Capítulo 2

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Ezra
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Debo admitir algo: no puedo dejar de espiar a Lina. Hace un año la vi por primera vez y desde entonces no he podido dejar de espiarla.

Aún recuerdo la primera vez que la vi. Fue en su fiesta de egreso.

Ella llevaba un bello vestido rojo con una abertura en la espalda y otra que dejaba ver su pierna. Combinado con su pelo cobrizo, creaban una combinación tan perfecta que cualquiera se detendría a mirarla.

Se suponía que yo no debía estar allí ese día, ni ningún otro día. Las reglas de mi mundo me prohibían venir a este y dejarme ver.

Solo estuve media hora. Me aburri de esa fiesta y salí a dar una vuelta. Aún recuerdo el accidente de su padre. Yo iba pasando y vi que había un accidente. Llamé a la ambulancia y me quedé en un callejón lo suficientemente oscuro para que nadie me viera, pero yo sí podía ver lo que pasaba. Y llegó ella, la chica del baile.

Ese día la vi sufrir tanto cuando le dijeron que su padre estaba muerto, y me dije a mí mismo que no dejaría que nada malo le pasara, no si yo estaba vivo para poder evitarlo.

Ese día, cuando aquel hombre estaba a punto de abusar de ella, a mi ya se me había advertido que no debía acercarme a las personas.

Se suponía que no debía convivir con ellos ni dejarme ver.

Pero no podía permitir que ese hombre le hiciera daño. Entré en su habitación y lo aparté de encima de ella.

Quise golpearlo y matarlo de una vez por todas, pero no podía, no si ella estaba ahí.

Cuando ella me pidió que me quedara, lo hice.

Eso era lo que quería: quedarme y protegerla.

Pero sabía todo lo que se me vendría encima (aunque no me importaba mucho). Recordé cuando la vi por primera vez.

Por mi cabeza pasó el momento exacto en que la vi:

Ella entró en el salón luego de ser anunciada por los altavoces.Cómo entraba y su pelo se movía al compás de su caminar. Cómo fue hacia la mesa donde estaban sus amigas y, entre risas y lágrimas, se abrazaron.

Recordé cada momento en el que la espié: cuando se dormía llorando con la foto de su padre entre los brazos, las veces que se dormía destapada y, para que no pasara frío, yo entraba y con cuidado la tapaba.

Mil cosas se despertaron en mí y mil más se quedaron dormidas. O fui yo quien las durmió a propósito.

Salí de mi trance y ya era hora de irme.

Salí de su casa y aquel hombre estaba afuera, esperando en su auto a que yo me fuera. Sabía que lo haría y él aprovecharía para entrar nuevamente.

En ese momento no me pude contener más. Saqué una navaja de mi bolsillo y subí a su auto, donde él esperaba.

-Conduce y no intentes escaparte de esta, porque no lo lograrás -dije.

-¿Qué quieres de mí? No le haré nada a la chica, por favor, déjame ir.

-A las ratas como tú no les creo nada. Intentaste hacerle daño una vez y te aseguro que no tendrás la posibilidad de pensar en hacerlo una segunda vez.

-Por favor, déjame ir -suplicó.

-Conduce y cierra la puta boca. Ella te pidió muchas veces por favor que te fueras, que no la tocaras, y ¿le hiciste caso? No, ¿verdad?

-Lo lamento, no lo haré de nuevo.

-Lo sé, sé que no lo harás de nuevo, porque de eso me voy a encargar yo.

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