CAPITULO 3

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Patricia Armstrong

Una de mis niñeras comentó una vez que nací en un hogar roto. Yo era muy pequeña y no entendía a qué se refería, tampoco me importaba mucho en esa época donde pensé que lo tenía todo, aunque ahora entiendo, que realmente nunca tuve nada.


Solía ver a mi madre, arreglarse para algún evento, me sentaba en su cama y la veía colocar maquillaje en su cara y le sonreía, esperando a que ella me regrese la sonrisa, pero no lo hacía. Nunca lo hizo. A pesar de eso, amaba esos momentos porque eran los únicos que compartía con ella.

Pobre niña nacida en este hogar roto-murmuro mi Nana número cinco. Unos pocos años después, entendí que no solo lo dijo porque mis padres amaban sus trabajos más de lo que me amaban a mí, sino también por la forma en que vivíamos solo de apariencias. Fingiendo que éramos la familia perfecta cuando a puertas cerradas mis padres se odiaban y ni siquiera me dirigían una mirada.

- ¿Hay algo malo conmigo? —le pregunté a mi Nana número ocho cuando mi mamá empezó a cerrar la puerta para evitar que yo entre a su habitación mientras ella se arreglaba.

Antes de eso, mi mamá nunca me dio un beso de buenas noches o leía cuántos para mí antes de dormir. Tampoco me abrazaba, decía que los abrazos no eran lo de ella y por eso me regaló un enorme peluche porque a mí me gustaba abrazar a la gente.

Amaba ese peluche, lo llevaba a todas partes hasta que, al abrazarlo, empecé a recordar la forma en que mi madre me apartaba o como ignoraba cuando hablaba.

-Mi madre me quiere —le dije a mi Nana número nueve—. Asu manera, pero me quiere.

Porque mi mamá estaba ahí. A pesar de todo, ella estaba ahí. Papá no, él ni siquiera fingía que yo le importaba. Y un día solo se fue y jamás regresó, solo se alejó.

Después de la forma abrupta de su partida tuve miedo a que mi madre haga lo mismo. El miedo a ser abandonada empezó a crecer dentro de mí.

Mis padres sembraron la semilla y me dejaron ahí, sola, viendo como germinaba dentro de mi cuerpo, echando fuertes raíces y apropiándose de todo. A su vez, de la mano, creció el miedo a que las personas me dejen de querer.

-No me dejes, por favor, no me dejes - le rogué a mi Nana número doce.

- Por favor, no me dejes. - Me empecé a esforzar mucho para que las personas no me dejen de querer, para que no me dejen. Tanto así, que empecé a ser una persona que no soy.

Empecé a hacer las cosas que sabía que les gustaban a otras personas, incluso aunque yo no quería, solo para que no me dejen y es que estaba tan sola, me sentía tan sola y tan necesitaba de afecto, que cuidaba como un tesoro cuando alguien me daba el mínimo de atención.

Y un día, conocí a Saint Suppapong, el mejor amigo de mi nuevo hermanastro. Saint tenía la sonrisa más brillante y genuina que había visto en mi vida. Era dulce, amable y me miró, a mí, no solo a la persona que fingía ser para agradar a mi madre.

Él vio a la verdadera Patricia y le gustó esa Pat. Antes de Saint mis relaciones siempre fueron vacías nunca (tuve en si una relación con Saint), debido a mi pasado, no podía conectar a un nivel más profundo y por ese motivo, de forma eventual, me dejaban.

Con Saint fue diferente, ambos entendíamos la soledad, el deseo de entender porque nuestros papás se fueron de la manera en que lo hicieron. Teníamos está conexión para hablar sobre películas, series y música. Sobre todo, música. Él solía traer todos los ingredientes necesarios y me ayuda a hornear galletas o magdalenas.

Nada se sintió forzado, sé sintió natural, nuevo. Ahora tienes un amigo que te respalda, Patricia (me dijo Saint) después de una discusión que tuve con mi madre.

¿QUE HUBIERA PASADO SI...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora