Capítulo 11

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Ezra
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Lía siempre dice que no puedes morir por querer a alguien, pero ahora supongo que tiene razón. No puedes morir por querer a alguien, pero puedes perderte a ti mismo, perder la paz, perder ese pedacito de ti que vivió con esa persona.

No mueres, más bien te apagas, y con ello, tus sentimientos.

Llevo una semana yendo a su casa, aun sabiendo que en ella no está Lina. Llevo una semana sin poder sacarla de mi mente.

-¿UNA SEMANA SIN SACARLA DE TU MENTE? ¿DE QUÉ HABLAS? LLEVAS MÁS DE UN AÑO Y MEDIO SIN PODER SACAR LA IMAGEN DE LINA EN ESE VESTIDO ROJO DE TU MENTE-

Una semana desde que se fue. Vocecita de mierda.

¿Hasta dónde puede llegar ese sentimiento de querer? Supongo que lejos; si no fuera así, yo no estaría ahora en la casa del amigo de ella, desnudo en el sillón, tapado con una manta.

-Lina, yo quería decirte...

Iba a hablar, y el timbre sonó. No sé ni qué iba a decir en ese preciso momento; solo sé que el silencio me estaba matando.

-Llegó la pizza. ¿Puedes ir a llamar a Aria, por favor? -dijo con una pequeña sonrisa-. Por el pasillo, primera puerta a la izquierda. Gracias.

Claro, yo llamar al idiota ese, encima desnudo.

Bonito escenario, de verdad. No había un mejor escenario que este: un hombre al que no conoces de nada, parado en la puerta de tu habitación desnudo, apenas cubierto por una manta, diciéndote que la pizza acaba de llegar.

-Acaba de llegar la pizza, y me mandó Lina a avisarte -dije, aclarando que no había ido por placer.

Salí de su habitación directo a la sala, donde lina se había encargado de poner las cosas para cenar. Para ese momento mí ropa de ya estaba seca, por lo menos, no comería desnudo. Me cambié y cenamos los tres, como los amigos que no somos.

-Ven, vas a dormir conmigo -dijo Lina sin voltear a ver a Aria, quien, por cierto, tenía cara de perro.

-Mejor me voy, no debí venir. Veo que solo te creo un problema -murmuré al pensar que Aria no le había dirigido la palabra ni una sola vez.

-No, tú no te vas a ningún lado. No importa lo que le pase a Aria, se calmará mañana.

Me acosté a su lado, mirando hacia el techo, imitándola. Sonreí al ver que sus mejillas se pusieron rosadas. Se volteó, y en un dos por tres se durmió.

Y, cómo no, mi pasatiempo favorito es verla dormir. Hoy no sería la excepción. En estos momentos de paz y soledad es cuando mis pensamientos me atacan, y esa voz interna me recuerda qué tan mierda soy.

-¿POR QUÉ ESTÁS NARRANDO TÚ, SI NO ESTÁS HACIENDO NADA INTERESANTE?-

Porque quería contar cómo me había sentido sin Lina, cómo el simple hecho de no verla me dolía.

-PUES HAZLO. SOLO TE LEO DIVAGANDO-.

Empecemos de nuevo: ese día que la vi irse en aquel auto con Aria, sentí un vacío. Pero no de esos que sientes cuando alguien se muere, sino un vacío real. Se siente como si eso que te hacía caminar de repente se borrara.

Es como cuando no eres capaz de recordar algo que viviste; no puedes saber cómo te sentiste en ese momento, qué pensaste, o si te gustó o no. Sin embargo, tienes pequeñas imágenes de eso.

Le pedí que se quedara, y no podía pedirle eso, no sabiendo lo que ella sufre con su madre.

Me juró que no estaría con él, que no lo tocaría, y que me llamaría si él intentaba algo. Pero, sobre todo, me juró ser mía. Sin embargo, algo me falta. Me faltaba verla, por las mañanas, por las noches, incluso en las tardes.

Me faltaba espiarla, saber que yo tenía el control. Con ella lejos, ese control quedaba en manos de otro.

Tormenta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora