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—Adiós, Hanamaru.

—Adiós.

La cantante sonrió ampliamente, marchándose en contra de su voluntad pero con la alegría de poder ver al día siguiente a esa castaña que tanto adoraba.

Hanamaru entró al edificio y subió hasta su departamento, abrió la puerta lentamente y entró poco a poco, como si adentro estuviera durmiendo un animal salvaje.

Al percatarse de que estaba vacío, cerró la puerta y se apoyó en ella, deslizándose hasta sentarse en el suelo.

Abrazó sus rodillas, sintiendo como toda la adrenalina de su cuerpo se agotaba poco a poco y entraba en conciencia, como cada día desde que había decidido aceptar la petición de la peliazul.

Soltó una risa, un sonido vacío que no pudo llenar un espacio aún más desolado.

—Hoy también lo logramos... — se dijo para si misma, aliviandose por sus propias palabras.

Se puso de pie para ir a su habitación, la cual compartía con su esposa, y comenzó a cambiarse por un conjunto más cómodo, pues debía hacer sus labores hogareñas que se habían retrasado por su escapada a la playa junto a cierta cantante.

Ahora no era necesario escuchar música para sentirse entretenida, su cabeza se llenaba con tantos pensamientos que su cuerpo trabajaba en piloto automático.

Había tomado una decisión difícil, pero dentro de su corazón sentía que había escogido la opción correcta.

Exceptuando por el momento en que regresaba a casa, sus días eran más animados con la presencia de Yoshiko rondando por ahí.

Tener a la cantante a su lado le recordaba que hay algo bueno allá fuera; por primera vez en mucho tiempo quería ser egoísta y mantener esto para ella.

Aunque hubieran momentos en los que se arrepintiera.

Después de un rato en silencio, finalmente escuchó el sonido de la puerta siendo abierta, se apresuró a recibir a su esposa en casa

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Después de un rato en silencio, finalmente escuchó el sonido de la puerta siendo abierta, se apresuró a recibir a su esposa en casa.

—B-bienvenida de vuelta— hizo una ligera reverencia, las sonrisas habían desaparecido hace años.

La ojiamatista cerró la puerta y se quitó el saco, lo arrojó junto a su maletín a un lado y le dio una mirada severa a la castaña.

—Siéntate— le ordenó, con un tono que paralizó a la más baja.

Hanamaru había escuchado ese tono tantas veces antes de una tormenta, sabía que esta vez no sería una excepción.
Miró se reojo el sofá de la sala, aún sin haberse movido.

—No, siéntate aquí y ahora— hizo un gesto con la mano señalando el suelo.

Cerró sus ojos y cayó de rodillas, sus manos temblando sobre sus muslos.

Songs for My MuseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora