CAPITULO 22

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Son las diez de la noche y aún no sé nada de él. Como me haya dejado tirada, me enfado y en su vida me vuelve a tocar. ¿No estaba jugando antes? Me niego a pensar en eso porque, si no, me echo para atrás.

No estoy desnuda como me ordenó. No soy su empleada para que haga todo lo que me pide. Sin embargo, me compré un conjunto muy sexy de dos piezas y de color burdeos. Es de encaje y siento que estoy irresistible. Para darle un toque más inocente, no estoy maquillada; solo llevo un poco de tinte en las mejillas y en los labios, muy sutil. Además, me he alisado el pelo porque sé que le gusta tirar de él.

Con la bata puesta, no se espera nada de lo que tengo debajo y ese era el plan. Pero, para no variar, Gael siempre hace que mi planificación se vaya al garete. Vuelvo a mirar el reloj y me encuentro con los ojos de mi gata. Sí, ella también sabe que soy una imbécil por esperar, predispuesta a que este energúmeno guapo venga a por mí.

—¿Qué hago? —suspiro— ¿Me cambio y fin?

Antes de decidir, suena el timbre y sé que es él. Mi corazón empieza a latir demasiado rápido, así que me ato bien la bata para que no se suelte y se descubra el pastel. Abro con indiferencia.

—Traigo champán —dice como si nada.

—Llegas tarde —no se lo pongo fácil.

—He tenido un día de mierda —se justifica.

—¿Se ha caído el imperio?

—No.

—¿Te han atropellado?

—No.

—Entonces llegas tarde —en el fondo me estoy divirtiendo; me gusta sacarlo de quicio.

—Némesis...

—Pasa —indico, fingiendo estar indignada.

—Pon esto en hielo.

—Trae —hago un mohín y, por dentro, me río. Qué mono es.

Se quita la chaqueta del traje y me activo. Joder, qué bien le queda el traje negro. Ahora me he viciado a él con esa ropa. Pero voy a ir lentamente; no quiero que sepa que estoy desesperada por su toque, por su olor, por sus besos...

—¿Qué te ha pasado? —me cruzo de brazos y me aproximo a él, sentándome a su lado, pero estudiándolo.

—Problemas —gruñe, mirando mi pierna —¿Qué llevas debajo? —Estira la mano para acariciarme la pierna, pero le doy un manotazo— ¿Estás desnuda?

—No, pervertido.

—Te dije que te quería desnuda.

—Llegas tarde; se te fue el privilegio.

—Sí... —Se calla cuando mi gata se roza con su pierna, pidiendo atención.

—Vaya —la acaricia, y ella ronronea—Al menos una de las dos tiene modales.

—Gael... —Le doy un manotazo y me acerco a él.

—Acabo de salir de la oficina —coge a mi gata, la pone en su regazo y la acaricia con una dulzura que me da celos. Quiero que me toque así.

—¿Tan tarde?

—Problemas —me mira.

—Cuéntame —me subo al sofá poniéndome de rodillas y me acerco a él. Y automáticamente, mis manos se dirigen a su corbata negra.

—Cosas de la empresa —se apoya en el respaldo y me deja quitarle la corbata.

—Qué misterioso —le abro los primeros botones de la camisa y suelta el aire como si necesitara eso— ¿No confías en mí? —Le doy un beso en el cuello.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora