Era el año 2001, último año de colegio para Ósver y el primer año sin colegio para Kike, quien había terminado quinto de secundaria el año pasado. La abuela Lucía había hablado con la nueva directora sobre la enfermedad de su nieto, buscando alguna solución. Dado que Ósver no debía seguir subiendo las escaleras, ya que le resultaba difícil y corría el riesgo de caerse en cualquier momento.
La directora, una monja llamada Bernarda y miembro de la Congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, comprendió la gravedad de la situación de Ósver. Realizó los trámites necesarios para exonerarlo del curso de educación física, aunque con una calificación baja, y ordenó que el salón de quinto de secundaria fuera reubicado en el primer piso para facilitar el acceso y la movilidad de Ósver.
Sus compañeros solo sabían que estaba mal del corazón, pero desconocían el resto de la enfermedad. Ósver miraba a sus compañeros correr, saltar el taburete, jugar fulbito y otras actividades que requerían el curso de educación física. En quinto de secundaria, Ósver era un adolescente taciturno, huraño y poco tratable. Las pastillas que tomaba para retrasar su enfermedad le causaban muchos efectos secundarios, lo que lo hacía enojar y perder la paciencia, por lo que prefería alejarse del resto de sus compañeros. Sin embargo, no había ninguna pastilla que lo alejara de sus amigos del barrio Belén; con ellos, la historia era diferente.
Un fin de semana, alrededor de las tres y media de la tarde, Ósver y su abuela estaban viendo la televisión como de costumbre. De repente, el mueble donde estaba ubicado el televisor comenzó a temblar, y en un instante toda la casa se sacudió. Ósver se esforzó por levantarse de su silla, y le dijo a su abuela:
—¡Mamá Lucía, temblor!
—Tranquilo, pasará pronto, no te asustes —respondió la abuela Lucía, recostada en su cama.
Pero el temblor continuaba intensificándose. En ese momento, llegó su padre, Lemuel, y le dijo:
—Ve a la calle y cúbrete la cabeza. Yo sacaré a tu abuela.
Ósver salió a la calle con una charola que pudo recoger de la cocina y se la colocó en la cabeza. En la calle, se agarró de un pequeño árbol para mantenerse en pie. Lo que comenzó como un movimiento suave se convirtió en un terremoto que sacudió la ciudad de Moquegua y el sur del Perú. Todas las casas se balanceaban, algunas se les desprendían pedazos de concreto y se agrietaban, parecían estar hechas de galletas de soda. Ósver observó cómo se levantaba una polvareda hacia el cielo, señal de que muchas casas se habían derrumbado en el centro histórico de la ciudad. Cuando finalizó el terremoto, que duró casi dos minutos, Ósver se cambió de ropa y salió a caminar por las calles.
El panorama era desolador: pánico e incertidumbre reflejados en los rostros de las personas que corrían hacia sus hogares entre lágrimas y alaridos. Ósver quiso dirigirse al centro de la ciudad, pero le resultó imposible, ya que las calle estaban llenas de escombros. La mayoría de las antiguas casonas que dominaban la ciudad habían colapsado. El terremoto había descargado su furia sobre Moquegua como un marido borracho que golpea sin razón a su mujer cuando llega a la casa. Por precaución, Ósver decidió no adentrarse en esas calles debido a su enfermedad y al riesgo de réplicas. Sin prisa, pero con la cautela de un animal herido, se dirigió hacia la casa de Kike.
Al llegar, encontró a Kike y su familia afuera de la casa, preocupados por lo ocurrido. Kike se acercó, y le preguntó:
—Ósver, ¿cómo está tu familia? ¿Hubo algún daño en tu casa?
—Estamos bien, solo se rompieron los vidrios de las ventanas. Tu casa también parece estar intacta.
—Gracias a Dios, solo tiene algunas rajaduras —respondió Kike.
Decidieron ir al parque para conversar y compartir sus impresiones sobre lo sucedido.
—Tienes razón, durante un terremoto se sienten las ondas sísmicas en los pies. Tuve que experimentarlo para creerte —comentó Kike.
No era la primera vez que Ósver experimentó un terremoto. Ya había vivido el devastador terremoto de 1996 en la ciudad Ica, también llamado terremoto de nazca, cuando apenas cursaba el sexto grado de primaria. Ósver había observado como sus compañeros, durante el terremoto, se agachaban en el patio de la escuela y pegaban sus orejas al suelo para captar los sonidos que acompañaban al fenómeno telúrico. Ahora, a pesar de sus cortos dieciséis años, Ósver ya había vivido dos terremotos en su vida.
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Game Ósver
RomanceLa novela narra la profunda amistad entre Ósver y Kike desde la infancia. A medida que crecen, sus vínculos se ven sacudidos cuando Ósver recibe un devastador diagnóstico de una enfermedad degenerativa en su adolescencia. A lo largo de la historia...