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Tomás suspiró, pasando sus manos por milésima vez sobre sus cabellos, observando el cuerpo dormido de su pequeño al lado, en su cama. Una semana, faltaba una semana, quizás podía esperar un poco más, tal vez podría llamar en los próximos días, pero no tendría el valor de hacerlo después. Así que, con decisión, tomó el número que le dejó su madre hace unos días sobre su escritorio y cogió su celular, presionando botón por botón, acercando el aparato a su oreja después para esperar mientras los pititos de llamada entrante sonaban, impaciente porque la mujer del otro lado atienda.

—¿Tomás? —Escuchó un susurro desde el otro lado de la línea, y cuestionó si la mujer que le hablaba estaría en un buen lugar para entablar la conversación que necesitaba—. Cariño, ¿Eres tú?

—Ujum. —Dijo, como afirmación, mientras las palabras luchaban por salir de su boca, aún se le hacía extremadamente difícil—. ¿Tienes tiempo, Vicky?

Sí, ya salí. —Escuchó la voz mucho más tranquila de la mujer y ambos suspiraron al unísono. Su mirada viajó al pequeño que descansaba sobre la cama, abrazándole la cintura.

Con mucho cuidado de no hacer ningún movimiento brusco, quitó las frazadas del cuerpo del minino de rizos, admirando lo grande y hermosa que estaba su pancita. Sí, con el pasar de los días Tomás había logrado convencer a Iván de dormir sin remera, porque él amaba hablar con su pequeño hijito cuando Iván miraba e incluso cuando no lo hacía. —Lo siento, a estas horas ya debería estar descansando en mi casa, pero Mauro tuvo una crisis nerviosa, tuvimos que quedarnos todas las enfermeras.

—¿Está bien ahora?

Sí, no te preocupes. —La pacífica voz de la mujer le hizo cuestionar a Tomás su desconfianza ante ella, aunque al instante se resistió al pensamiento de creer en su ingenuidad. Vicky era demasiado buena para ser verdad—. ¿Cómo están ustedes? Lamento si mis llamadas a tu madre te han incomodado, no me sentía capaz de llamarte directamente después de lo que pasó ese día.

—No, está bien. Gracias por respetar mi decisión.

Cariño, quiero que entiendas que yo no tenía idea de…

—Lo sé, lo sé, de los planes de Rubén. Yo entiendo, Vicky. —Tomás suspiró, aclarando su garganta antes de continuar—. Espero también me entiendas a mí y sepas que todo lo estoy haciendo por proteger a Iván y a mi hijo. Cuido a mi familia.

No te reprocho nada. Tu madre y yo hablamos, ella no puede estar más orgullosa y si fueras mi hijo, yo también lo estaría.

El pelicafé sintió una punzada en su pecho, recordando que la mujer del otro lado de la línea había perdido a un ser demasiado importante para ella. Él no se imaginaba qué sería de su vida si las cosas con su hijo o con su razón de sonreír, salían mal; solo por ello era esta conversación, solo por ello daría su brazo a torcer una última vez.

—Lamento lo de tu hijo, nunca tuve la oportunidad de decírtelo. —Fue sincero, estar en los zapatos de Vicky debía ser una tortura constante.

Tengo la esperanza de que sea feliz, donde sea que esté, eso motiva mucho, creo yo. —Tomás asintió, aunque la mujer del otro lado no pudo verlo, él dejó que pasen unos cuantos segundos de consuelo para la amiga de su madre, imaginando lo simple que era decir esas cosas, cuando el corazón de la señora podía estarse despedazando ante cada recuerdo de haber perdido a un ser que amó, durante nueve largos meses—. ¿Qué necesitas, Tomás?

—Que me ayudes a no perder a mi familia, Vicky.

—Que me ayudes a no perder a mi familia, Vicky

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𝐍𝐄𝐊𝐎 𝐂𝐎𝐑𝐏𝐎𝐑𝐀𝐓𝐈𝐎𝐍 ── Spreen and RobleisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora