Olympia tenía la vida que siempre soñó, pero no sabía que eso pronto acabaría.
Al tener el corazón destrozado ella decide ir a estudiar a Francia dándose una nueva oportunidad para empezar, donde conocerá a Jack Ross que también tenia el corazón rot...
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El sol apenas comenzaba a asomarse cuando me desperté en el incómodo sillón de la habitación del hotel. La noche anterior había sido un caos, y mi cabeza latía con un dolor sordo. Ross aún dormía en la cama, su respiración lenta y profunda. Observé su rostro relajado y me pregunté cómo habíamos llegado a este punto.
Me levanté con cuidado, tratando de no hacer ruido, y me dirigí al baño. Necesitaba despejar mi mente antes de enfrentar el día. Me miré en el espejo; las ojeras oscuras bajo mis ojos eran un recordatorio de las noches sin dormir y el estrés acumulado.
Después de una ducha rápida, me vestí y empecé a empacar mis cosas. Hoy volvíamos a España, un lugar lleno de recuerdos, tanto buenos como malos. La idea de enfrentar todo de nuevo me aterrorizaba, pero no había otra opción.
Salí del baño y encontré a Ross despierto, sentado en la cama. Su mirada era seria, como si también estuviera lidiando con sus propios demonios.
—Buenos días —dije, rompiendo el silencio.
—Buenos días —respondió con voz ronca—. Lía, sobre anoche...
—No hablemos de eso ahora —lo interrumpí—. Tenemos un vuelo que tomar y muchas cosas que hacer antes de irnos.
Ross asintió, aceptando mi deseo de no hablar del tema. Terminamos de empacar en silencio y nos dirigimos al vestíbulo del hotel, donde nos esperaban Viv, Et y Joey. Todos parecían cansados, pero listos para continuar con el proyecto.
El viaje al aeropuerto fue tranquilo, con cada uno de nosotros inmerso en sus propios pensamientos. Al llegar, pasamos por los procedimientos habituales y nos dirigimos a la sala de embarque. Viv y Et intentaban levantar el ánimo contando chistes y recordando anécdotas divertidas del rodaje, pero era evidente que tanto Ross como yo estábamos en otro lugar mentalmente.
El vuelo fue largo y tedioso. Me sumergí en mi música, tratando de evadir la ansiedad que crecía dentro de mí con cada kilómetro que nos acercaba a España. Ross, sentado a mi lado, también parecía perdido en sus pensamientos. De vez en cuando nuestras miradas se cruzaban, pero ambos desviábamos la vista rápidamente.
Finalmente, el avión aterrizó en Madrid. Sentí un nudo en el estómago al reconocer el aeropuerto y los lugares familiares. Frente a mí estaba mi madre con el chófer al lado, sosteniendo un cartel con mi nombre.
—¿Pasa algo, Lía? —fue lo primero que preguntó Viv en cuanto se dio cuenta de que dejé de caminar a su lado y miraba un punto fijo.
Cuando la multitud del aeropuerto se dispersó un poco, mi madre me vio y gritó mi nombre, llamando la atención de todo el equipo.
—Olympia, estoy aquí —dijo mi madre, mientras gritaba, y ya sin poder evitarlo, empecé a caminar hacia ella.
—Dios mío, Olympia, qué linda estás. Te extrañé tanto.