El Siqui Siqui

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La casa de Edú también se mantuvo en pie sin daños significativos tras el terremoto. Unas semanas después, invitó a algunas amigas a su casa. Por la noche, Kike y Ósver llegaron. Edú, con su estilo característico, comenzó a relatar historias de terror basadas en leyendas moqueguanas. Esto provocaba que las chicas gritaran de susto cada vez que él elevaba la voz después de unos segundos de silencio para luego seguir relatando la historia.

Una de las chicas le preguntó a Ósver con curiosidad:

—¿Por qué estás tan callado, amigo?

Ósver sonrió, y le dijo:

—Porque ninguna de ustedes se digna a hablarme.

—¡Uyuyuy!, no me dejó —dijeron todos entre risas.

Cariño, ahora te estoy hablando —dijo la chica en tono sarcástico.

—¡Ayayay! ¡Esto se vuelve picante! —dijo Edú avivando la chacota.

Para Kike y Edú, ver a Ósver interactuar así con una mujer fue toda una revelación. No podían creer que el mismo Ósver, el que se acobardaba frente Ailice, le siguiera el juego sarcástico a una chica de reputación más que cuestionable. Fue como descubrir que una piedra podía hablar.

Kike se levantó del sofá, y dijo:

—Me voy, tengo que cuidar la cochera.

—No te vayas, Chino Kike. ¿Quién se va a robar tu cochera? Además, aquí en Moquegua no hay ladrones.

Kike no le hizo caso y se fue.

—Chicas, ustedes, que son unos oráculos y lo saben todo, ¿podrían decirme qué le pasa a mi amigo? —preguntó Edú—. Está muy extraño. Ni por ustedes se quedó, y eso que le encantan las mujeres. —Luego miró a Ósver y le preguntó—: ¿Tú sabes qué le pasa?

—La verdad no sé, pero supongo que es porque ya terminó el colegio —respondió Ósver con tono pensativo.

Era cierto, Ósver notaba algo diferente en Kike; lo percibía más responsable con sus labores y ya no era tan malhablado como antes. Sin embargo, para Ósver, esto solo era un indicio de la madurez que Kike estaba alcanzando. Había terminado el colegio y deseaba estudiar administración para establecer su propia empresa; no quería seguir vagando sin rumbo ni propósito como un adolescente. No obstante, una de las amigas de Edú comentó:

Está enamorado, un hombre no rechaza así nomás a estos dos mujerones como nosotras, seguro tiene a una mamacita en su cochera.

Ósver no hizo caso al comentario de la chica porque él decía conocer bien a su amigo. «Si Kike estuviera enamorado de una chica ya me lo habría dicho», pensó mientras la seguía escuchando.

Ósver, Edú y sus dos amigas se quedaron esa noche. Una de ellas se acercó a Ósver, tomó su mano y lo hizo levantarse del sofá, algo que apenas pudo lograr. Luego, ella empezó a bailar frente a él al ritmo de la canción Siqui Siqui del grupo Euforia. Ósver intentaba bailar como podía, ya que su enfermedad aún estaba en sus primeras etapas; parecía un robot con movimientos cortos, lentos y descoordinados. Los demás que también estaban bailando, no se daban cuenta del baile poco ortodoxo de Ósver. La chica con la que él bailaba parecía poseída por la música pegajosa; movía las caderas como si estuviera intentando reproducirse con alguien. Ósver, contagiado por la alegría desbordante de aquella chica, quiso imitar sus movimientos y, al ritmo de la música, comenzó a agacharse. Sin embargo, sus piernas no soportaron su peso y cayó de culo en el suelo, como si la gravedad hubiera decidido darle una bofetada de realidad. Ósver y los demás comenzaron a reírse a carcajadas. Luego, él se levantó apoyando sus manos sobre sus piernas, se sentó en el sofá, y dijo:

—No sirvo para los bailes, tengo dos pies izquierdos.

Bailas como un experto —dijeron todos entre risas.

Ósver se sentía agitado y se fue. Cuando salió del complejo Belén se dirigió a la cochera de Kike ubicada a una cuadra de distancia. Quería despejar la duda que había sembrado una de las amigas de Edú: que Kike estaba enamorado y tenía una chica en su cochera. Ósver miró por una rendija del portón de metal, y todo estaba oscuro. Luego tocó el portón y vio, a través de la rendija, a Kike salir frotándose los ojos del sueño y caminando hacia el portón para ver quién era el que osaba despertarlo en plena madrugada.

—¿Qué haces jodiendo a esta hora? Déjame dormir, no seas pendejo —dijo Kike con los ojos rojos de haberse despertado.

—Te busqué porque Edú y sus amigas decían que tú estabas enamorado y tenías una chica en tu cochera, y quería saber si es verdad o no.

—Cómo joden, carajo. ¿Y tú? ¿Acaso eres mi mujer, o estás celoso? Ya no jodas, vete a tu casa, cojudo, es tarde.

Ósver se reía porque era su amigo de siempre. ¿Dónde estaba el cambio? Le lanzó un montón de groserías en menos de un minuto. En ese momento, Ósver recordó que a Kike, de niño, también le habían puesto otro apodo: «Chino metralleta», por la misma razón que le habían puesto «Chino tarta», debido a la tartamudez de su padre. Pero Ósver lo de «metralleta», lo asociaba más bien con la cantidad de groserías que Kike podía soltar en un instante.

—¿Qué haces ahí parado? ¿Te vas a tu casa... o vas a entrar? Tengo sueño... decídete —dijo Kike, bostezando.

—No, para nada. Descansa —respondió Ósver, tocándole el hombro a Kike como gesto de aprecio, y luego se marchó.

Las clases en los colegios se restablecieron y los meses pasaron, pero la enfermedad de Ósver lo consumía poco a poco. Cada paso por las empinadas calles de Moquegua se volvía una batalla que lo dejaba exhausto. Se vio obligado a perderse el baile de primavera y el viaje de promoción a Cusco, no porque no quisiera, sino porque su cuerpo, como un trabajador en huelga, ya no respondía como antes. Terminó su último año de colegio agotado y débil, con la dolorosa sensación de que la ciudad que tanto amaba lo estaba aplastando, lentamente, bajo el peso de sus cuestas interminables. Al final, no le quedó más opción que regresar al norte con su madre, buscando un respiro lejos de la tierra que parecía empeñada en desmoronarlo.

Game ÓsverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora