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Mientras la habitación se encontraba en silencio, a pesar de haberse vestido y ordenado sus cosas, aún después de estar lista para salir.

Hanamaru no podía levantarse del sofá.

Con mucho trabajo había podido levantarse de la cama y lo hizo simplemente porque debía hacer el almuerzo y el desayuno de su esposa, de lo contrario se hubiera quedado escondida entre las sábanas.

La cantante no había salido de su cabeza, por más que ella quisiera, sus palabras resonaban en ella de una forma que comenzaba a frustrarla.

Lo había pensado tanto, creyó que su corazón jamás volvería a latir por nadie más, y ahí estaba ella, esa tonta cantante que le gritó en un bar, esa alegre peliazul que le había regalado la posesión más preciada que tenía, esa hermosa mujer que le había dado todo sin recibir nada.

Se levantó, no para salir por esa puerta y entrar al auto de la cantante, sino para verse en un espejo.

No había moretones visibles, los pocos que quedaban estaban por desaparecer, había trenzado mechones de su cabello para rodear su cabeza con ellos, había escogido un vestido floreado que le llegaba a las rodillas junto a un par de medias altas.

Parecía una niña, se veía infantil, poco madura e inocente.

Suspiró, preguntándose porqué se preocupaba tanto por la imagen que pudiera darle a la peliazul, como si ella no la hubiera visto en uno de sus peores momentos.

“... a pesar de los golpes y la fachada, para mi te veías hermosa...”.

Casi inmediatamente tomó su bolso y salió corriendo fuera de su departamento, si esa mujer la había visto llena de moretones y con heridas abiertas y aún así había pensado que era hermosa, no debía preocuparse por como se veía con un simple vestido.

Todo rastro de preocupación desapareció de su pecho cuando salió del edificio y vio la sonrisa más brillante que iluminaba su día a través de esa ventana.

—¡Hanamaru!

Sacó la cabeza de la ventana junto a ese gesto tan bello, alzando la mano y agitandola en el aire, y Hanamaru supo que jamás iba a cansarse de esto.

Sacó la cabeza de la ventana junto a ese gesto tan bello, alzando la mano y agitandola en el aire, y Hanamaru supo que jamás iba a cansarse de esto

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—Te ves hermosa— le dijo una vez que ambas tomaron asiento en la arena.

—Llevas diciéndolo toda la mañana... — y cada una de esas veces, sintió como su pecho saltaba emocionado.

—No es suficiente, en verdad te ves hermosa, demasiado para poder ponerlo en palabras— sonrió tan alegre como siempre.

Hanamaru estaba comenzando a preguntarse si sus mejillas no le dolían una vez que se separaban.

No respondió más, nunca supo que responder a los halagos, mucho menos ahora que no sentía merecerlos.

—No te merezco... — susurró, pero sabía que igualmente sería escuchada.

Songs for My MuseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora