CAPITULO 13

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Sarocha Chankimha

Tenía trece años cuando empecé en este mundo del espectáculo. Tan solo trece malditos años y una de las primeras cosas que hizo Aon Jirawat y su equipo, fue asignarme un rol, un personaje que debía interpretar.

Es algo normal en este medio-me dijo él-, con el tiempo te acostumbras.

Aquel rol no tenía mucho que ver con quien era o con lo que quería proyectar con mi música, si no con el personaje que vendía y les daría mayor alcance de ventas. 

¿Cuál fue ese personaje? El de chica rebelde. La oveja negra. Una chica fiestera y despreocupada que solo quiere disfrutar de la vida y no se preocupa por el mañana.

Yo no era así o al menos eso es lo que recuerdo, porque llevo interpretando este papel por más de diez años que en algún momento, la línea que dividía aquel personaje y quien realmente era yo, se empezó a desdibujar y ahora, no sé quién soy.

Perdí mi identidad. ¿Se imaginan pasar más de diez años de su vida fingiendo ser alguien que no son?

Uno empieza a olvidar quien es, que le gusta, empieza a perderse y dejamos de saber quiénes somos debajo de ese personaje que llevamos casi veinticuatro horas por los siete días de la semana.

Además, nos hacen creer que no somos nada sin ese personaje. Nos dicen que nuestro éxito depende de ese rol, así que tenemos miedo de equivocarnos y empezamos a desempeñar el papel todo el tiempo, incluso cuando no hay nadie.

¿Cómo consiguen que lo hagamos? Es fácil. La mayoría empieza muy joven en este medio, no tiene idea lo que le espera y ellos te dicen y hacen creer, que solo quieren lo mejor para ti, que cada decisión que toman, es para tú beneficio.

La juventud, mezclada con la ilusión de triunfar, nos hace vulnerables y manipulables ante bestias que llevan en este negocio años y saben cómo jugar y engañar.

Y el tiempo va pasando, ya hemos perdido nuestra identidad como personas, pero nos decimos que está bien, que aún nos queda nuestra identidad musical. ¡Error! Eso también lo perdemos.

La música que cantamos, deja de ser nuestra y al igual que nosotros, se vuelve solo un producto. Desechan cada una de nuestras ideas y no nos queda más que cantar aquellas letras que van con el rol que debemos desempeñar.

No nos importa lo que quieras o pienses -me dice mi management team-. Eres nuestro producto. Cállate y haz lo que te decimos. Recuerda que tu carrera y tú, dependen de nosotros.

Perdemos el control de todo. Tal vez por eso (según mi terapeuta), voy a aquel club y tengo problemas con la comida. Porque si no puedo elegir nada, al menos puedo decidir qué y cuándo como. Pero, de todas formas, a nadie le importa. Mientras siga cantando, asistiendo a entrevistas y cada uno de mis compromisos, a nadie le importa como estoy.

A nadie tampoco le importa que no sepa quién soy, ellos ni siquiera se dan cuenta. ¿Acaso no recuerdan cómo era antes? ¿No me vieron o conocieron lo suficiente como para notar la diferencia?

Al parecer nadie me vio antes y nadie me ve ahora.

Tantas personas alrededor y estoy sola-pienso con amargura, con mis dedos sujetando la bolsa con las pastillas que me dio Aon.

-Hola, Sarocha. Es bueno verte.

Es un proceso -me dice mi terapeuta-. No sucede de la noche a la mañana.

También me dice que mis traumas, o aquella necesidad de recurrir a las drogas, no se va a ir del todo. Lo que la terapia hace es ayudarme con herramientas para que yo pueda lidiar con todo aquello cuando sea el momento.

¿QUE HUBIERA PASADO SI...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora