En su casa, la abuela Lucía lo abordó y lo llevó a su cuarto.
—Hijo, ¿por qué no me contaste que te duelen las piernas y que te has caído varias veces? Tu amigo, el Chino Kike, vino y me lo dijo. Él está preocupado por ti y me lo contó todo.
—Pero mamá Lucía, no me duelen.
—¡Silencio! A mí no me engañas. Ya le dije a tu papá porque él tiene que saber cómo estás, y se lo dirá a tu mamá. Mañana no irás al colegio; iremos al seguro por emergencia para que te atiendan rápido y, si es necesario, te deriven a un especialista. ¿Entendiste?
La abuela llevó a Ósver al hospital al día siguiente. El médico de turno lo auscultó en la camilla, y le dijo:
.—Tu presión está bien, no tienes fiebre, no escuché nada raro en tus pulmones, tu corazón parece normal, pero lo que he notado es que se te están atrofiando las piernas. ¿Te duelen las rodillas?
—No, doctor, no me duelen; solo siento que me pesa la cadera y las piernas.
—De todas maneras, te derivaré al reumatólogo para que te revise —concluyó el médico.
Después de unos días, acudieron a la cita con el reumatólogo, en la fecha que el seguro les había dado. El especialista les solicitó varios análisis: de sangre, de orina, radiografía de cadera y rodillas, así como otros exámenes que el hospital del seguro no realizaba y debían hacerse en un centro hematológico particular cercano. Ósver se sometió a los análisis que el médico del seguro hospitalario le había indicado, luego se dirigió a un centro hematológico ubicado a unas cuadras de allí.
Pasadas dos semanas, los resultados del centro hematológico llegaron a la casa de Ósver. La demora se debió a que las muestras de sangre fueron enviadas a la capital, donde los laboratoristas clínicos disponían de los reactivos necesarios para realizar esos análisis. Ósver y su abuela llevaron los resultados de los análisis particulares al hospital del seguro, y el reumatólogo verificó en el sistema los demás resultados que Ósver se había realizado ahí. Además, también revisó los resultados del centro hematológico particular.
—Por los resultados de los análisis de sangre, no tienes ningún tipo de artritis. Tu ácido úrico está dentro de los parámetros aceptables, y tu densidad ósea está bien. Te voy a hacer una referencia al traumatólogo para que examine tu caso —dijo el reumatólogo, y comenzó a teclear en la computadora.
Después de unas semanas, llegó la cita con el traumatólogo. El médico le realizó algunas maniobras en sus rodillas y cadera para descartar algún problema de articulación. Luego le dijo:
—Tus rodillas y cadera parecen estar bien, pero tus cuádriceps se están atrofiando. Vamos, camina. —Ósver se puso de pie y comenzó a caminar dentro del consultorio—. Tu postura lumbar está curveada cuando caminas. —El médico verificó en el sistema los análisis que ya se habían hecho—. Te realizarás una resonancia sin contraste, pero tendrás que hacerla en un centro particular en Tacna o Arequipa, ya que el sistema no me permite solicitar de forma directa la resonancia sin que antes te realices una tomografía, lo cual no es necesario. Aquí en el seguro, tomaría dos meses obtener esos análisis. Afuera, la tendrás el mismo día.
Ósver y su abuela viajaron a Tacna, pues en Moquegua, una ciudad pequeña, no había acceso a un centro de resonancias magnéticas. Llegaron al centro avanzado en Tacna, donde Ósver se sometió al examen, y una vez completado, emprendieron el regreso a Moquegua llevando consigo los resultados.
Ósver, junto con su abuela, esperó a que el traumatólogo leyera todo el informe de la resonancia, y este le dijo:
—Tu cadera no tiene artrosis y tus ligamentos están bien —dijo el médico con un notorio gesto de preocupación—, pero en la resonancia tus músculos se ven disminuidos, delgados. ¿Haces ejercicio? —Ósver le contó su rutina diaria—. Deberías bajar de peso, pero te voy a hacer una referencia a neurología. Tendrás que viajar, porque aquí no hay neurólogos. La referencia es para la ciudad de Arequipa —añadió el médico, cuyo gesto de preocupación no se desvanecía.
—Doctor, ¿sospecha de alguna enfermedad? —preguntó Ósver.
—Parece que tienes alguna enfermedad neurológica, pero el especialista te examinará —concluyó el médico, mientras le entregaba la orden de referencia en un papelito.
Ósver se preocupó al darse cuenta de que su situación se complicaba; estaba harto, con una sensación de asco que le hervía en las entrañas cada vez que le tocaba ir al hospital. Ya no aguantaba más el desfile de visitas sin respuestas claras. Lo peor era que no podía ni pensar en ver a sus amigos, mucho menos a Kike, el mismo que lo había arrastrado a esa odisea de pasillos grises y salas llenas de gente rota y deprimida, donde todos parecían cargar una tristeza que apestaba a desesperanza. A pesar de todo, su abuela se mantuvo serena; no quería alarmar a su nieto.
—Tranquilo, hijo. No debe ser nada grave. Cuando sepamos qué es lo que tienes, te curarás rápido. Eres joven, no como yo que estoy vieja —dijo la abuela Lucía, posando su mano en el hombro de su nieto.
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Game Ósver
RomansaLa novela narra la profunda amistad entre Ósver y Kike desde la infancia. A medida que crecen, sus vínculos se ven sacudidos cuando Ósver recibe un devastador diagnóstico de una enfermedad degenerativa en su adolescencia. A lo largo de la historia...