Un mensaje de texto

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Ósver, no era de beber mucha cerveza; apenas pudo tomar una botella de 310 ml y ya sentía que le hormigueaban las mejillas, mientras que Kike y Edú se bebieron todas las botellas. Además, fueron a comprar una caja de cervezas a una tienda cercana. En ese momento, Ósver recibió un mensaje en su celular. Sacó el teléfono del bolsillo y vio que era de Ailice.

—Hola, ¿qué haces?

Un destello de alegría iluminó su rostro como cuando la luz atraviesa una ventana e ilumina un rincón oscuro.

Tranqui... con unos amigos —escribió Ósver.

Comunicarse con Ailice a través de mensajes era como un suave masaje para sus sentidos; intercambiar mensajes escritos resultaba reconfortante para Ósver, dado que le permitía olvidar la pesadez de su cuerpo atrofiado y sumergirse en el excitante peligro de escribirle a Ailice en presencia de Kike.

—Quiero verte —escribió Ailice de nuevo.

—Ahora no puedo, estoy con mis amigos —escribió Ósver.

—¿Dónde te encuentras?

—En la cochera de Kike.

—¡Oh my god! No importa, sal de ahí, dile a Kike que te deje en tu casa y yo te recojo.

La inmensidad que Ailice representaba para Ósver hacía que orbitara alrededor de ella. Si Ailice quería verlo, incluso en la madrugada, él estaría dispuesto. Sin embargo, Ósver estaba en aprietos en ese momento, ya que no sabía cómo irse. Kike, el único que podía llevarlo a su casa, estaba borracho. Entonces, se le ocurrió una idea:

—Mejor, ven a recogerme y estaciónate en la puerta del complejo Belén. Avísame cuando estés ahí, e intentaré salir como sea.

Kike y Edú estaban absortos en su locura de borrachera, bailando y cantando cumbias de moda. Pasaron veinticinco minutos y recibió un mensaje de confirmación de Ailice, informando que ya estaba en el portón del complejo Belén. Entonces, Ósver se sentó al borde de su camilla y, poco a poco, logró bajarse. Tomó su bastón, y les dijo:

—Amigos, voy al baño, ya regreso.

No le prestaron atención, y pasó junto a ellos. Cada paso que daba era como escalar una nueva montaña, así avanzó hasta la salida. Abrió la puerta interna del portón y salió rumbo al complejo Belén.

Ailice estaba allí, esperándolo con su pequeño Nissan March rojo. Ósver caminaba con el corazón en vilo, sabiendo que en unos segundos estaría a su lado disfrutando de ver su cabellera revolotear por la brisa del aire, un espectáculo etéreo que no se perdería por nada.

—Pensé que no vendrías y me ibas a dejar plantada —expresó Ailice, con un tono entre broma y reproche.

Ósver nervioso por haber salido de la cochera de Kike de manera improvisada, le dijo:

—Discúlpame por demorarme. Salí lo más rápido que pude; así como una tortuga —dijo Ósver en son de broma—. No podría haberme perdido este momento contigo por nada en el mundo.

Ailice lo miró, intentando esbozar una sonrisa, sabiéndose cómplice de él, y le dijo:

—Entonces, tendré que perdonarte esta vez.

En el auto, Ailice cantaba la canción Auto Rojo, de Vilma Palma E Vampiros mientras conducía, permitiendo que la música llenara cada rincón del pequeño Nissan March rojo. De vez en cuando, desviaba la mirada hacia Ósver y le cantaba como una declaración de amor disfrazada de melodía. Mientras tanto, Ósver recordaba los tiempos en que ni siquiera podía acercarse a ella, mucho menos concertar una cita sin ayuda. Ahora, en cambio, ella lo había buscado, lo había esperado y lo estaba sorprendiendo cantándole. Ni en sus mejores ilusiones habría podido imaginar lo que vivía en ese momento.

—¿A dónde vamos? —preguntó Ósver.

—¿Quieres conocer dónde vivo? —respondió Ailice con otra pregunta.

—Aunque quisieras ir al fin del mundo en esta fría madrugada, estoy dispuesto a acompañarte —respondió Ósver.

Ailice había alquilado el primer piso de una casa que los dueños habían adaptado para que funcionara como un mini departamento. Al llegar, Ósver se sentó en un sofá antiguo que parecía estar hecho de roble o nogal, similar a los muebles del estilo Luis XV.

—Estos muebles son bastante antiguos. ¿Cómo los conseguiste? —preguntó Ósver.

—Mi bisabuela me los regaló y los mandé a restaurar en Lima. Tienen más de cien años y serán para mi casa propia. Sé que algún día la tendré —respondió Ailice.

Ailice soñaba con tener algún día una casa propia con el estilo típico de las casonas moqueguanas con techo de mojinete. Todos los adornos de su mini departamento eran regalos de su bisabuela, como cofres de porcelana, muñecas moqueguanas de porcelana, un perchero con dos sombreros antiguos de mujer que habían pertenecido a su tatarabuela, y muchos otros objetos.

Aquella declaración de Ailice, sobre querer una casa propia, encendió una chispa de esperanza en Ósver. De repente, su mente comenzó a proyectar un futuro juntos, donde la antigua casa de sus abuelos en la calle Huánuco, ahora bajo su nombre, sería el refugio de ambos. La veía como un símbolo de todo lo que podían construir, un espacio para tejer sus propias historias. Cada rincón se convertía en una promesa silenciosa, aunque una sombra de duda rondaba sus pensamientos: ¿realmente había espacio para él en los sueños de Ailice?

Game ÓsverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora