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Mateo

El calor de la noche porteña me pegaba en la cara mientras manejaba por las calles de Buenos Aires. El aire acondicionado del auto no ayudaba mucho; el calor venía de adentro, de mi cabeza, de todo lo que venía pensando hace semanas, meses, años. Y, como si fuera poco, ahí estaba Agustina sentada al lado mío, mirándome con esa sonrisa que no terminaba de entender si era de verdad o solo para quedar bien.

Agus era una piba piola, de esas que te reís con facilidad, con onda, pero, ¿sabés qué? No la sentía. No sé si me explico bien. Era linda, simpática, tenía todo para que yo la pase bien, pero en mi cabeza no dejaba de aparecer Mia. Esa maldita, hermosa, jodida Mia.

Mientras Agus me hablaba de algo que no estaba ni prestando atención, me fui perdiendo en mis propios pensamientos. Últimamente, salía con pibes, hacía temas, me metía en mil proyectos, pero la realidad era que todo lo que hacía era para no pensar en Mia. ¿Cómo puede ser que después de tanto tiempo, después de tantos intentos fallidos, todavía no la puedo sacar de mi cabeza? Es como si estuviera tatuada en mí, boludo, en cada rincón de mi cerebro.

-¿Mate? ¿Me estás escuchando? - la voz de Agus me sacó del trance.

-¿Eh? Sí, sí, perdón. Estaba pensando en una boludez, viste.

Agus me miró con esos ojos que parecían querer entenderme, pero que no llegaban. ¿Cómo podría entenderme si ni yo me entiendo? La verdad es que no sé qué carajo estoy haciendo con mi vida últimamente. Parece que estoy en piloto automático, como si todo lo que hago fuera para no tener que sentarme a pensar demasiado.

Paramos en un semáforo en rojo, y aproveché para mirarla bien. Agus se veía bien, con su pelo suelto, su piel bronceada de haber pasado todo el día al sol. Pero, ¿sabés qué? No me movía un pelo. Y eso me asustaba. Antes, cualquier mina que se viera como ella me tendría en la palma de la mano, pero ahora... todo me parecía vacío, sin sentido. Como si estuviera buscando algo que ninguna de ellas me podía dar. Algo que, tal vez, solo Mia tenía.

-Sos re colgado, Trueno - me dijo Agus, riéndose suavemente mientras me golpeaba el brazo en joda.

-Sí, mal. Hoy estoy en cualquiera. - le respondí, intentando ponerle onda, pero sintiendo que no podía más con la farsa.

El semáforo cambió a verde y seguí manejando. Estábamos yendo a un bar que estaba de moda ahora. Agus había insistido en ir, porque tenía ganas de "desconectar", según dijo. Yo solo asentí y acepté, porque últimamente acepto cualquier cosa con tal de no quedarme solo en casa pensando en Mia. Pero a medida que avanzaba la noche, más claro me quedaba que esto no iba a funcionar. Agus era buena mina, pero yo no estaba ahí. Ni siquiera me había molestado en decirle que me llamara Mateo, como me gusta a mí. No. Para ella seguía siendo Trueno, el rapero, el pibe de los escenarios. El que todos ven pero nadie termina de conocer.

Llegamos al bar y estacioné el auto en la cuadra. Entramos y el lugar estaba lleno de gente, la música estaba fuerte, y las luces de neón le daban un aire medio bolichero. Nos acomodamos en una mesa y Agus ya estaba pidiendo unos tragos. Yo, en cambio, solo miraba a mi alrededor, sin realmente ver nada. Todo esto me parecía una película que ya había visto mil veces y que me tenía podrido.

-¿Qué te pasa, Tru? - me preguntó Agus de repente, acercándose un poco para que la pudiera escuchar mejor con la música de fondo.

-Nada, Agus. Estoy medio quemado, viste. Entre la música, los shows, y toda la mierda... - le dije, tratando de sonar convincente.

-Sí, te entiendo. Pero mirá, esta noche es para relajarse, ¿dale? Vamos a pasarla bien, olvidate de todo lo demás. - me dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Una segunda oportunidad || TruenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora