Un cometa ardiendo en su mente

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Las semanas pasaron. Algunos días visitaba a sus amigos, mientras que en otros días prefería quedarse con sus abuelos viendo alguna película antigua del cine mexicano. El temblor de su patético encuentro con Ailice se había ido desvaneciendo, pero una noche, como el mal hábito que no se puede romper, volvió al complejo Belén. Se quedó afuera y compró unas golosinas a la señora Josefa. Entonces, volteó la mirada a su derecha y, a unos diez metros de distancia, con un pantalón jean y una clásica casaca azul deportiva, se encontraba Ailice. Ella le lanzó una mirada como una bala de fuego directo al cráneo, desatando un caos interno que el no supo controlar. Ella estaba con una amiga comprando hamburguesas, como si nada. Ósver, tratando de disimular el golpe, entró al complejo Belén. Caminó hasta el parque, se plantó bajo las palmeras, y como un niño malcriado, empezó a patear los dátiles tirados por el suelo. Se decía a sí mismo: «¿Qué me pasa que no le puedo hablar? ¿Por qué al verla me vuelvo tan idiota?».

Ailice era como un cometa ardiendo en su mente, y él, en comparación, no era más que un pedazo de roca inútil, demasiado insignificante para soportar el impacto. Mientras ella brillaba y dejaba cráteres en su alma, él seguía siendo un estúpido protoplaneta, un intento fallido de algo que nunca llegaría a ser. Seguía pateando los dátiles con rabia hasta que tropezó con un trozo de concreto que lo hizo tambalearse. Se dejó caer en una banqueta, dolorido, y con el alma hecha pedazos, se dijo: «Estoy jodido, me he enamorado de la pequeña Ailice... y ahora yo soy el enano».

Arrastrando los pies, se fue a la casa de Edú, donde habían quedado en ir al billar con Kike y Cristopher, el hermano de Edú. Al llegar, se tiró en la cama sin importarle que Cristopher lo escuchara, y soltó todo de golpe, confesando que se había enamorado de Ailice, como si admitirlo pudiera aliviar el desastre que sentía por dentro.

—¿Te enamoraste de Ailice? ¡Qué idiota! Te has puesto la soga al cuello. Ella nunca te hará caso —dijo Kike, agarrándose la frente por la noticia.

—¿Por qué eres tan pesimista, Chino Kike? Dale una esperanza siquiera —dijo Edú.

—¿Por qué tendría que dársela? Es la realidad, se ve altiva y soberbia —dijo Kike. Luego miró a Ósver y siguió añadiendo—: pero inténtalo, tal vez me cierres la boca.

—Yo creo que tendrías alguna oportunidad si volvieras a estudiar en Moquegua y en el mismo colegio de ella —dijo Edú.

—¿En qué colegio estudiará? —preguntó Ósver.

Cristopher, desde el segundo nivel del camarote, agregó:

—Ailice y yo estudiamos en el mismo colegio, el colegio Parroquial. Ella está en segundo y yo en tercero de secundaria. La conozco un poco, he hablado algunas veces con ella, pero para que no te hable y te mire como bicho raro, algo debes haberle hecho.

Ósver estaba en problemas, él sabía lo que había hecho: espantarla con una matachola. El fin era bueno, pero los medios no fueron bien pensados, Ósver había actuado como un pirañita cualquiera, un mocoso delincuente y, cuando lo contó, no pudo evitar la vergüenza de lo patético que había sido.

—¡Que ingenuo eres! Se nota que no tienes experiencia con las chicas. Necesitas asesoramiento desde cero —dijo Edú.

—Si no podías hablarle, nos hubieras dicho que no la pintáramos porque te gusta, en lugar de actuar como un pirañita, delante de ella.

Después de todo, su mamá ganó la batalla; ella se saldría con la suya. Ósver tomó una decisión unánime: estudiaría en el colegio Parroquial. Con esto, se despedía de sus viejos compañeros y de la esperanza de volver a la banda de música del colegio Médico Docente. Era un adiós sin lágrimas ni remordimientos, solo la fría certeza de que ya no había nada para él ahí.

Game ÓsverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora