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Esa noche Germán tenía qué estudiar para su práctica del día siguiente y estaba sentado en la pequeña mesa de estudio que había puesto en su sala. Su casa no era demasiado grande, de hecho, el espacio más grande lo había cogido el gran televisor que se compró por capricho, así que no tenía un comedor y siempre terminaba comiendo sobre el sofá, observando lo que sea que esté en la programación, porque tampoco tenía un horario para su hora de almorzar.

Escuchó de nuevo las grandes explosiones de la televisión y soltó un gruñido, prácticamente estampando su frente contra la mesa, suspirando con amargura. Estaba realmente estresado porque lo que deseaba leer no le entraba en la cabeza y él pagaba todo, si reprobaba tendría que dar un dinero extra para presentar el examen otra vez. Maldijo en voz baja, tratando de quitar esos hermosos ojos verdes de su mente. El problema era que seguían ahí, todo el tiempo, recordándolos mejor debido al ruido de la televisión.

Se levantó de esa silla, dejando que esta rechine al rayar el piso y caminó lo poco que le faltaba para llevar a la sala, observando ahí al causante de ese mar de sentimientos que lo consumían desde que empezaron a vivir juntos. Estúpido, Rodrigo, era la frase que pasaba por su mente cada que su corazón se detenía y luego latía a mil por hora, todas las veces que esos hermosos y tiernos ojos se conectaban con los suyos. Estos feos y perversos verdes.

—¿Podes bajarle un poco? Estoy estudiando. ¿No se supone que los gatos tienen buen oído o algo así?

—Hm. —El más pequeño lo miró, recargando sus manos contra el respaldar para regalarle una traviesa mirada al mayor, logrando que este suspire, no iba a caer de nuevo en los tontos juegos del castaño, peor cuando había logrado pasar tanto tiempo sin ponerle ni una mano encima—. Podemos hacer más ruido de otra forma, Ger.

—Sos un caso perdido, Rodrigo. ¿Lo sabes?

Y olvidándose del examen, Germán se sentó junto al pequeño castaño en el sofá, causando que este al instante se acueste a lo largo del gran mueble, apoyando su cabeza en las piernas del ojinegro. Rodrigo cogió la mano de Germán, se alzó la playera y la colocó ahí, mirándolo con un puchero.

—Sobame la panza, ¿De acuerdo? Me gusta cuando lo haces.

Un simple meneo de orejas y ya tenía al mayor en la bolsa, sobándole el abdomen como tanto lo deseaba Rodrigo. La relación de ambos era realmente como una de las tantas comedias que se habían hecho series exitosas. Desde el primer beso, cuando el mayor le dijo que no debía hacer ese tipo de cosas para vivir en su casa, Rodrigo no dejaba de insinuársele de una y mil maneras. Por lo que el castaño le había contado, ellos eran prototipos de niños alterados, agregándole genes de animales en celo, así que aunque no lo deseara, su cuerpo siempre terminaba ardiendo en busca de un poco de placer. Y eso quería el castaño de Germán: Placer.

Pero para el más alto, las cosas eran completamente diferentes. Desde que esos tiernos ojos lo cautivaron, Rodrigo no solo despertaba una erección en él, sino había sido el interruptor para encender sentimientos que hacía mucho no sentía, además de reacciones de una colegiala de catorce años al ver al chico del que ha estado enamorada por más de cinco años, o así lo definía el mayor.

Germán sabía que le gustaba Rodrigo, no había que ser experto en la materia para notarlo, pero no quería terminar realmente enganchado de un mocoso con orejas y cola de animal del que no sabía absolutamente nada, porque aunque lo había intentado más de una vez, no había obtenido información del castaño.

—¿Por qué no queres follar conmigo?

En ese momento, Germán hubiera preferido tener en su boca algún líquido para escupirlo como en esos cómics que se pasaba muchas horas leyendo en sus ratos libres, pero no, nada, solo entrecerró los ojos y luego dirigió una mirada al pequeño felino, quien solo lo miraba atentamente, sin ningún rastro de broma o de burla, solo serio. Rodrigo hablaba en serio.

𝐍𝐄𝐊𝐎 𝐂𝐎𝐑𝐏𝐎𝐑𝐀𝐓𝐈𝐎𝐍 ── Spreen and RobleisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora