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—Con un demonio, ¡Sí, Germán! Entiendo eso, pero…

Tomás dejó la oración a la mitad, acariciando con más cuidado la espalda de su minino, observándolo agarrar fuertemente su mano libre, mientras su otra manita se encontraba en el protector del asiento del inodoro, con Iván casi apoyando su barbilla en este, jadeando una vez Tomás jaló la palanca. Le gustaba ver el agua limpia llevarse eso asqueroso que salía de su boca, además de los dulces mimos de su amor.

—Él está mal, Germán, es la tercera vez que vomita y siempre es lo que come o cuando está en la cocina, también se queja de dolor de estómago y, ¡Mierda! Te juro que no sé qué hacer.

Al ojicafé se le partía el alma al escuchar a su amigo de esa forma, incluso a través de la línea. Germán observó a Rodrigo sentado a su lado, en la cama, su minino se movía, buscando una mejor forma de escuchar lo que Tomás decía, hasta que el mayor se compadeció de él y colocó el altavoz.

Tomás, ¿Cómo está Iván? —La voz preocupada del castaño sorprendió a ambos chicos, pero ninguno dijo nada al respecto, no era el momento.

—No está bien, Rodrigo. Tengo que llevarlo al médico.

Pero no podes, sabes lo que pasaría si lo llevas al médico. Tomás, lo hemos visto, ese sujeto sigue buscando a Iván y hay mucho dinero en juego, cualquiera puede darle una pista si lo ven llegando al hospital, sea el que sea.

—¡Te dije que ya lo sé, Germán! Lo sé.

Iván se alejó del retrete para acurrucarse con el mayor, quien al instante se levantó, junto con su pequeño, llevándolo al caño para ayudarle a cepillar sus dientes, y luego cargarlo con mucho cuidado, directo a la cama, mientras oía los preocupados maullidos del minino, acariciándole la mejilla a Tomás, queriendo que se calme.

¿Cómo hacerlo si veía a su pequeño Iván pálido? No estaba bien, menos de un día así y ya sentía que su corazón se le saldría si no hacía algo para aliviar a Iván.

Sus planes de mudarse se vieron interrumpidos cuando su pequeño amor pasó una mala noche con dolores estomacales, por órdenes de su madre Tomás no hizo la mudanza respectiva. Al día siguiente empezaron las náuseas y vómitos, hasta la actual madrugada, con su cabeza estaba reventando sin saber qué hacer.

Tomás, Iván dice que, por favor, te calmes, no le gusta verte así —Tomás escuchó la voz de Rodrigo a través del auricular del celular y acarició los suaves rizos de su gatito, él lo sabía, nadie conocía a Iván como él.

Tomás podía reconocer esa mirada cargada de preocupación, pero si seguían así, podía perderlo. Iván era frágil, pequeño, delgado, quizás había engordado un poco después de todo, pero su cuerpo aún parecía hecho de trapo, como esos muñequitos que quieres cuidar y proteger hasta de la más mínima caída.

—Yo sé, es solo que… Tengo miedo.

Germán y Rodrigo oyeron el quejido de Tomás, e Iván pudo ver esas pequeñas lágrimas escapar de los hermosos ojos, resbalando por sus mejillas.

Iván se incorporó en la cama, sentándose para acurrucarse contra el cuerpo del mayor, sintiendo sus ojitos humedecerse ahora, él no quería ver a Tomás llorar, y verlo era más doloroso que cuando su pancita lo molestaba, mucho peor. Iván pediría mil dolores de pancita más fuertes, todo porque Tomás deje de llorar.

—Chicos… No quiero… —Tomás abrió los ojos, ya rojos por las lágrimas que había contenida por horas y la presión que ejercía en estos por mantenerlos secos, admirando el preocupado rostro de Iván, sus preciosos ojos ónix brillando aún entre tanta oscuridad, oyendo los dulces “Meow” tan asustados, dejando que los labios del minino le dieran tiernos besos—. No puedo perderte, Iván. —Juntó su frente con la del gatito, disfrutando del roce de sus rizos con su piel. No podría vivir sin eso, no ahora que ya había experimentado lo que era tenerlo.

𝐍𝐄𝐊𝐎 𝐂𝐎𝐑𝐏𝐎𝐑𝐀𝐓𝐈𝐎𝐍 ── Spreen and RobleisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora