Capítulo 14

9 3 0
                                    

Lina
*****

Aria llegó a lo que ahora es mi habitación, golpeó la puerta y dijo que mi mamá quería hablar conmigo, que era importante. Decidí atender su llamada, quizás así ya no volvería a llamar, y le pedí a Aria que se quedara conmigo.

-Hija, quiero pedirte perdón -soltó apenas yo dije hola-. Necesito que me perdones.

-¿Por qué lo necesitas? -pregunté extrañada.

-Lina, necesito que me perdones, no sabía que te estaba lastimando tanto. Perdón -se le oía llorar de una manera que nunca había hecho-. Perdóname, por favor.

-Tranquilízate, por favor. Dime qué pasó y por qué me pides perdón.

De repente sentí un nudo en la garganta, mi voz comenzaba a temblar y mis nervios estaban a flor de piel. Lo único que me calmó fue la mano de Aria, que tomó la mía.

-Ahora que no has estado en la casa, me di cuenta de lo mal que te traté -dijo, resonando su nariz-. Supongo que fue la única manera que encontré para lidiar con el duelo. Sé que no debería haberme descargado contigo. Perdón.

Puse el celular en silencio y le hablé a Aria:

-Me acaba de pedir perdón y está llorando -sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas-. No sé... yo no...

-Tranquila. Si quieres perdonarla está bien, y si no quieres también está bien. Es tu decisión, es tu madre.

-Gracias.

Saqué el celular del silencio y le pregunté qué había cambiado.

-Todo cambió. Me di cuenta de lo mal que te trate. Te amo, eres mi hija. Por favor, perdóname -suspiró levemente-. Vuelve a casa, ya nada será igual. Ya no vendrán hombres. Yo cambiaré.

-Te perdono, pero no voy a volver. No por ahora -le apreté la mano a Aria buscando confort-. Me quiero quedar con Aria, estamos bien. Nos vemos luego -dije, y colgué sin esperar respuesta de su parte.

Al colgar, lo único que pude hacer fue llorar. La perdoné, aun sabiendo todo lo que sufrí por su culpa. Por suerte, Aria estaba ahí para ayudarme. Él solo me abrazó y me dijo que todo estaría bien.

Luego de unos minutos me separé de él y fui al baño a lavarme la cara. En el baño recordé momentos en los que mi madre me trataba mal cuando era solo una niña. Nunca entendí por qué. Creía que era normal. Sabes, a veces se enojan y suelen decir cosas que duelen.

Pero desde que murió mi padre, todo ha sido peor.

Aria vino al baño unos minutos después y golpeó la puerta.

-¿Puedo pasar? -preguntó.

-Sí, pasa -respondí, pasándome la toalla por el rostro.

-¿Podemos hablar? -dijo, sentándose en el inodoro-. No sé qué pasó realmente con tu madre, y no te vi bien cuando hablaste con ella.

-Todo está bien, no te preocupes.

-No mientas. Nadie llora porque las cosas estén bien -suspiró levemente y se levantó del inodoro, donde se había sentado un ratito antes-. Si no quieres hablar, te entiendo. Solo quería que supieras que estoy aquí y que puedes contar conmigo.

-Es difícil de explicar... -comencé a hablar-. Desde que mi padre murió, mi madre comenzó a tratarme muy mal -traté de explicar, y sin darme cuenta mis ojos se llenaron de lágrimas.

-No quiero que me lo digas si te hace mal -acunó mi cara en sus manos-. Si te duele, no lo digas. No es necesario.

-Quiero poder soltarlo. Ya la perdoné, ahora quiero contarlo -le expliqué, y continué-. Ella todo el tiempo metía hombres a la casa. Nunca ninguno de ellos me dirigió la palabra ni nada de eso, pero...

En ese momento mi voz se quebró, no podía decir una palabra más, no me salían.

-...uno de ellos sí lo hizo -terminó de decir él por mí.

Asentí con la cabeza, sintiéndome sucia, fea, dañada. No me sentía para nada bien. Aria me abrazó, y así me calmé un poco, lo suficiente para seguir hablando.

Me separé un poco de él y continué.

-Mi madre ese día salió de la casa porque tenía que llevar algo a su trabajo. Yo me quedé en la sala, pero me sentí incómoda y fui a mi habitación -cerré los ojos, tratando de no volver a llorar-. Él fue a mi habitación e intentó tocarme, intentó besarme, pero entró Ezra y lo sacó.

-Lo siento, siento mucho no haber sabido nada, no haberte ayudado cuando más lo necesitabas. Perdón -dijo con la mirada perdida.

Ahora era yo quien acunaba su cara en mis manos, con la intención de que me mirara, y así lo hizo. Clavó sus ojos en mí.

-Tú no tienes que pedir perdón. Fue mi madre quien me dejó sola, y ella ya me pidió perdón -lo abracé por la cintura-. Todo está bien ahora. Vivimos juntos, como querías, y yo ya me olvidé de lo que pasó.

Me devolvió el abrazo y me sonrió.

-¿Quieres helado? -preguntó, pasando una mano por mi pelo y despeinándome.

-Por supuesto que sí, de chocolate.

Tormenta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora