El fisioterapeuta

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En Moquegua, Margarita alquiló un pequeño departamento a dos cuadras de la casa de los abuelos de su hijo. Ósver se sentía revitalizado. La zona donde vivían sus abuelos y su madre era la zona baja de Moquegua, cerca de la ribera del río, donde el terreno era plano y no había subidas ni bajadas pronunciadas. Él iba caminando con su bastón y pasaba una semana en la casa de sus abuelos y otra semana en el departamento donde vivía su madre.

Un día, mientras Ósver estaba en casa de sus abuelos, su abuela Lucía le dijo:

—Hijo, hoy por la tarde va a venir a casa un fisioterapeuta a verte.

—¿Qué? ¡No quiero que vengan extraños a verme! —exclamó Ósver—. ¡No quiero que se burlen de mí!

—¡Tranquilízate, por favor, y no me levantes la voz! Un fisioterapeuta no se va a burlar de ti. Además, no es un extraño. Ya lo verás en unas horas.

Ósver se encerró en su cuarto con la firme decisión de rechazar cualquier atención del fisioterapeuta. Su abuela intentó ingresar a la habitación, pero la puerta tenía el seguro puesto. Entonces se acercó a la ventana, que estaba abierta y sin cortinas, y le hizo señas con las manos para que saliera, ya que el fisioterapeuta había llegado y lo esperaba en la sala. Sin embargo, Ósver no le hizo caso y prefirió quedarse sentado en su cama, con las piernas estiradas, jugando con el celular que le habían comprado hace unos días. Su abuela fue a la sala y le explicó al fisioterapeuta lo que sucedía con su nieto. Él le dijo:

—Señora Lucía, no se preocupe. Yo lo atenderé en su cuarto. Cuando me vea, sé que me abrirá la puerta.

El fisioterapeuta se acercó a la ventana de la habitación y vio a Ósver concentrado en la pequeña pantalla de su celular. Luego le dijo:

—¿Amigo, no me vas a abrir la puerta? ¿Desde cuándo nos hemos peleado?

Ósver, que estaba hipnotizado con su celular, levantó los ojos para ver quién le hablaba de esa manera tan confianzuda. Al verlo, una sonrisa cómplice volvió a su rostro al darse cuenta que el fisioterapeuta era Kike, su mejor amigo. Luego, se deslizó de la cama y, con un esfuerzo calmado, agarró su bastón de cuatro puntas y le abrió la puerta.

—Oye, ¿No ibas a estudiar administración para manejar tu empresa de taxis? —preguntó Ósver, con una evidente felicidad al verlo.

Kike le explicó que al principio planeaba estudiar administración para poder dirigir la empresa de taxis que su padre había formado. Sin embargo, prefirió estudiar fisioterapia en la ciudad de Tacna para ayudar a su mamá con el dolor de su ciática, a su papá con su rodilla y a su pareja con una lesión que ella tenía. Ósver se sintió feliz al saber que Kike podría ayudarlo a iniciar sus terapias por primera vez.

Kike se sorprendió al ver a Ósver delgado y notar que sus piernas estaban disminuidas y atrofiadas por la enfermedad; ya no era el gordito que había conocido desde niño. Lo ayudó dándole masajes suaves en las articulaciones para aliviar las contracturas. También movilizó sus piernas para evitar que perdieran flexibilidad. En ese momento, Ósver le preguntó:

—¿Sabes algo de Ailice? ¿Ya se ha casado  o tiene hijos?

—La verdad no sé, pero ya no me preguntes por ella —respondió Kike con una voz seria.

—¿Todavía le tienes cólera? te pasas, está bien, ya no te hablare de ella.

Kike había mejorado su forma de ser y su vocabulario, pero, a pesar de los años, seguía siendo reacio a hablar de Ailice. Ósver no podía creer que Kike todavía guardara resentimiento; ya habían pasado más de diez años desde la última vez que Ailice rechazó el peluche que Kike le había traído de parte de Ósver, para luego cerrarle la puerta en la cara. Además, ni siquiera Ósver, quien sufrió todas las indiferencias de Ailice, se resintió con ella de esa manera.

—Te comento, mi abuelo ya puso la casa antigua a mi nombre como una herencia adelantada, y esta casa se la va a dejar a mi papá —dijo Ósver.

—Felicitaciones, tanta insistencia que lo convenciste. Pero todavía no han demolido la vieja casa. La última vez que pase por ahí seguía en pie —dijo Kike.

—Sí, valió la pena insistir. Mi abuelo siempre dice que va a demolerla, pero nunca lo hace. Pone una fecha y luego la posterga; así es él. Lo entiendo porque tiene muchos recuerdos ahí.

Ósver terminó su sesión de terapia. Kike acordó con la Abuela Lucía venir tres veces por semana para continuar con la terapia de Ósver por un precio módico, ya que él era su amigo de toda la vida. La Abuela Lucía le pidió a Kike que lo convenciera de ir a la clínica con el cardiólogo, ya que ella sabía que Ósver no le haría caso. Kike regresó al cuarto y le dijo:

—Vamos al cardiólogo. Te llevaré con tu abuela en mi carro que está afuera. No pongas esa cara de víctima. ¿O qué pasa? ¿Acaso eres una mariquita? El Ósver que conocía de niño era un hombrecito de verdad.

Kike había cambiado, pero si era necesario sacar al viejo Kike para convencer a Ósver, lo haría. Ante la persistencia de su amigo y la comparación poco halagadora, Ósver no tuvo más opción que rendirse y prepararse para ir a la clínica.

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