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—Amo cómo te queda ese vestido, bueno pero que digo si a ti todo se te ve bien mujer

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—Amo cómo te queda ese vestido, bueno pero que digo si a ti todo se te ve bien mujer

Halago Samantha a Monserrat recibiendo una pequeña risa apenada por parte de ella.

—Me encantaría ir contigo de compras eh, yo también amo tu estilo, tus vestidos, pantalones, blusas, absolutamente todo

Mencionó mientras continuaba maquillandose.

—Ayer que Alejandro y tú fueron a visitar a tus papás, ¿viste a Dimitrio? —pregunté y ella inmediatamente volteo a verme

Samantha quería saber con ansias la respuesta ya qué el pelinegro no la había llamado desde que ella le mencionó sobre el nuevo capataz de la hacienda, desde la noche anterior quería preguntarle eso a la rubia pero no lo hizo ya que supuso que ella y su hermano estarían cansados del viaje.

—No Samy, no lo vi, debe estar ocupado con sus "negocios". Bueno, algo así mencionó mi mamá —explicó Monse y solamente asentí

Momentos después tocaron la puerta y cuándo Monserrat dio el permiso para que entraran vimos a Rosario.

—Ay, ya levantada señora. Buenos días señorita Samantha —saluda Rosario en cuanto nos ve — y yo que apenas venia a despertarla con esta tacita de café de olla —explica hacia Monse

—Muchísimas gracias Rosario, que rico —agradece Monse tomando la taza —cómo que aquí en el campo a una se le antoja levantarse más temprano ¿no?

La rubia nos mira a Rosario y a mi por un momento para después continuar peinandose.

—Si, supongo

Respondo con duda a lo que Rosario ríe por lo bajo, por su parte ella le da su punto de vista a Monserrat.

—¿Alejandro ya desayunó?

—Si señora, desde temprano. Se fue a recorrer la hacienda con el capataz

Sonrió al escuchar que Rosario menciona al hombre que desde que llegó me "coquetea" pero también noto la cara de preocupación de Monserrat.

Después de que terminó de arreglarse nos dirigimos a la sala con Rosario, últimamente Monserrat y yo nos hemos hecho bastante unidas.

—Es que borrego hoy no se me antoja, hace mucho calor. Mejor dígale a Dominga que haga un lomito de cerdo con una sopita de verduras, arroz... ¿se puede? —me mira a lo que yo asiento

—Claro, no hay problema, además son decisiones que tú puedes tomar sin tener que preguntarme —explicó y Monse me sonríe —me tengo que ir, te veo más tardé

Nos damos un corto abrazo, me despido de Rosario y voy a terminar las cosas pendientes que me había dicho Alejandro.

—Con permiso —dice Dominga dejando la bandeja con la comida en la mesa

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—Con permiso —dice Dominga dejando la bandeja con la comida en la mesa

—¿Y esto? —pregunta Monse mirando la comida

—Son michotes, señora —responde Dominga

—Pero yo pedí que no hicieran el borrego, que hicieran el lomo de cerdo

—Bueno, es que a usted le preparamos un lomito de cerdo en salsa de ciruela

Todos en la mesa miramos sin entender lo que pasa a excepción de Maria que parece que se está preparado para sacar su veneno.

—¿Qué pasa? —pregunta mi hermano

—Es que en la mañana sacrificaron un borrego y por órdenes de tu esposa mataron un puerco también —explica María

—Pero eso es mucho desperdicio

—Pues es lo que yo digo pero ya se sacrificaron dos animales y no cabe ahora toda la carne en el congelador, pero dígame usted señora, ¿cuál prefiere que tiremos a la basura?

Antonio y yo nos miramos, él me mira sin entender nada y yo lo miro con cansancio de escuchar a María.

—Cállate ya, María —digo entre dientes

—Cállate tú

Estaba a punto de lanzarme sobre ella pero la mano de Antonio en mi hombro me hace detenerme.

—Yo no sabía que habían sacrificado ese animal —explica Monse con la voz casi quebrada

—Estamos en una hacienda, aquí no vamos a la carnicería a comprar un kilo de carne

—¡Por dios María ya cállate!, Alejandro di algo por favor —lo miro y él suspira con pesadez

—Aquí no se tira nada, Dominga, por favor, encárgate de repartir entre los peones toda la carne que no quepa en el congelador

—Claro que si, Alejandro

—Dominga, tráeme a mi también lomo de cerdo, por favor, se me antoja más

Pide Antonio para después mirarme con una gran sonrisa a lo cuál también sonrio.

—Si, con permiso

Después de comer Antonio me invitó a ir con él para dar una "pequeña vuelta" por la hacienda. Acepté para no tener que soportar las discusiones de Monserrat, María y Alejandro.

—Lo siento por lo que presenciaste en la comida, aunque realmente ya es algo frecuente

—No te preocupes —ríe —la verdad sólo me quedé porque estabas tú ahí

Siento cómo el calor en mis mejillas comienza a hacerse presente y él vuelve a reír, tiene una muy linda risa.

—¿Tienes novio o algo así? —pregunta cambiando de tema

Samantha piensa por un momento su respuesta, tal vez si cierto pelinegro no hubiese dejado de llamarla de un día para otro ella le hubiera dicho que sí pero recuerda que ya van varios días que él no la llama y tiene clara su respuesta.

—No, no tengo novio, ¿y tú?

—Tampoco —responde con simpleza después de pensarlo por unos segundos

La conversación entre ambos transcurre tranquila y entré alguna que otra risa.

Antonio se sentía bastante atraído por la chica, no podría decir que le gustaba pero no dudaba que en algún momento llegaría a hacerlo.

Por su parte Samantha se sentía confundida, no negaba que Antonio era demasiado guapo pero a su vez recordaba a Dimitrio, ese pelinegro que la hacía sentir increíble cada que estaba con él, sin duda él ya tenía ganado una parte del corazón de Samantha.

Dimitrio por otro lado se encontraba en la escondida "disfrutando" de su "despedida de soltero" con Adolfo y dos tipos más que su mejor amigo había contratado para llevar a cabo su falsa boda. El motivo por el cuál Dimitrio no había llamado a su rubia era porque la culpa de estar con otra mujer lo consumía, a pesar de no sentir nada por ésta, claro, él prefería no llamarla hasta que toda su farsa con aquella mujer terminara.

𝐄𝐧𝐜𝐡𝐚𝐧𝐭𝐞𝐝 || 𝐃𝐢𝐦𝐢𝐭𝐫𝐢𝐨 𝐌𝐞𝐧𝐝𝐨𝐳𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora