CAPITULO 26

1K 134 20
                                    

Gael

<<No la beses>>

Me lo repite una y otra vez mi subconsciente, y juro por Dios que me reiría de mí mismo si alguien me contara esta lucha interna. Pero ahora, ahora que la tengo tan cerca, ahora que sus labios me dieron un simple beso que me supo a poco, ahora que sus ojos lloran porque un malnacido tuvo la locura de tocarla sin su permiso, ahora que sus ojos me suplican que la consuele... dudo. Y yo nunca dudo.

<<No la beses>>

Me grita mi consciencia, pero, sin embargo, hago todo lo contrario. Me voy acercando sin entenderme, y mis labios se colocan sobre los suyos para darle un simple beso.

Hacía años que no besaba a una mujer. Nunca lo he necesitado. Me gusta el sexo, pero los besos siempre los vi como algo sin sentido, algo que no me daba placer. Ahora estoy como si estuviera en un desierto y ella fuera una fuente de agua.

¿Qué coño me pasa?

No lo entiendo, y la vuelvo a besar ganando más confianza, conociendo sus labios, y cuando entreabre la boca permitiendo que mi lengua acceda, me descontrolo.

Hacía años que no besaba, años que no sentía. Sin embargo, ahora que la tengo entre mis brazos, ahora que la estoy probando, es como si el cielo se abriera en dos y me gritara que no necesitaba la boca de nadie porque eran sus besos los únicos que quería y necesitaba para sentir.

—Gael... —gime.

Qué bonito suena mi nombre a través de su boca, aquella que poseo como si no hubiera un mañana. Me pierdo. Juro que lucho por evitar esta atracción, pero desde que la vi en ese bar supe que sería mi perdición, y años después sigo sin entender quién soy cuando estoy con ella.

Todos los conceptos que tenía sobre los sentimientos entre dos personas se van al traste cuando la tengo cerca. Antes era solo carnal; era la única que hacía que el sexo fuera único, sensacional, a pesar de odiarla. Pero ahora, ahora siento que hemos desarrollado otro tipo de relación desconocida. Porque no somos nada. Nos odiamos, pero es inevitable la atracción y el deseo que nos despertamos, y ahora se está convirtiendo en algo que necesito para respirar.

La cojo con cuidado y la coloco sobre mí al sentarme en el sofá. Ella se acomoda, y sus labios no se despegan de los míos. Es como si quisiera recuperar todos los besos que le prohibí dar, como si este fuera el momento para hacerlo.

—Esto está mal —mi consciencia habla por mí solo—. ¿Qué hacemos?

—Pero se siente tan bien... —me vuelve a besar, y la dejo.

Va a convertirse en mi perdición, lo sé.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora