Hecmar, un pony alto y fornido cargaba su hacha apoyándola en su lomo. Se dirigía a un bosque que no quedaba muy lejos de Keruck, su pueblo. Se detuvo un momento y miró atrás: allá lo vio, todas las casas rústicas y hechas de madera, la especialidad de Keruck. Distinguió la chimenea de la suya por la que se alzaba un humo, pero más que para adorar su pueblo o enorgullecerse de haber nacido en él, esperaba encontrar algún rastro de su hija. Jinclair no se había presentado en el almuerzo; lo último que se supo de ella fue que estaría talando lo más que podía para aligerar la carga de su padre, ya que estaba trabajando mucho para su edad.
Pero eso no es razón para saltarse el almuerzo, pensó Hecmar. Se introdujo en el bosque en busca de alguna pista del paradero de su hija. Rondó por el sitio dando círculos: no había una sola señal de ella. Se animó a ir más profundo, aunque sabía que su hija tenía más que claro que no era necesario hacerlo, más bien hacía peor el trabajo de transportar la madera.
Divisó algo en el césped a lo lejos. Trotó hacia el sitio, y se encontró con el horror de ver el cuerpo de su hija: el color de su cuerpo, melena y cola se había sustituido por un gris pobre y sin vida, y sus ojos habían perdido su iris.
Con un sentimiento de impotencia, su padre dejó caer el hacha a su lado. Se arrodilló al cuerpo inerte para tantearlo con sus cascos: estaba tieso y no respondía a las leves sacudidas ni a los sollozos de su padre.
Escuchó un estruendo detrás suyo. Se incorporó de golpe y se dio la vuelta: tras un aura morada apareció una unicornio de pelaje grisáceo y la melena y cola de un rojo como sangre reseca. Lo miraba frunciendo el ceño en hostilidad, sobresaltado por los moretones y cicatrices que teñían su cara.
Hecmar tomó el hacha del suelo, pero al asirla parecía que tenía vida propia, revoloteando por el aire para soltarse de sus cascos. De mientras, la unicornio reía con su cuerno encendido en un púrpura sombrío.
Hizo que el hacha se escapara del poder del pony y se la clavó a un costado de su torso. Hecmar soltó un grito de dolor y cayó rendido al suelo, bañando el césped y el cuerpo de su difunta hija con su sangre.
—¡No, por favor no! —sollozó.
La unicornio se tomó su tiempo en acercarse a su víctima, mirándolo desde arriba con un notable desprecio. Encendió su cuerno y sus ojos se le tornaron negros. De la boca del pony empezó a salir como un humo gris que era absorbido por el cuerno, y mientras lo hacía, el pony y su sangre perdían su color. Entonces el humo dejó de salir y el pony se derrumbó inconsciente al lado de su hija, compartiendo los mismos colores sin vida.
El cuerno se encendió por última vez y el hacha fue desclavada para ser encajada al cuello de Hecmar. No hubo respuesta de él salvo un chorro gris de su cuello: ya no parecía sangre en lo absoluto.
Satisfecha, la unicornio dejó el lugar para recorrer el camino que había tomado su reciente víctima. En poco tiempo les daría una visita a los habitantes de Keruck.
ESTÁS LEYENDO
Buscando la Armonía
FantasíaLos unicornios son considerados extintos luego de una guerra contra los ponis terrestres y pegasos. Pero Eleo, un estudioso de la historia y cultura unicornio, conoce a Azmir, una de las pocas unicornios supervivientes de Equestria. Juntos entablará...