Los celos

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—Ya págame, no te hagas el cojudo —dijo Edú a Ósver.

Ósver le pagó a regañadientes. Salieron de las tribunas y se dirigieron a unas habitaciones llenas de jaulas, donde los distintos galpones guardaban a sus gallos. Dentro del coliseo, muchos gallos moribundos fueron sacrificados por sus dueños para evitar que siguieran sufriendo. Ósver y Kike ayudaron a Edú a volver a colocar a los gallos en sus caponeras y llevarlas a la camioneta estacionada afuera del coliseo. En ese momento, al levantar una caponera, Ósver se desestabilizó por el peso y perdió el equilibrio, provocando su caída al suelo. Kike, testigo de la escena, se apresuró a ayudarlo a levantarse y a sacudirle el polvo de la ropa.

—Siéntate en esta silla, descansa —dijo Kike con gran preocupación—. Voy a llevar las caponeras.

Ósver, avergonzado, se sentó. Después de que llevaron todas las caponeras a la camioneta, Edú les dijo:

—Vámonos con mi papá a la quebrada y celebremos la victoria de El Cabeza Rota.

La quebrada era un desfiladero, ahí habían construido muchos bares de dudosa reputación donde las peleas entre borrachos y la prostitución eran el pan de cada día.

—¡Vamos, para que se inauguren, hay buenas chicas! —dijo Edú.

—Yo, paso —respondió Ósver.

Kike quería ir, pero tampoco quería dejar solo a su amigo. El caminar de Ósver era inestable, y Kike temía que se volviera a caer.

—Dile a tu papá que lleve primero a Ósver a su casa, y luego tú y yo nos vamos a la quebrada —propuso Kike.

Al ver que Kike prefería llevar a Ósver a casa antes que ir con él a la quebrada, y que además Ósver había apostado en contra de su gallo, Edú le dijo:

—Mi papá no va a querer, él quiere irse directo por otro lado sin hacer escalas. ¿Qué dices, vienes o no?

—Entonces no puedo Nerito —dijo Kike, convencido de su decisión—. Voy a acompañar a Ósver.

Abandonaron aquel lugar impregnado de olores a caca de gallo, sangre, cerveza, pisco y coñac. A mitad de camino, Kike estaba preocupado por Ósver. Al descender por las calles, las piernas de Ósver temblaban, como si sus rodillas no pudieran sostener su peso y estuvieran a punto de ceder en cualquier momento. Ósver hablaba, pero Kike apenas le prestaba atención, limitándose a asentir con la cabeza. Sabía que persuadir a Ósver para que fuera al médico no era una opción, por lo que guardó silencio durante el trayecto hasta dejarlo en su casa.

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