2

71 12 0
                                    

Gulf

Voces recorrieron la habitación.

—Esto es un maldito desastre —murmuró Fabiano.

—¿Te imaginas lo asustado que debe estar? —dijo León, sonando desconsolado.

Al escuchar su voz, me dolió el corazón. Entonces me di cuenta de quién estaba hablando: de mí.

Estaba desconsolado por mí, preocupado de que yo tuviera miedo. ¿Estaba asustado? ¿Debería estarlo?

¿De papá? ¿De todos los hombres de mi familia? ¿De mi propio hermano? No sabía lo que estaba sintiendo. Sobre todo, no quería sentir. Solo quería estar, en la oscuridad y el silencio, solo.

—Dudo que solo esté asustado. Ver algo así te cambia —dijo Fabiano. No pensaron que pudiese estar aquí porque no sabían que tenía el código de su sótano.

Sus voces desaparecieron, probablemente para ayudar a mi familia a buscarme.

***

Ocho horas más tarde (en algún momento comencé a contar el suave ruido sordo del segundero de mi reloj de pulsera) tuve que abandonar mi escondite. Necesitaba hacer mis necesidades, y me dolían las piernas y la espalda por haber estado acurrucado durante tanto tiempo. Cuando estuve seguro de que estaba solo, abrí la tapa y salí. La sangre en mi ropa había endurecido la tela, pero ya no olía el olor a cobre. Mi nariz estaba insensible a ella por ahora. Me estremecí. Hacía frío en el sótano incluso en esta época del año. No me había dado cuenta antes, pero mis dedos de manos y pies estaban rígidos por el frío. Busqué un lugar para orinar, pero cada rincón se sintió tan mal como el otro. Me sentía mal por ensuciar así el sótano de Fabiano.

El recuerdo del charco de sangre en la celda entró en mi cabeza y me estremecí una vez más. Tal vez podría aguantar unas horas más... pero ¿entonces qué? No podía volver a mi casa, aún no.

Me abracé y me estremecí más fuerte.

¿Ahora qué iba a hacer?

Miré a mi derecha y me fui a la esquina. Tuve arcadas cuando toqué la tela ensangrentada de mi pants para bajarlo y poder orinar. Vacié mi vejiga rápidamente en la esquina, y corrí de regreso a mi escondite. Necesitaba tranquilidad, necesitaba oscuridad, más oscura que la sala de almacenamiento, lo suficientemente oscura como para oscurecer mi memoria demasiado precisa reproduciendo cada detalle del rostro angustiado del hombre. Ni siquiera sabía su nombre. ¿Alguien lo recordaría? Quería olvidar, pero ¿estaba mal de mi parte desear algo así? Me acurruqué lo más pequeño que pude encima de la ropa en la caja, y luego cerré la tapa.

No dormí, aunque estaba cansado y no había dormido en más de un día. Seguí contando los segundos, intentando dejar que el sonido familiar me calmara.

Habían pasado once horas desde que había escapado cuando escuché voces nuevamente, pero esta vez no solo fueron Fabiano y León. Papá, Nino y Alex estaban con ellos.

Me hice aún más pequeño y respiré muy lento y bajo para que no me escucharan. No estaban en la sala de almacenamiento, sino en el pasillo frente a ella. Forcé mis oídos para escuchar su conversación.

—¿Estás seguro de que él no conoce los malditos códigos para salir de las instalaciones? —gruñó papá—. Eso es difícil de creer considerando que se te escapan todo el tiempo.

—Tal vez los conoce. Gulf es observador —dijo Alex. A pesar de lo que le había visto hacer, una parte de mí quería ir con mi hermano. Siempre había sido la persona que me consolaba y protegía. Ahora me escondía de él y de mi familia.

6 DESTINO RETORCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora