se levantó y se sentó junto a Zhellax, aún jadeando del cansancio.
—¿Me das?
De mala gana, Zhellax le pasó la botella, y ella se la metió tanto a la boca que parecía que se la iba a comer. Bebió tanto que el agua se le regaba de la boca y caía por su pecho; más parecía que se estaba bañando.
—¡Guau! —jadeó Xhinna con el flequillo y el cuerpo empapados—. ¡No sabes cuanto necesitaba esto! —Le tendió la botella.
—Mejor... te la regalo. Es toda tuya ahora.
—¿En serio? ¡Gracias! —Abrazó la botella como si fuera un peluche y se la metió a la boca.
Reprimiendo una mueca de asco, Zhellax se apartó un poco para que no le cayera ni una gota. Cuando el agua se agotó, Xhinnadhel se dejó tumbar al suelo, despatarrada con la botella tirada a su lado.
—¿Estás viva?
No hubo respuesta. Le tocó el hombro para corroborar que no se había muerto por sobre hidratación.
—Sí, sí, estoy bien. —Xhinna se estremeció al roce y de vuelta se sentó contra el muro, descansando la cabeza en él.
Se mantuvieron en silencio un rato, como gozando de la tranquilidad que los acogía. Solo se escuchaba la respiración de Xhinna que ya estaba más recuperada. La antorcha más cercana distaba a más de un metro, lo que los dejaba en una penumbra que los abrazaba y apenas se podían vislumbrar el uno al otro.
—Es la primera vez que te veo entrenar tanto —comentó Zhellax de brazos cruzados—. ¿Hay alguna razón?
—¿Una razón? Estar en forma, por supuesto.
—Me refiero a que si hay alguna razón en concreto para estar en forma ahora mismo.
—Te lo he dicho mil veces: quiero ser una soldado de élite como tú —respondió Xhinna, alegre.
Zhellax rodó los ojos; no esperaba ser directo y plantear el tema él mismo.
—Entonces, ¿no tiene nada que ver con el supuesto unicornio que viste? —preguntó.
—¿Por qué lo tendría...? Espera, ¿me crees ahora? —Xhinna lo volvió a ver.
—Solo en el supuesto caso de que lo era, no estás entrenando de más para enfrentarte a un unicornio, ¿o sí?
—Ah, si lo hice, no me di cuenta. Solo entreno porque quiero mejorar y estar en forma. Mi padre fue un guerrero estupendo, y, de todas formas, cayó luchando en la guerra contra los unicornios. Por eso no importa cuánto entrene, un unicornio me ganaría todas las peleas que quisiera —respondió Xhinna.
Zhellax asintió. Concedió en que ella acababa de hacer un muy buen punto.
—No me veo luchando contra un unicornio en el futuro —continuó Xhinna—, a no ser que fuera realmente necesario. Tú seguro te envalentonarías, ¿no es así?
Hubo silencio. Zhellax bajó la cabeza para mirar sus brazos cruzados.
—Solo quisiera luchar con un unicornio alguna vez —respondió como si le costara hablar—. He luchado con muchas criaturas, mas no unicornios. Quisiera vencer uno en un combate, no demostrarle miedo, sino demostrarle que los pegasos no se deben subestimar y que podemos hacerles frente. —La volvió a mirar.
Xhinna le sonrió.
—Lo suponía, eres demasiado valiente. Yo no podría.
—Pensé que querías cobrar venganza de ellos.
—¿Venganza por qué?
—Solo digo, pues tu padre... falleció por ellos.
—Comprendo, sé a qué te refieres... —Xhinna guardó silencio mientras miraba la antorcha como hipnotizada por la llama—. No, quizás si me encontrara a quien le arrebató la vida a mi padre, pero lo más probable es que ya no esté en este mundo tampoco. No puedo tenerle rencor a un unicornio solo por ser la raza que es. Quizás, si el miedo no me invade, le mostraría respeto. Sé que son superiores a mí, y son algo extraños, ¿no lo crees? Con su magia y las cosas que pueden hacer con ella es algo... No lo sé, es como si fueran de otro mundo. Intentaría de algún modo que nos llevemos bien, y no ser un estorbo porque... Bueno, ya sabes cómo terminaría eso. —Soltó otra risita.
Zhellax respondió asintiendo. Le gustaba la respuesta por lo original que era, pues los demás pegasos con los que había hablado del tema respondieron que harían lo posible por huir del enfrentamiento y no luchar sin pensarlo tres o cuatro veces antes. Sin embargo, la opción de Xhinnadhel le parecía la más ridícula con diferencia. Él pensaba que lo mejor era no tenerles miedo y enfrentarlos como a un semejante, pues parte de la desventaja residía en no tener la cabeza fría. Una huida iba en contra de esa idea, pero no caía tan bajo como mostrarles respeto, eso ya era rebajarse casi a la humillación, admitiendo una superioridad que, según Zhellax, no existía.
Sin hacer un solo comentario, se levantó.
—¿Te vas ya? —Xhinnadhel se levantó también.
—Ya es algo tarde.
—Cierto, bastante tarde, querrás decir. Tu ve, yo me quedaré un rato más entrenando.
Zhellax la miró de golpe.
—Solo bromeo —rio Xhinna—. También me voy. Buenas noches.
Con la botella en sus cascos, agitó sus alas y empezó a retirarse volando, pero no sin dificultades: parecía que perdía el control en el aire y que le fallaban las alas como si se fuera a caer en cualquier momento. Al menos le valieron para que sus gemidos de dolor se perdieran tras las nubes. Que si iba a llegar sana y salva a casa era la duda que tenía Zhellax.
—Algún día de estos se va a matar —le comentó al silencio.

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Buscando la Armonía
FantasyLos unicornios son considerados extintos luego de una guerra contra los ponis terrestres y pegasos. Pero Eleo, un estudioso de la historia y cultura unicornio, conoce a Azmir, una de las pocas unicornios supervivientes de Equestria. Juntos entablará...