Marisol era una niña estudiosa y educada, compañera de clase de Ósver y Julius. Era hija de una madre soltera que pertenecía a una organización religiosa conocida; esta trabajaba hasta tarde y llegaba por las noches. Ambas alquilaban un pequeño cuarto en la casa de Julius. Marisol solía llegar antes que Julius a casa después de la escuela. Sin embargo, un día, al salir del colegio, Ósver se quedó ensayando en la casa de Julius. Mientras practicaban como de costumbre, notaron que Marisol llegó tarde por primera vez. Julius le comentó a Ósver:
—¡Marisol ya llegó, vamos a molestarla!
Con una sonrisa maliciosa, se dirigieron hacia su habitación. Marisol no solía cerrar con llave su puerta de perilla.
—¡Abre la puerta y asústala! —exclamó Julius.
Ósver dudaba, pues tenía cierto temor. No sabía si entrar y hacerle caso a Julius o declinar en esa diablura. Optó por lo obvio que un prepúber debía hacer a su edad: hacerle caso al blanquito karateca.
—¡Abre la puerta, vamos! ¡No ha puesto el seguro, no escuché el sonido! —dijo Julius de manera insistente.
Ósver agarró la manija, abrió la puerta despacio y entró. Los gritos de Marisol fueron aterradores al verla desnuda. Ella se cubrió los pechos que aún no habían desarrollado y las partes bajas que no habían florecido; lloraba en cuclillas, protegiéndose. Ósver se asustó; no imaginó encontrarla desnuda, en cueros, sin ropa. Volteó la mirada porque sabía que no debía verla en esas condiciones y salió del cuarto. Mientras tanto, Julius se reía a carcajadas en el suelo, poniéndose rojo como la nariz de un payaso, mientras que Ósver estaba asustado con los latidos a mil.
—¡Buena Chino Ja, ja, ja! —dijo Julius a carcajadas.
Desde su habitación, Marisol amenazó a Ósver, advirtiéndole que se quejaría con su mamá cuando ella llegara por la noche. Ósver, asustado por la amenaza, salió de la casa, pero Julius lo detuvo afuera y le preguntó:
—¿La viste calata? —preguntó Julius.
Ósver, avergonzado, respondió:
—Sí, un poco.
—Bueno, pero cuéntame más, ¿cómo es?
—¿Cómo es qué? No te entiendo —respondió Ósver.
—Eso, ya sabes, lo que tienen las mujeres abajo.
—¿Qué tienen las mujeres abajo? ¿Te refieres a su...?
—Sí, su cosita, eso, ¿cómo es? —preguntó Julius.
—No sé, no le vi, se cubrió con la mano y se puso de perfil, luego se agachó cubriéndose con unos cuadernos del colegio.
—Te hubieras quedado, así habrías visto algo más —sugirió Julius con un tono pícaro.
Julius había encontrado las viejas revistas de Playboy de su padre, despertando así su libido de manera prematura. Aunque su padre sabía que las miraba, optaba por no reñirlo. Quería que su hijo se convirtiera en un hombre que deseara a las mujeres; en el fondo, temía que se volviera afeminado. Que Julius ojeara las revistas era una manera de asegurarse de que siempre sería un hombre digno del dojo.
Ósver estaba sentado en el pupitre del aula moviendo los pies, mientras el profesor escribía los ejercicios en la pizarra. Su compañero de pupitre le dio codazos para que dejara de mover los pies y prestara atención. Ósver también miró a Marisol, que estaba sentada adelante; él recordó, avergonzado, la travesura desafortunada del día anterior. Luego, entró la auxiliar en el aula.
—No... estoy en problemas —se dijo Ósver.
La auxiliar anunció:
—Niños, les informo que mañana las clases terminarán temprano a las diez, debido al campeonato de vóley que se llevará a cabo en el patio del colegio. Sin embargo, esto no significa que se irán a sus casas. Estarán afuera apoyando a sus compañeras, ya saben. Listo profesor, muchas gracias.
—Uf, me salvé —dijo Ósver, soltando un gran suspiro.
En el recreo, Ósver y Julius se reunieron para discutir lo sucedido y confabular mentiras con el fin de evitar posibles castigos si Marisol los acusaba.
—Ensaya por tu cuenta —dijo Ósver—. Hoy no iré a tu casa por la tarde. La mamá de Marisol podría reñirme.
—La señora no viene hasta la noche. ¡Debemos ensayar, no seas así! —insistió Julius.
—No, podría llegar temprano; nunca se sabe.
En el campeonato de Vóley escolar, las graderías estaban repletas de alumnos de primaria. Ósver y Julius disfrutaban de sus bolsitas de palomitas de maíz, o como ellos las llamaban: «pocor», que costaban diez céntimos. Ósver, aburrido y temeroso, miraba de un lado a otro, mientras que Julius observaba a las niñas del equipo de vóley con sus calzonetas, que aún se usaban a principios de los años noventa. Marisol no participó en el campeonato debido a sus creencias religiosas. Luego, ambos se dirigieron al kiosco del colegio para comprar unas papitas rebosadas. De repente, Ósver sintió una mano en su hombro que lo detuvo: era la mamá de Marisol, quien le dijo:
—Tú eres Ósver, ¿verdad?
—Sí, señora. ¿Por qué? —preguntó Ósver con un tono ansioso.
—Soy la mamá de Marisol. Ella me contó lo que pasó. ¿Por qué hicieron eso niños?
La señora Noemí, madre de Marisol, era paciente y calmada; seguía a rajatabla sus creencias religiosas. Escuchó la explicación de Ósver: que él había entrado solo para asustar a Marisol, nunca con la intención de verla desnuda. Julius estaba callado, paralizado como una cabra miotónica.
—Entiendo, niños —dijo doña Noemí tocándoles las mejillas a cada uno—. Mi hija es su compañerita; no le hagan ese tipo de bromas. Es una mujercita delicada. Sé que no tuvieron una mala intención, pero les pido que no vuelvan a repetirlo, ¿podría pedirles ese favor?
—Sí, señora —respondieron ambos, asintiendo con la cabeza.
Ósver sintió un gran alivio al darse cuenta de que ya no tenía la preocupación de haber visto a una niña calata, como decía Julius.
—¡Ahora sí, Chino, hay que ensayar! El lunes, el profe nos va a tomar examen. Nos falta aprender bien la marcha tres.
—Hoy pasaré por tu casa. ¡La aprendemos sí o sí! —exclamó Ósver.
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Game Ósver
Roman d'amourLa novela narra la profunda amistad entre Ósver y Kike desde la infancia. A medida que crecen, sus vínculos se ven sacudidos cuando Ósver recibe un devastador diagnóstico de una enfermedad degenerativa en su adolescencia. A lo largo de la historia...